

Artista y restauradora dedicada por años a la investigación arqueológica, Francisca Gili está hoy recreando, con técnicas contemporáneas, objetos ancestrales de uso cotidiano y ceremonial, entre ellos, Jarros Pato, botellas silbadoras o “contenedores musicales”, como los Manchay Puito. Son piezas presentes en numerosas culturas prehispánicas de nuestro continente.
Por_ Marilú Ortiz de Rozas
Fotos_ Nicolás Aguayo
Un punto en común que tienen los pueblos andinos y los de las zonas bajas del Amazonas es que consideran a los artefactos que utilizan diariamente, así como a los objetos que tienen un diseño en su superficie, como seres vivos. Por ejemplo, las tribus amazónicas ven personas en todo lo que está pintado con motivos geométricos, como las serpientes o las hojas, y por eso decoran sus vasijas y pintan sus cuerpos. El antropólogo francés Claude Lévi-Strauss (1908-2009), que pasó un tiempo estudiando al pueblo Caduveo en la Amazonia brasilera, menciona en su libro «Tristes Trópicos» que las pinturas faciales de esta tribu eran el rasgo más sobresaliente de su sofisticada cultura, a pesar de su progresivo e irremediable proceso de deterioro. “Había que estar pintado para ser hombre; el que permanecía al natural no se distinguía de los irracionales”, subraya Lévi-Strauss.
Estos temas apasionan desde muy joven a Francisca Gili (Santiago, 1983), quien, luego de estudiar arte en la Universidad Católica, se especializó en restauración y luego en arqueología. “Tengo grabada en la memoria una visita que hicimos –cuando estaba en el colegio– al Museo de Arte Precolombino, y por años busqué en ese lugar las piezas que vi en esa exposición, que era de chamanismo. Más tarde comprendí que era una muestra temporal”, recuerda con humor esta artista cuyas inquietudes la llevaron también a cursar un magíster en Arqueología con mención en Antropología en la Universidad Católica del Norte. Desde hace 15 años se dedica a la restauración de piezas arqueológicas y poco a poco empezó a integrar en su actividad creadora todos sus intereses.

