

Por Jessica Atal K.
Ilustración_ Paula Álvarez
Ella –la protagonista– pertenece a “una estirpe cancerígena”. El cáncer recorre imbatible su árbol genealógico. Ataca páncreas, estómago, colon, lo que sea. Hay dos lesiones en su cerebro. No tiene, en principio, cómo salvarse. Tampoco el resto de los personajes de «Sistema Nervioso», la dura, dolorosa y nauseabunda novela de Lina Meruane (Santiago, 1970). Todos en esta historia están afectados por diversas enfermedades físicas y psicológicas. Parece, en todo caso, que el dolor (esa “otra piel”) a nivel emocional fuera peor que el dolor ocasionado por el más letal de los tumores.
No es la primera vez que Meruane aborda el tema de la enfermedad. Lo hizo anteriormente en sus novelas «Fruta Podrida» (2006) y «Sangre en el ojo» (2012). Con «Sistema Nervioso» da un salto a quemarropa, sosteniendo como telón de fondo que lo raro no es morir, sino vivir. El lector es testigo de una sucesión espeluznante de muertes (y sus respectivas enfermedades) que sufren miembros de una familia. Sean parientes cercanos, lejanos, un viejo vecino de un quinto piso o un animal, la narradora en primera persona aborda cada caso con la frialdad del cirujano que sabe que, al momento de una intervención, no le puede temblar la mano.
Meruane proviene de una familia de médicos y se ha referido a ese lenguaje –el de la medicina– como su “lengua materna”. Lo maneja con soltura y erudición. En la novela, así como en la vida real de la autora, el Padre es el médico, y es a quien Ella recurre para confirmar o desmentir diagnósticos. El Padre, icono de un sistema patriarcal, tiene la última palabra, siempre estoico, usando un mismo tono grave e inalterado. No así la narradora, que a cada rato escupe, o más bien vomita, secuencias de tres o cuatro palabras que se cuelan en el relato para resaltar esa velocidad –o voracidad– con que accionan tanto la vida como la enfermedad, el pensamiento como las emociones.
Muertes y sistemas de la vida
La primera muerte relatada es una del pasado, de la madre biológica de Ella. Como parte de esa misma escena, se conoce un pacto secreto entre el Padre y su hija, debido a una promesa que él hizo a esa madre biológica antes de morir: Ella, única hija de ambos, estudiará lo que quiera y él pagará sus estudios. Cumplirá su promesa, aunque
ocasione un desequilibrio en el futuro sistema familiar.
De inmediato se advierte que el sistema nervioso de Ella no es el único afectado. En un mundo de “adictos al cuerpo”, hay varios sistemas que interactúan y adolecen carencias. Advierte el epígrafe de Richard Feynman: “Un sistema no tiene una sola historia sino todas las historias posibles”. Cada personaje es un sistema que interactúa con otros sistemas (o personajes), que a la vez se insertan o son parte de otros sistemas: sus historias, sus tiempos y espacios. Efectivamente, habitan realidades paralelas, tiempos y espacios paralelos. Por una parte, porque Meruane intercala episodios que ocurren en un país del presente y en uno del pasado. Ella, junto a Él, viven en el presente, pero el país del pasado tiene tal influencia en su presente que puede ser una de las causas por las cuales no logra avanzar, por ejemplo, en sus estudios. También influye en su desgastada relación con Él. Los
sistemas hacen cortocircuito todo el tiempo. Pueden estallar o desactivarse. Pueden perder el equilibrio.
Ella es una astrofísica que escribe su tesis sobre ciencias planetarias, constelaciones radiantes y “el pulverizado universo de la física”. Pero no encuentra tiempo o concentración. Sueña con “seis meses libres. Quedarse en casa sola con sus dos manos”. Él, su pareja, ya ha perdido la esperanza. Una fórmula llega para descartar la anterior y así colapsan ideas, teorías, ilusiones… Además, Ella necesita alguien que la guíe, un director o, mejor aún, una enfermedad. Grave, pero pasajera. Enfermarse lo suficiente como para pedir una licencia que la libere de otras obligaciones.
Sobre esos dos mundos, dice Meruane: “En cuanto a la diferencia entre los lugares del pasado y del presente, me interesaba marcar el tiempo en que Ella los habita y cómo esa distinción, en la temporalidad del espacio, es arbitraria y reversible. El lugar del pasado se vuelve el presente de la protagonista en cada regreso. Al final, el presente carga con el pasado, lo revive constantemente”. Ella ha querido dejar ese país del pasado arrancando de algo, pero, en definitiva, “en ambos lugares acontece el mismo tipo de violencia y la misma clase de problemas. Ni el presente ni el pasado son lugares ejemplares, no constituyen una alternativa o una escapatoria”, explica la autora, como si las raíces profundas del sistema estuviesen podridas. En este contexto, el dolor es la única conciencia de estar vivo.
Otros sistemas
Hay otros sistemas que sí funcionan a la perfección. Uno es el de la mentira. A Ella le han estado mintiendo toda la vida… “sin ninguna compasión”. Este es un sistema que se activa con piloto automático. No hay verdades, en realidad. No hay una verdad como no hay un remedio que sea de fiar. No hay una mente que sea de fiar. No hay un espacio ni una relación donde refugiarse. Todo huele mal. La Madre, un personaje terrorífico, lucha por exterminar una plaga de ratas. Esas mismas ratas que les meten vagina adentro a las prisioneras en “el país del pasado”. Sí. Todo huele muy mal. La enfermedad finalmente mata. El cuerpo es un organismo en decadencia. De qué otra manera se puede entender la vida sino como una bala dirigida hacia el estallido final. Hacia la extinción. Es interesante destacar, en este punto, la ciencia que permea, como un personaje más, toda la novela. Los capítulos tienen nombres como “gravedad (tiempo futuro)”, “vía láctea (pasado imperfecto”, y así actúan, estableciendo una analogía entre lo micro (íntimo, palpable) y lo macro (infinito y abstracto).

