

La revolucionaria novela de D. H. Lawrence conserva su lugar como uno de los hitos literarios más polémicos y discutidos.
Por_ Nicolás Poblete Pardo
Produjo muchísimo durante su corta vida. Fue novelista, poeta y pintor. Y consiguió acaparar las miradas escandalizadas del público gracias a su atrevida novela, «El amante de Lady Chatterley». Censurada en los Estados Unidos y en Inglaterra hasta principios de la década de los 60, la novela explora, de modo muy gráfico, la relación sexual entre un trabajador de clase baja y una mujer aristocrática. Pero esta no sería la única controversia protagonizada por D. H. Lawrence. De hecho, es la novela que ahora celebra 100 años la que muchos consideran su mayor logro artístico. Con «Mujeres enamoradas» el autor inglés consigue tematizar un tabú sin igual en su momento: el homoerotismo.
Un niño desadaptado
Nacido en 1885, en un pequeño pueblo minero de la región inglesa de Nottinghamshire, Lawrence fue parte del entorno trabajador de ese ambiente duro, donde había poca cabida para sensibilidades o exquisiteces poéticas, a pesar de que su madre sería una formadora clave en su instrucción literaria, gracias a su propio amor por los libros; un camino que prometía también una emergencia social.
Lawrence fue un niño al que le resultó muy difícil la adaptación. Era propenso a enfermedades; el deporte no le atraía. La imagen paterna tampoco le iba: ser minero, el destino obvio, no era lo de él. Así, contra todo pronóstico, Lawrence se hizo paso en el mundo de las letras al ganar una beca para la escuela secundaria de Nottingham. Allí comenzó lo que sería su carrera literaria, tomando apuntes para su primera novela.
Ese niño toma nota de su entorno, como resulta evidente en sus narraciones altamente autobiográficas. Lawrence hace gala del genio andrógino cuando, por boca de Gudrun, una de las hermanas protagonistas de «Mujeres enamoradas», describe el pueblo, mientras observa a los mineros, preguntándose: “Si aquello era vida humana, si aquellos eran seres humanos, viviendo en un mundo terminado y completo, ¿qué sería aquel otro mundo en que ella se encontraba, el mundo exterior a aquello?”.
Esta permanente observación sobre el mundo exterior versus el interior; sobre lo que vemos de modo evidente y lo que tememos en nuestro fuero interno, es una constante en Lawrence.
(Dis)locaciones
Una figura inseparable a la hora de leer a Lawrence es la omnipresente Frieda, con quien estableció una duradera relación. Ella lo acompañaría en un sinfín de travesías, muchas amargas. Su reputación ya se empezaba a consolidar como la de un provocateur, por no decir un pornógrafo, y las críticas a sus novelas le hicieron difícil su camino literario. De lugar en lugar, con las erosiones históricas del momento en Europa el autor ya cuenta con un nutrido currículo.
Luego de ires y venires, Lawrence volvió a Inglaterra con Frieda, para casarse en 1914, año que da inicio a la Primera Guerra Mundial.
Después de la guerra, la pareja se embarca en un largo viaje que los hace recorrer Sri Lanka, Australia y, finalmente, los Estados Unidos. Pero la salud de Lawrence es siempre delicada y, tras contraer tuberculosis, las cosas se precipitan. El autor muere a la prematura edad de 44 años, en Vence, Francia.
Cien años han pasado de «Mujeres enamoradas», y ahora podemos ver que el legado de Lawrence es necesario para entender cómo su exploración abrió el camino para una avenida en la que muchos otros han comenzado a circular. Lo que en su momento era pornografía y obscenidad, es ahora una herencia. La revolución de Lawrence, que le valió enemigos y censuras, ha hecho posible repensar y resignificar todo un universo en torno a la sensibilidad y a la pasión, no solamente en términos de la sexualidad femenina, sino en un sinfín de pulsiones que hablan de fluidez, diversidad y expansión de los límites que solían fijar categorías con absoluta rigidez.
