

Admirado por muchos arquitectos, tiene algo que lo distingue del resto: una voluntad de trabajo que va más hacia el espíritu anterior de la arquitectura que a la idea del futuro.
Es autor de una obra hecha con la pausa del maestro antiguo, que usa la técnica para diseñar atmósferas más que espacios puramente funcionales y que hace de la arquitectura un instrumento para la emoción y los sentidos.
Por_ Gonzalo Schmeisser*

Museo de Arte de Bregenz (1997).
En la biografía de Peter Zumthor (1943), arquitecto suizo nacido casi al final de la II Guerra Mundial, hay un dato que lo hace distinto a los profesionales de nuestra era: antes de formarse como arquitecto fue carpintero y ebanista. Ambos oficios los aprendió sin necesidad de escuelas ni profesores, sino que observando a su padre durante su infancia en la ciudad de Basilea, en pleno corazón de una Europa que –para esos trágicos años– estaba por olvidarse de las ocupaciones que la hicieron grande alguna vez.
Ya por entonces meter las manos en la masa se estaba volviendo algo del pasado. La urgencia indicaba que era prioritario intensificar los esfuerzos en el desarrollo de la técnica y la productividad industrial y dejar atrás lo artesanal, archivado e impreso en los libros de historia. No estaba el horno para bollos. A Zumthor le tocó madurar justo en medio del abrupto final de la edad de los tiempos extendidos y el comienzo de la era de lo instantáneo.
Qué hacer entonces con un saber como ese. De qué podía servir tallar para darle forma a lo informal de la madera cuando en la gris Europa todavía no se habían terminado de barrer las cenizas ni dispersados todos los humos, y cuando al otro lado del Atlántico se levantaba tentador un país como Estados Unidos, con luces y a color, que promovía la cultura de lo artificial y lo inmediato. Europa pasó a ser el «viejo continente» y todos sus saberes ancestrales cayeron en ese mismo asilo mental. De pronto, el joven Zumthor iba a verse obligado a amplificar los alcances de su oficio y lo hizo de tal forma y con tal destreza que hoy, casi 70 años después, es uno de los arquitectos más estudiados y premiados del mundo. Incluyendo el mérito de la obtención del premio Pritzker 2009.

Pabellón de Suiza en la Expo Hannover (2000).
Una forma de mirar, pensar y hacer
Es conocido que los arquitectos somos personas con intereses múltiples. Elegir estudiar arquitectura muchas veces es el resultado de una búsqueda personal por no encerrarse en un único oficio ni en una única profesión, pues los saberes que se aprenden en las escuelas son amplios, desde lo técnico de las matemáticas y la física, hasta lo humanista de la teoría y las letras. Además de, por supuesto, lo visual y lo manual.
Todo lo contrario a un problema, esta es nuestra virtud, sencillamente porque los inputs con los que nutrimos el ejercicio de nuestra actividad vienen desde muchos y muy distintos rincones de la vida. Y eso es justamente la arquitectura, un resumen construido de todo el espectro de intereses, necesidades y voluntades humanas.
Es lo que va a hacer Zumthor con su oficio anterior al incorporarlo en su trabajo de arquitecto. Pero no desde el puro hecho de la técnica y la forma, sino que como una condición espiritual que se establece como un principio, un estatuto propio. Una forma de mirar, pensar y hacer.
Esa especie de estado permanente o posición ante el mundo va a ser llevada a su concepción de la arquitectura en un set de obras que ya desde lo puramente visual representan un reflejo de lo mismo. Lo que se percibe mirando su trabajo es que el concepto de lo sublime aquí se alcanza sin la necesidad de un sobreesfuerzo constructivo, sino que mediante la levedad de la luz y del aire, fruto de la apertura a la posibilidad de una sensorialidad adecuada y –como buen artesano que es– el diálogo directo con el material.

Termas de Vals en los Alpes suizos (1996). Foto: https://vals.ch
Vida en obras
Derivado de aquello, el trabajo de Zumthor parece un manual de cómo hacer arquitectura internacional sin caer en la tentación de la desmesura ni de poner el nombre del autor por sobre lo construido. Hay un vínculo con la medida desde la relación de lo material con su entorno y también en la propia posición del arquitecto, entendido como un creador que viene a dar lugar, modificándolo, pero sin necesidad de romper con las armonías de lo existente.
Zumthor con su hablar duro pero suave, mirada inquisidora, su fama de huraño y su catálogo acotado de obras es tajante cuando le preguntan por su forma de trabajo: «Me interesan las casas, ni mi carrera, ni el dinero».
No construye demasiado porque se toma el tiempo para que las ideas maduren, no tiene más de 20 proyectos en más de 40 años de actividad. Y no es casualidad el haber tardado diez años en pensar, diseñar y construir las Termas de Vals en los Alpes suizos (1996), con ese diálogo contrastado entre la rigidez de la fachada modulada de hormigón y la fluidez y movilidad del agua del interior; y otros siete en levantar la Capilla de Campo Bruder Klaus, en Eifel, Alemania (2007), un inmaculado e inexpresivo volumen exterior que se desata en ese interior texturado en piedra, similar al de una cueva.
Y así con casi todo lo que hace, consciente de que el apuro sólo impone malas decisiones. Otra cita: «Los proyectos necesitan un tiempo para reposar, algo que saben bien los escritores y los músicos… sólo entonces se aprecia lo bueno y lo malo». Es una actitud de vida evidenciada en otras obras emblemáticas que reflejan la pausa en el pensar y hacer, y la austeridad de la forma como medio de expresión, independiente de cuál sea el objeto, el destino y el material del edificio.
Así asoman otros trabajos, como el Museo de Arte de Bregenz (1997), con su arquitectura minimalista en vidrio, que no se parece absolutamente nada al Pabellón de Suiza en la Expo Hannover (2000), hecho con 45.000 piezas de madera, y que a su vez no tiene nada en común –salvo la madera– con el Steilneset Memorial en Vardø, Noruega, un pabellón que flota sobre una modulación de estructuras visibles sobre el borde del mar justo donde termina Europa.
Ningún proyecto se parece a otro, cada obra es un mundo y merece una vida si es necesario.

Steilneset Memorial en Vardø, Noruega.
Lejos del mundanal ruido
Subvertir esa visión funcionalista, utilitaria y numérica de que la forma sigue a la función para tratar de instalar la idea de que la forma sigue al espíritu del acto, ha sido una especie de cruzada para Zumthor. Una motivación de vida que se expresa tanto en su obra construida como en sus escritos y en las escasas entrevistas y conferencias.
Zumthor se esconde en su estudio y lee a Heidegger, a quien cita cada vez que puede. Y no sería extraño que mientras lo hace, en su equipo de música suene Brian Eno con algunas de las grabaciones de su serie Ambient –inspirado a su vez en el sonido Muzak– que partió con el inolvidable Music for Airports de 1978.
Así como Eno y Heidegger, Zumthor se pone por fuera de las cosas y se interesa más por el espacio que hay entre ellas.
*GONZALO SCHMEISSER. Arquitecto y Magíster en Arquitectura del Paisaje. Ha participado en diversos proyectos editoriales y publicaciones afines al quehacer arquitectónico y a la narrativa. Es profesor en la escuela de arquitectura de la Universidad Diego Portales. Es, además, fundador del sitio web de arquitectura, viaje y palabra www.landie.cl.