Lina Meruane No es la primera vez que esta autora aborda el tema de la enfermedad. Lo hizo anteriormente en sus novelas «Fruta Podrida» (2006) y «Sangre en el ojo» (2012).
Sin nombres propios
Como un estudio sociológico desplazado hacia la literatura se entiende la tendencia a nombrar personajes sin nombres propios. Coinciden “Él” y “Ella” con los protagonistas de la novela «Mañana tendremos otros nombres», de Patricio Pron, a quienes también bautiza con pronombres personales en tercera persona. El autor, ganador del Premio Alfaguara 2018, explora la relación de pareja –entre “Él” y “Ella”– en una realidad donde se imponen las redes sociales como nueva forma de comunicación. Se advierte, así, el grado de despersonalización que alcanza la literatura contemporánea.
Del mismo modo, en la obra de teatro virtual «WhatsApp, Amor» ( Jessica Atal, 2016), los protagonistas responden a los sustantivos genéricos de “Hombre” y “Mujer”. Más allá de describirlos como seres únicos e irrepetibles, esta tendencia busca develar la homogeneidad que permea a los individuos en sociedades modernas. Una sociedad enferma, insatisfecha, con seres que no están contentos ni en un lugar ni en otro, ni con una pareja ni con otra. La relación de Hombre y Mujer, en este caso, está marcada por obsesivos mensajes, supuestamente amorosos, pero que reflejan una manera enferma y compulsiva de comunicación virtual, que va dando espacio al vacío, al distanciamiento, a la no comunicación, a fin de cuentas.
Con esta novela, la autora da un salto a quemarropa, sosteniendo como telón de fondo que lo raro no es morir, sino vivir. El lector es testigo de una sucesión espeluznante de muertes (y sus respectivas enfermedades) que sufren miembros de una familia.
Según Meruane, la ausencia de nombres propios se impuso desde un inicio: “Ni los pensé ni los construí como personajes en un sentido convencional. Me interesaba subrayar el rol que tenía cada uno en el sistema familiar”.
Internarse en el «Sistema Nervioso» de Lina Meruane es habitar muchos sistemas que confluyen en un universo de dolor. Un dolor que, más allá de lo físico, atraviesa todas las dimensiones de la vida. Esta obra es, en pocas palabras, un manifiesto sobre el dolor de la existencia, siempre sustentada en un precario equilibrio, de cuerpos, al fin y al cabo, frágiles e imperfectos, condenados a la extinción. Fascinante resulta cuestionarse la relatividad, la interacción, la coagulación, la disolución, y buscar entender el organismo humano más allá de lo que es: un complejo sistema de signos.

«Sistema Nervioso», de Lina Meruane. Literatura Random House. Santiago, 2018. 277 páginas.