Lawrence por sí mismo
Las siguientes citas revelan la alianza entre espíritu y cuerpo que el autor concibe:
“Esto es lo que creo: Que yo soy yo. Que mi alma es un
bosque oscuro. Que mi ‘yo’ conocido jamás será más que un
pequeño claro en el bosque. Que dioses, extraños dioses,
se aproximan desde el bosque hacia el claro de mi ‘yo’
conocido, y luego se retiran. Que debo tener el coraje para
dejarlos ir y venir. Que nunca le permitiré a la humanidad
que ponga nada sobre mí, pero que intentaré siempre
reconocer y entregarme a los dioses dentro de mí y a los
dioses de otros hombres y mujeres. Ese es mi credo”.
“Ninguna forma de amor está mal, siempre que sea amor…
El amor tiene una extraordinaria variedad de formas. Y
eso es todo lo que hay en la vida, me parece… Si niegas la
variedad en el amor, niegas completamente el amor. Si
intentas especializar el amor en un solo set de sentimientos
aceptados, entonces hieres el alma misma del amor. El amor
debe ser multi-forme; si no, es solo tiranía, solo muerte”.
Hombres enamorados
La obra de Lawrence se impuso a pesar del rechazo que provocaba el tabú homosexual en esos tiempos. Poco a poco su proyecto fue penetrando en los circuitos más conservadores, primero con cautela, progresivamente con admiración. Lo que, por ejemplo, el académico Paul Hammond veía como el “ideal de amistad masculina”, con un fuerte elemento homoerótico, comenzaría a modelarse como una posibilidad de exploración que sería recibida por un sinnúmero de autorías en las que hallamos diversas huellas: Jeanette Winterson, Michael Cunningham, André Aciman, Edmund White, Gore Vidal, Manuel Puig, Pablo Simonetti.
Los dos protagonistas hombres de «Mujeres enamoradas», Gerald y Rupert, en la famosa escena de lucha, que llevan a cabo desnudos, enarbolan este dilema. En el capítulo XX, titulado «Gladiadores», vemos al alicaído Rupert acudiendo a su amigo Gerald para confesarle su angustia amorosa. El intercambio, que mezcla intelecto y angustia vital, permite profundizar en sus psiques y, sin embargo, es la confrontación física, animalescamente corporal, la que plasma el intercambio y, finalmente, sella un pacto que trasciende las limitaciones del diálogo.
¿“Mujeres enamoradas” u “hombres enamorados”? Esa es la mascarada que esta escena representa. La lucha al desnudo, que los deja exánimes, se asemeja a un bautismo, un cambio de piel más que de ropajes. Estos hombres enamorados luchan por sondear sus propios límites sensoriales y, a modo de conclusión, Rupert especula respecto al amor: “He ido detrás de las mujeres y me he entusiasmado con algunas. Pero nunca he sentido amor. No creo haber sentido tanto amor por una mujer como lo siento por ti…”.
En esta descripción lo más sugerente es precisamente la manera en que la escritura de Lawrence bordea lo gráfico, produciendo un universo de intimidad que resulta tan poderoso, incluso podría leerse como el ingreso a una dimensión espiritual.
Un logro exclusivo
Muchas narraciones de Lawrence han sido llevadas al cine, pero probablemente la más lograda sea la adaptación de «Mujeres enamoradas» realizada por el británico Ken Russell en 1969. Este filme destaca por las descollantes actuaciones de todos sus personajes. De hecho, por su interpretación de Gudrun, Glenda Jackson obtuvo el Óscar a mejor actriz principal. Este filme, asimismo, fue pionero, pues mostró desnudos masculinos al retratar la polémica escena de lucha entre los dos amigos, interpretados por Alan Bates y Oliver Reed. En ella, vemos a los dos hombres sudando y debatiéndose en una pelea que, iluminada por el fulgor de una chimenea, asemeja un rito de un denso simbolismo.