

Aunque lo miramos de reojo como haciendo que nos dio lo mismo, nadie pudo permanecer ajeno a la disputa del Campeonato Mundial de Fútbol en Rusia, el evento mediático-deportivo por excelencia que llenó todos los espacios. Un suceso no sólo capaz de convocar lo más granado del deporte más popular del mundo, sino también una poderosa vitrina para exponer excelente arquitectura. Aquí un breve ejercicio –que tiene mucho de personal y poco de objetivo– para ilustrar cómo algunos estadios (y sus mundiales) han servido para conectar el mundo de la arquitectura con la pasión de la gente… y también con la historia.
Por_ Gonzalo Schmeisser
ITALIA 1934
Estadio Nacional del Partido Fascista, Roma
Sólo quedan algunas fotos de los estadios en los que se jugó el segundo Mundial de fútbol. Algunos de ellos conservan sus fachadas y algo de la estructura original, pero ya casi todos fueron demolidos o totalmente modificados. El más impresionante fue el estadio donde se disputó la final, en Roma, que atesora terroríficas imágenes de tribunas atestadas de hombres vistiendo camisas negras y un equipo italiano con la mano rígida en alto, saludando a un pequeño lunático vestido de uniforme militar que sonreía satisfecho desde el palco: Benito Mussolini. Hay poco que decir del estadio en sí mismo: su imagen perdura más por ser el símbolo del poder que il Duce llevó desde la ideología hasta la arquitectura, para ser la sede de un Mundial totalmente manipulado por un megalómano que se declaraba furioso antisemita pero que estaba enamorado de una judía que estaba escondida entre el público, un poco más allá.
URUGUAY 1930
Estadio Centenario, Montevideo
El clásico sudamericano por excelencia. Terminado de construir cuando el primer Mundial ya estaba en curso, el Centenario rebosa historia, nostalgia y guarda algunas de esas hazañas deportivas para las que los uruguayos son expertos. Ahí se jugó la primera final de un Mundial, un partido tosco entre dos países tan hermanos como rivales: Argentina y Uruguay. Estuve por primera vez ahí el año pasado y no fue necesario concentrarme para imaginarme al gigante en sus años dorados, pues sigue tan rústico como las patadas del antiguo fútbol uruguayo. Ahí están las gradas de madera carcomida; las rejas oxidadas encarceladoras de fanáticos enardecidos; el pozo lleno de agua lluvia sin drenar y su vieja torre olímpica que se alza sin competencias en el cielo rioplatense. El viejo Centenario todavía resiste en su silencio antiguo.
BRASIL 1950
Estadio Maracaná, Río de Janeiro
El estadio de los estadios. Construido para albergar el primer Mundial después del receso por la Segunda Guerra Mundial, el Maracaná está en el inconsciente colectivo por esa final perdida por el equipazo de Brasil, dramáticamente, a manos de los rebeldes uruguayos. No hay imágenes que lo comprueben pero dicen que desde su altura saltó gente decepcionada por ese desenlace. El gigante carioca está emplazado en pleno Río de Janeiro, en medio de los cerros y el mar, y su planta circular con capacidad para más de 100.000 personas parece estar maldita: ha visto en dos finales del mundo coronarse a equipos foráneos, nunca a Brasil. A pesar de su abultada historia, “la mejor selección del mundo” nunca ha ganado nada importante ahí.
