

«Un lugar para vivir cuando seamos viejos», 2015
Instalación en el MAMBA, Buenos Aires
Por_ Josefina de la Maza
Investigadora CIAH, Universidad Mayor
Pensar, sentir y vivir la vejez. Este año, que quedará marcado por la cicatriz de la pandemia, la vejez ha estado en el centro de la discusión pública. Muchos –y de modo especial aquellos que forman parte de ese grupo– criticaron desde un comienzo la excesiva atención entregada desde la autoridad a los adultos mayores, la que apostó desde temprano por su confinamiento obligatorio y sostenido en el tiempo. La crítica percibió esta política de los cuidados como un proceso de infantilización, como una falta de respeto, como si el solo hecho de tener una cierta cantidad de años significase la desaparición de la cordura y de la responsabilidad cívica. Esa comprensión de la vejez es una que no parece tener en cuenta cuerpos, experiencias y deseos. Es una comprensión atrapada, más bien, en números y estadísticas. Para despercudirse de esa postura y para imaginar otros presentes y futuros posibles, se vuelve necesario pensar la vejez desde el arte –y por supuesto, junto a ella, la vida y la muerte. Un punto de entrada es, en este contexto, la obra de la artista argentina Ana Gallardo.
Desde hace años Gallardo ha incorporado a su práctica artística eventos, situaciones y experiencias que, si bien son propias, forman parte del universo de vivencias comunes a la condición humana. ¿Dónde y cómo vivir? ¿cómo ganarse la vida? ¿cómo conciliar la rutina con los deseos reprimidos o incumplidos? Estas son algunas de las preguntas que han rondado las obras de la artista, impulsando proyectos que tienden, siempre, a poner en primer lugar al otro, a cuidar lazos y formar comunidad. Ahora que se ha ido acercando a la tercera edad, Gallardo ha comenzado a indagar sobre cómo enfrentar y vivir la vejez. ¿Cómo navegar en esa etapa de la vida? ¿Cómo vivir, desde el arte, ese proceso de envejecimiento? ¿Qué hacer cuando no se tiene casa propia, trabajo estable, pensión digna? ¿Cómo enfrentar el momento cuando, a una cierta edad, la sociedad procede a invisibilizar, precarizar, e infantilizar a su población adulta?
«Un lugar donde vivir cuando seamos viejos» es el título de una exposición individual que Gallardo realizó en 2015 en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Ese es también el título de la obra que acompaña este texto y que formó parte de ese montaje. La idea de la exposición, que ha sido comentada por la artista en varias entrevistas, surgió de una conversación compartida con un amigo, donde la pregunta sobre qué hacer en el futuro siempre rondaba como un fantasma. Al respecto, Gallardo comenta que “no quería […] construir un geriátrico, pero sí el instalar una preocupación sobre algo que no se quiere ver, que cuando llegamos a esa situación ya es tarde. Todos vamos a envejecer. Esos que te discriminan, que no te quieren ver, esos mismos que no te incluyen, también están envejeciendo, y la vejez es algo que hay que admitir. Tenemos que ver cómo armar un lugar donde nos incluyamos todos. Está feo no saber cómo envejecer porque ‘no hay vejez’, porque no se la ve…” (Entrevista de la artista en el medio elgranotro.com).
Es la visibilización de la vejez el tema que le interesa desarrollar a esta artista: a través de diversos gestos y prácticas, su trabajo pone atención sobre el tránsito hacia la tercera edad y los miedos que ella despierta. Al mismo tiempo, sin embargo, su propuesta no se centra en el miedo, en la tristeza o en la desesperación; al contrario, su obra asume más bien un rol propositivo, en el que existe la esperanza del cambio, de la posibilidad de transformar los modos en los que vivimos. La obra homónima al título de la exposición da cuenta, en este caso, de un gesto mínimo, pero decidor. Al envolver o cubrir parcialmente muebles, que no son otra cosa sino objetos que traman la cotidianidad, y disponerlos de un modo poco convencional en el espacio del museo, nos obliga a repensar cómo vivimos y cómo queremos vivir. Esta operación deja al descubierto las pequeñas posesiones que se van acumulando a través de los años y revela, también, el lugar (material o imaginario) donde esos objetos quedan. Ubicados temporalmente en el museo, envueltos, marcados y arrumados, esos objetos se muestran como el recordatorio de vidas pasadas y se convierten en el impulso para buscar una nueva casa, un nuevo espacio, tal vez el del arte, para vivir la vejez.