Serie Botellas Silbadoras, una técnica que la artista e investigadora aprendió en Perú.
Trabajando en el sitio de El Olivar, en la región de Coquimbo (donde se encontraron en 2014 nuevos restos arqueológicos y antropológicos, que lo llevaron a ser catalogado como uno de los yacimientos más importantes de Sudamérica de los últimos tiempos) conoció al arqueólogo Javier Tamblay. Su investigación sobre el Jarro Pato gatilló en Francisca Gili el anhelo de reinterpretar esas piezas, retomando el quehacer manual del artista. Con apoyo de Fondart, entre 2018 y 2019 concibió y creó una serie de treinta piezas en cerámica gres, que llamó «Contenedores de Fertilidad». Cumplen la función de obra de arte y objeto utilitario a la vez, tal como siempre lo fueron para las culturas que les dieron vida.
Asociado a los ritos de la mujer
En su estudio, Javier Tamblay afirma que el Jarro Pato es compartido, a lo largo de la Cordillera de los Andes, desde Ecuador hasta nuestro país, por las culturas Chorrera, Nazca, Inca, Diaguita, Molle, Llolleo y Mapuche. Hay elementos, como el “asa puente”, presentes en todos estos artefactos creados por estos pueblos ceramistas, pero, con el tiempo, cada uno desarrolla atributos propios que los distinguen.
Actualmente, la tradición sólo sigue viva en el universo mapuche, donde el Ketrometahue (Ketro: Pato/ Metahue: Jarro) se sigue usando, siempre asociado a la mujer y a sus ciclos. “Cuando las niñas son pequeñas reciben su primer Jarro Pato, chiquitito, y al momento de su primera menstruación, les regalan uno de verdad, y éste tiene por objetivo acoger todos los líquidos asociados a los ritos de su femineidad, como el agua con la que bañó por primera vez a su hijo”, explica Gili, aludiendo al origen del nombre que da a sus creaciones. En sus Contenedores de Fertilidad reinterpreta con materiales contemporáneos este elemento ancestral. A la vez, la artista abordó esta labor en momentos en que ella misma fue madre de sus hijos, hoy de cinco y dos años, lo que potenció su trabajo creativo.
Cada una de estas piezas únicas tiene un tamaño aproximado de 15 x 25 centímetros y se establece un diálogo entre las técnicas y morfología prehispánicas con algunas modernas, como los esmaltes de alta temperatura y los diseños creados con reserva de cera (similar al batik pero aplicado a la cerámica).
Botellas silbadoras y Manchay Puito
Tras esta primera serie, la artista se encuentra hoy trabajando en una segunda etapa, que conduciría a una muestra y a una instalación, abordando esta vez las «botellas silbadoras». Éstas son piezas de cerámica que tienen la particularidad de emitir una especie de silbido, lo que conecta a Francisca Gili con otra vertiente de sus intereses, puesto que participa desde 2004 en La Chimuchina. Este proyecto, fundado por el compositor e investigador musical José Pérez de Arce (1950) –a quien considera su maestro– tiene por fin el rescate y reinterpretación de la música ancestral indoamericana.
“En 2017 partí a una residencia en Perú a trabajar con el artesano Alfredo Najarro, reconocido especialista en la tecnología de estas botellas que silban, tema en el cual ahora he podido profundizar. En este sentido, la cuarentena me ha venido muy bien”.
La trayectoria de Francisca comenzó hace una década. Empezó a modelar sus primeras obras en 2009 y siete años después tomó clases con Marcela Delgadillo, ceramista e integrante del Taller HuaraHuara. Sus creaciones fueron incluidas en las exposiciones «Azul», «Blanco y Oro» y «Elemento», de ESTEKA, en 2016, 2017 y 2019.
Su próximo desafío será recuperar la tradición de Manchay Puito, proveniente de la zona del Cuzco, que consistía en hacer música soplando en una quena o flauta de hueso que se colocaba en un gran contenedor de cerámica con agua. Éste tenía orificios para meter las manos; en tanto, la quena se introducía por el gollete. “Era una práctica demonizada en su época, pues se le asocian relatos tenebrosos, como la historia de un cura que tocaba el Manchay Puito a su enamorada, a la que habían matado por pecadora. También creo que este rito les permitía conectar con los ancestros, pero esta tradición fue violentada por el proceso de extirpación de idolatrías”. A futuro, la artista proyecta crear ocho de estos contenedores para usarlos en presentaciones de La Chimuchina.

Francisca Gili interpretando una melodía con su «Manchay Puito del Mapocho», obra que fue seleccionada para la muestra «Elemento», organizada por ESTEKA, en 2019.
Respecto a la arqueología en nuestro país, Francisca Gili destaca que Chile tiene riqueza arqueológica en cada uno de sus valles, pero lamenta que estos descubrimientos no se divulguen lo suficiente. Esto incide en el hecho que la población no valore este patrimonio e, incluso, muchas veces lo ignoran por completo. “En Chile, la arqueología sigue siendo una disciplina muy orientada a la ‘ciencia pura’, y la difusión que se hace de las investigaciones radica en publicaciones científicas, en un lenguaje muy técnico, dirigido a especialistas. Hace falta una difusión para todo público. De hecho, cuando uno busca información precisa sobre algún pueblo originario nacional, cuesta mucho encontrarla”.
Por lo mismo, con Paola González, arqueóloga y abogada, encargada del rescate arqueológico de El Olivar, y con el patrocinio de la Asociación Indígena Cultural Elke, crearon el año pasado «Alfarería del sitio arqueológico El Olivar. Memoria renacida a partir de sus fragmentos», una publicación de divulgación masiva. En ella invitan a conocer parte del importante legado alfarero heredado del pueblo Diaguita, recientemente excavado en ese lugar, con el fin de aportar al proceso de reconocimiento y resguardo de los saberes indígenas de la región. Financiado por Fondart, el objetivo ulterior del proyecto y de la publicación es “propiciar un proceso de apropiación cultural y empoderamiento que permita sostener la continuidad de esta tradición a partir del trabajo con los alfareros locales y la comunidad en general”, concluyen.