CHILE 1962
Estadio Nacional, Santiago
Glorioso sin haber visto tan de cerca la gloria, el Estadio Nacional de Santiago fue el estandarte de una era próspera para un país recóndito, escondido detrás de las montañas, lejos del resto del mundo. El Chile de los años 30 fue un país progresista, que vio modernizarse a un Estado comprometido con su ciudadanía y que mandó a levantar esta suerte de homenaje a la Alemania pre nazi que se admiraba sólo aquí. Hoy no se nota, pero el viejo Nacional está claramente inspirado en el estadio Olímpico de Berlín. Insólita e inesperadamente (y como un premio al único país de Latinoamérica que parecía esforzarse por ser ordenado), Chile fue designado como sede del Mundial de Fútbol de 1962. El Nacional fue testigo del máximo logro mundialista de su propia selección, ese tercer lugar que se celebra como un título. Pronto la historia ensombrecería su brillo y el estadio, con su arquitectura limpia, racional, de corte socialdemócrata que había sido el estandarte de una épica nacional, se transformó en un viejo elefante blanco, símbolo de la división de un país quebrado. Una imagen injusta que sólo los triunfos futbolísticos del siglo XXI han podido ayudar a limpiar.
MÉXICO 1970
Estadio Azteca, Ciudad de México
El gigante del DF es hijo de una década dorada en lo deportivo para México, asombrosa pero no azarosamente designado consecutivamente sede de los Juegos Olímpicos de 1968 y del Mundial de 1970. Esta mole modernista fue obra del gran arquitecto –y fanático empedernido del fútbol– Pedro Ramírez Vázquez, quien diseñó un sofisticado sistema de tensores para soportar el peso del techo sin necesidad de pilares que obstruyan la vista de los espectadores. También fue autor del precioso gesto de replegar las bandejas que cobijan los palcos oficiales y las circulaciones interiores, dotando a la fachada interior de sus clásicas tres franjas. Está cargado de historia como ningún otro y porta el no menor logro de ser la casa donde Pelé y Maradona (en 1970 y en 1986) dejaron boquiabierto al mundo con su inimitable despliegue de talento, buen gusto y genialidad. Ambas superestrellas, justo en el peak de sus capacidades, levantaron la preciada Copa del Mundo en inolvidables y transpiradas tardes bajo el sofocante calor del verano mexicano.
INGLATERRA 1966
Wembley, Londres
Conocido como la “Catedral del fútbol”, este brillante estandarte de la más pomposa Gran Bretaña del siglo XX fue como una reverencia a la Inglaterra victoriana que, en los años 20, ya era sólo un recuerdo. Sus grandes torres blancas flanqueando los accesos y su techo apenas sostenido por delicados pilares de hierro son testimonios de una época de transición en la arquitectura británica: un poco victoriana, un poco estuardiana, un poco barroca, un poco moderna; una apariencia más de club hípico que de estadio de fútbol. Ahí Inglaterra ganó su único Mundial, en 1966, con un gol fantasma clavado en el arco sur, hacia Camden Market, hacia Gladstone. En 2002 –en un gesto muy poco inglés– fue demolido para construir otro totalmente nuevo, en el mismo lugar y con el mismo nombre. Para el recuerdo quedará uno de los últimos goles marcados ahí, en 1997, una volea de zurda obra de un tal Marcelo Salas frente a 80.000 ingleses atónitos.
ALEMANIA 1974
Estadio Olímpico, Múnich
Una imagen: el impresionante Johan Cruyff corriendo con el pelo al viento, plástico como un bailarín, rápido como un felino; colorido, ágil, altivo, pero sobrio como buen holandés; sorteando rivales, manejando tiempos, ordenando a sus compañeros: una pandilla anaranjada de pelucones bajo el amenazante cielo bávaro. Más allá de su cabeza y más allá del público embobado con su estilo, un velo plástico se despliega, sube y baja en pilares torcidos, se tensa y se relaja. Y las artes que se cruzan en ese estadio increíble: el del holandés bailarín y su pelota pegada al pie, con la gestualidad única del diseño que el arquitecto convirtió al material; ese inolvidable techo que el arquitecto alemán Frei Otto dibujó sólo para devolverle la dignidad a la arquitectura alemana, sólo para que su país recordara su gloria extraviada entre tanta guerra. Sólo para que un último esfuerzo alemán echara por tierra las esperanzas doradas del grandioso Johan Cruyff, un día de julio de 1974.