

Por_ Jessica Atal K.
Comienza con una historia violenta. Dolorosa. La realidad de las ancianas. El amor que ya no está. El odio que lo ha sustituido. Después otra historia. Y otra. Las tres primeras se llaman «El amor». Las tres tratan de una o dos ancianas. De su único rastro, el de la sangre. La poesía de Damaris Calderón es un estímulo fuerte a los sentidos. Escribe con sensualidad y habla de amores, seducciones, “lenguas calientes” y “senos en rotación”.

«Mi memoria es un perro obstinado», de Damaris Calderón Campos Editorial Verbo(des) nudo. Santiago, 2019. 74 páginas
En «Mi memoria es un perro obstinado» aparecen muchos animales como protagonistas u objeto del poema. Impacta la crudeza de uno, «Plaza Sudamericana», dedicado a Elvira Hernández, que dice: “Hasta las palomas/ parecen mendigas/ con esa frazada sucia/ de plumas/ hurgando en la basura”. Su poesía es a ratos desoladora, pero también punzante y desesperada, en el sentido de la urgencia que tiene siempre la poesía de comunicar, unir y traspasar. Y, cómo no, de denunciar. Para Damaris el poema es un espacio político.
No hay muchas luces verdes. A cada rato estamos siendo detenidos, pero estamos haciéndonos libres a la vez.
Ella sabe, sin embargo, que hay un mundo ahí afuera que existe sin literatura. “Y hay ojos luminosos sin letras”. La autora también contiene ese mundo; el mundo de las madres y de los hijos, el de las grandes mentes que vendieron su alma al diablo, el de la represión de la autoridad. La muerte, por decirlo de algún modo, siempre a la vuelta de la esquina. Pero su poesía es resistente, como su memoria, y por eso tiene la capacidad de pasearse por mundos míticos, incluso Cuba, a la vez que por las pieles y ropas interiores. Siempre fuerte. En conversación perpetua con esa vida a la que la muerte le pisa los talones.
En la introducción a su libro «Telas y entretelas», Lila Calderón habla de “vestuarios para resucitar”. Hay, sin duda, una seducción, una atracción tan fuerte de la autora hacia incontables e impensadas vestimentas, que bien podría tratarse de un ropero infinito (o una caja de Pandora, como ella explica) con variados modelos, tallas, hechuras, materiales, cortes, tejidos y, por supuesto, con los usos y significados que cada personaje le adjudica a su vestimenta. Aquí hay, como dice Lila, “mundos donde fuerzas arquetípicas habitan con confianza y comparten sus contradicciones de alma enmascarada”.

«Telas y entretelas», de Lila Calderón Ediciones On Demand, Chile, 2018. 117 páginas.
El diseño de vestuario es un arte. Crea, se inspira, escribe su propio lenguaje que va transmutando a través del tiempo. En el ropero que abre la autora parece no faltar absolutamente nada, y podríamos decir que es su manera de abordar el ser femenino y su existencia. A veces, con pliegues y dobleces, con botones y corazas o con velos del aire; otras, se trata de vestidos rasgados o “deshabitados, sin aliento”. El ser femenino se muestra como un abanico de símbolos, cada uno de ellos tejiendo un poema en la forma de vestidos bonsái, camaleónicos, fúnebres, anacrónicos, báquicos, arcaicos, trágicos o anónimos, desnudos, fronterizos y tantos otros. Algunos son impermeables, otros cosidos con hilo negro o hierbas curativas. Hay “lienzos y telas/ para cambiar destinos”.
Las preciosas imágenes que entrega Lila Calderón nos transportan a la esencia de un viaje mágico y místico, exótico también, que nos hace preguntarnos el significado de “cubrirse o encubrirse” y de la desnudez del cuerpo y del alma; es decir, cómo la mujer es capaz de mostrarse, de vestirse o desvestirse frente a otros, frente a sí misma, incluso frente a la muerte. Es tan potente y cuidada su escritura que, a todas las mujeres, estén vestidas en la sombra o al rojo vivo, sean vampiresas o sirvientas, las eleva a la calidad de diosas, perfectas en su imperfección, en su falta o abundancia. Este es un libro que, desde su “trama secreta (… ) dialoga con la profunda desnudez del ser”.