


Vista de la exposición, «Covered in Time and History: The Films of Ana Mendieta» © The Estate of Ana Mendieta Collection, LLC.,Courtesy Galerie Lelong & Co., photo: Mathias Völzke
Un día de 1973, en una vereda de Iowa, apareció una mancha de sangre que sugería un suicidio. Era un charco que se repartía en varias direcciones y en el que flotaban pedazos de vísceras, como si fuera la obra de un cuerpo estrellado contra el cemento. La lectura de la escena era obvia, pero los peatones que pasaban por el lado apenas miraban: algunos subieron la vista hacia el edificio esperando ver indicios de la tragedia, alguien removió los restos con su paraguas y el resto –la mayoría– siguió de largo sin disminuir el paso. Con ese experimento, la artista cubana Ana Mendieta (1948-1985) hizo visible una realidad feroz: que el ser humano puede ser indiferente a los otros, a la violencia, a la muerte.
La secuencia es parte de «Moffit Building Piece» (1973), uno de los varios trabajos fílmicos que realizó la creadora y que registró, como un documental, escondida en el asiento de un auto. Eran los años 70, y mientras en el mundo corría sangre en dictaduras, guerras y conflictos repartidos por los cinco continentes, a nivel doméstico las jóvenes comenzaban a izar la bandera del feminismo. Ana Mendieta, mujer y latina en un universo artístico predominantemente masculino y blanco, fue visionaria: la violencia de género de la que hoy tanto se habla no tiene que ver sólo con la que se ejerce contra el cuerpo femenino, es también su invisibilización.
Su propia obra, olvidada durante años, evidencia esa realidad que poco a poco ha ido cambiando. Luego de una seguidilla de exposiciones en lugares como el Whitney Museum, de Nueva York; la galería Hayward, de Londres; la Martin Gropius Bau, de Berlín (uno de los centros de arte más relevantes de Europa), realiza por estos días una retrospectiva de su obra visual, compuesta por performances grabadas y trabajos de videoarte que la artista hizo entre 1971 y 1981, sus años más prolíficos. Pionera del Body Art, del Land Art y de la performance; fotógrafa y escultora, Mendieta ha vuelto a figurar, 32 años después de su muerte, en parte, gracias al trabajo que han hecho museos y galerías de todo el mundo para rescatar el aporte de múltiples artistas mujeres que la historia del arte fue silenciando.
En la muestra «Covered in Time and History», que en octubre estará en el Jeu de Paume, de París, se reúnen 26 de los más de cien videos que la creadora realizó y en los que exploró, a partir de diferentes formatos, conceptos y métodos, uno de los asuntos que más la inquietaban: qué significa vivir y ser humano.
«Burial Pyramid» (1974), uno de los trabajos que abre el recorrido, es una toma fija del cuerpo de Mendieta enterrado desde el cuello a los pies bajo capas de pasto, tierra y rocas. Sus ojos cerrados y su postura corporal –acostada boca arriba– hace pensar en la muerte: un cuerpo en posición vertical en relación al suelo es sinónimo de vida; un cuerpo que yace horizontal en contacto con la tierra es indicio de muerte. Pero la artista reta esa idea: lentamente comienza a sacudirse en movimientos que remueven las rocas y que sugieren una cópula, como si el contacto físico con la tierra la reviviera, como si una nueva energía naciera del empalme entre el ser humano y la naturaleza.

«Creek», 1974. Super 8 film, colour, silent.
El entorno natural y la relación del cuerpo con él es una idea que aparece de manera constante en su obra, como en la serie «Silueta», filmes de 1979 hechos en formato Super-8 y en los que juega, usando el fuego como metáfora, con la idea de la fugacidad y la desintegración de lo corpóreo: como lo dice el título, la cámara enfoca siluetas humanas hechas con paja u otros materiales orgánicos que se van quemando. Es una de sus formas de crear narrativas en torno a la idea de la memoria y la historia, fuerzas capaces de hacer frente a la finitud y a la fragilidad de una vida que, tal como la paja extinguida por las llamas, es consumida por un paso del tiempo inclemente.

«Sweating Blood», 1973. Super 8 film, color, silent.
SUDAR SANGRE
Al final de la exposición, un dato biográfico en un panel cambia la lectura de la muestra: Ana Mendieta se habría suicidado lanzándose desde el piso 34 de su departamento de Nueva York. La aparición de sangre en varios de sus videos adopta una dimensión escabrosa, como si en vida hubiera intuido su final –es cosa de pensar en la obra sobre el supuesto suicidio–, como si esas manchas rojas hablaran de un alma atormentada. Su vida de inmigrante cubana en Estados Unidos, hija de perseguidos políticos del régimen de Fidel Castro y mujer de Carl Andre, escultor estadounidense minimalista de renombre (que, dicho sea de paso, muchos creen que la habría asesinado), cruza sus trabajos de maneras múltiples. Con ese relato personal de fondo, el uso de la sangre, según explicó en 1980, tiene que ver con su biografía.
“Siento que toda mi vida ha estado dirigida por fuerzas fuera de mi control. Quizás eso me hace querer tomar el control de manera más enfática. Pensé que debía representarlo y trabajarlo desde mi propia experiencia, con mis propias fuentes. Empecé inmediatamente a usar sangre, imagino que porque es algo muy poderoso y mágico. No la veo como una fuerza negativa”, dijo en la revista «Village Voice». En videos como «Blood Writing» o «Blood Sign», ambos de 1974, la artista usa ese fluido para escribir dos frases inquietantes: “Hay un diablo en mi interior” y “Ella fue amada”. Las palabras se deforman en gotas rojas que caen y que dibujan tragedias imaginarias en la mente del espectador: una artista torturada por demonios incontrolables (una depresión, un trauma),una mujer asesinada por su amante.

«Blood Writing», 1974. Super 8 film, colour, silent.
En el video «Sweating Blood» (1973), Mendieta escenifica la violencia mostrando su rostro ensangrentado en un primerísimo primer plano. Como lo sugiere el título, se trata de una mujer que transpira sangre, quizás, como si el terror fuera connatural al cuerpo femenino. Es una lectura posible, pero el uso de la sangre también tiene que ver con su interés por los rituales, por las culturas tribales y sus formas de espiritualidad. «Blood Inside Outside» (1975) es un ejemplo: durante cuatro minutos, Mendieta pinta con sangre su cuerpo desnudo al borde de una laguna, en una especie de liturgia pagana. Varios de sus trabajos asociados al Land Art (corriente en la que el paisaje y la obra de arte se funden) remiten a rituales con tierra, fuego, agua y vegetación, en los que la presencia humana aparece bajo la forma de su propio cuerpo o de siluetas dibujadas, esculpidas o cavadas en el suelo.
El título de la muestra, «Covered in Time and History», remite a una frase que la artista dijo a propósito de una de sus primeras piezas de videoarte (en la que trabajó la idea del paso del tiempo a partir de una tumba azteca), pero en vista de cómo su nombre permaneció sepultado por décadas, podría decirse, literalmente, que su figura estuvo cubierta por el tiempo y la historia, relegada a ser estudiada en los círculos feministas, arrinconada, como muchas otras creadoras, en los márgenes del arte. El renacer de la obra de Ana Mendieta, cubana, feminista y exiliada, habla de cómo el establishment artístico ha ido reconociendo una verdad innegable: que la historia también ha sido escrita por mujeres e inmigrantes.