

Son gigantes, cantan mientras cruzan los mares y de ellas se nutre «Greta». La obra, parte del programa Ciencias + Artes + Audiencias, combina el conocimiento científico de los cetáceos con la adrenalina teatral. Estará en el nuevo Mori Recoleta hasta el 28 de julio.
Por_ Marietta Santi
Moby Dick, la ballena que se tragó a Jonás, las trempulcahue de la mitología mapuche, la constelación de la Ballena o Cetus. Éstas son sólo algunas de las ballenas que pueblan el imaginario literario, simbólico y mitológico del ser humano. Y cómo no, si se trata de un ser asombroso: enorme pero delicada (su cuerpo vibra entero cada vez que algo toca su piel), capaz de aplastar, pero no de morder (la mayoría no tiene dientes), a lo que se suma un canto maravilloso que sólo recientemente los científicos están logrando descifrar.
No resulta extraño que esta especie mamífera y acuática sea el centro de atención de la segunda entrega teatral del programa Ciencias + Artes + Audiencias, idea original del periodista y crítico de artes escénicas Javier Ibacache, con la coproducción de Puerto de Ideas, Teatro del Lago y Corporación Cultural de Quilicura. La iniciativa comenzó en 2017 con la preparación de la obra «Réplica», de Isidora Stevenson (premiada como mejor dramaturgia por el Círculo de Críticos de Arte 2018), y seguirá en 2020 con una tercera producción, enfocada en la astrofísica, que será escrita por Gerardo Oettinger.
Explica Ibacache: “Si en «Réplica» el foco estaba puesto en el futuro, en «Greta» la mirada se dirige hacia el pasado. Y si en «Réplica» se abordaban temas propios de la Inteligencia Artificial y de la Neurociencia, en «Greta» se indaga desde la biología en el ecosistema de las ballenas, consideradas una de las formas más evolucionadas de Inteligencia Animal en tanto algunos cetáceos tienen conciencia de sí mismos y transmiten cultura –como ocurre con el canto de las jorobadas– según sugieren varios estudios. Siempre han estado allí, antes que la especie humana, y las investigaciones en profundidad datan de hace pocas décadas”.
A cargo de la dramaturgia está Ximena Carrera («Medusa», «Lucía», «Ningún pájaro canta por cantar»), quien en mayo de 2018 comenzó una acabada investigación y en forma paralela escribió el texto. En enero de este año, la pieza tuvo una lectura dramatizada en el Festival Quilicura Teatro Juan Radrigán, en mayo se pre-estrenó en el Teatro del Lago y ahora tiene una temporada hasta el 28 de julio en el nuevo Teatro Mori de Recoleta.
Y como en algunas especies de ballenas es fuertísimo el matriarcado, la dramaturga escribió una historia protagonizada por una madre y sus hijas. Los personajes son interpretados por Coca Guazzini, Katherine Salosny, Carmina Riego y Daniela Lhorente, bajo la dirección de Constanza Brieba y Jorge Díaz.
El conflicto se desata cuando las cuatro mujeres enfrentan el varamiento de una ballena jorobada en la costa, cerca de la casa de la madre. La presencia del enorme cetáceo las transporta al pasado no resuelto, donde aún habita el amado padre y esposo oceanógrafo que un día, hace 20 años, desapareció para siempre. Él amaba tanto las ballenas que a cada una de sus hijas la nombró como alguna: Azul es la mayor (Salosny), bella y rápida como su homónima; Yubarta (Riego), como se les dice a las jorobadas, es la segunda, poco agraciada pero graciosa; y Delfina (Lhorente), la tercera, llamada así porque parece ser de otra familia. La madre (Guazzini) –no podía ser de otra manera– se llama Greta, como la ballena del Museo de Historia Natural.

Elenco: Daniela Lhorente, Carmina Riego, Coca Guazzini y Katherine Salosny. Foto: Noli Provoste
La obra está ambientada con videos de majestuosos cetáceos, que se proyectan en una gran pantalla ubicada en el fondo del escenario. A eso se suma el espacio sonoro, creado por Miguel Miranda a partir de su famoso canto y que integra registros hechos en el extremo sur de Chile por la Fundación Meri y la oceanógrafa Susannah J. Buchan.
Ballena fragmentada
Javier Ibacache enfatiza que la ballena ha estado presente en el imaginario de distintas culturas, ocupando un espacio significativo en la cosmovisión de los pueblos originarios que residían en la costa chilena: “Se han asociado con los mundos más allá de la muerte, dado que viajan por zonas del océano inaccesibles para nosotros”.
Agrega que su caza con fines comerciales dio forma a una subcultura vinculada con las ciudades y los puertos balleneros, donde primó el machismo “proyectando de manera inconsciente en la ballena un poder atávico”. Hoy –destaca Javier– “la ballena es uno de los mamíferos amenazados por la contaminación acústica y de residuos generada por el hombre y, por lo mismo, se ha convertido en un símbolo como una especie inofensiva que padece el impacto de otra especie, la nuestra”.
El proyecto se basa en una idea original del periodista y de la dramaturga Ximena Carrera, y es el resultado de una investigación en torno al ecosistema de los cetáceos, junto a profesionales chilenos del ámbito de la biología marina, además de la revisión de casos de varamientos de ballenas y textos especializados.
Carrera nunca ha visto una ballena de cerca, sólo ha vislumbrado una cola a la distancia. Su única relación con ellas era el repudio a su exterminio. Por eso se sumergió, junto con Javier, en un largo proceso de investigación, que contó con lecturas de libros científicos y de ficción, además de artículos de prensa. Entre los títulos de no ficción menciona «Leviatán o la ballena», de Philip Hoare, distinguido por la BBC como el mejor libro de no ficción publicado en Reino Unido; y «La ballenera de Quintay», de Marcela Küpfer y Carlos Lastarria.

Foto: Gentileza Teatro del Lago
También releyeron «Moby Dick», la famosa novela de Herman Melville, y se encantaron con «El camino de la ballena», del chileno Francisco Coloane (Premio Nacional de Literatura 1964). “Coloane tenía una fijación importante con el mundo austral y las ballenas. En esa novela aparece una idea muy romántica de que las ballenas cuando varan están queriendo volver al origen, porque antaño fueron mamíferos de tierra”, cuenta la dramaturga.
Para complementar, sostuvieron entrevistas con dos especialistas: Jhoann Canto, curador jefe del Área de Zoología de Vertebrados del Museo de Historia Natural; y Juan Capella, biólogo marino especializado en fotografiar ballenas jorobadas.
En esta ardua búsqueda apareció el tema de la maternidad, que marca el texto e impresionó a Ximena: “Leímos un artículo de una ballena que dio a luz una cría que alcanzó a vivir sólo unas cuantas horas, y la ballena la trasladó lanzándola hacia arriba por 17 días. Eso refleja un amor de madre loco, y me encantó”.
Tres son los ejes que cruzan la dramaturgia: científico (comportamiento de las ballenas, ecosistema, morfología); antropológico, referido a las culturas originarias de Chile (cada cultura tuvo una aproximación a la ballena) y mitológico. “La ballena ha estado presente desde el origen de los tiempos, es un animal monstruoso por su tamaño, pero a la vez tiene una aparente ternura. Salvo los cachalotes y las orcas, el resto de las especies de ballenas no tienen dientes”, explica.
Para estructurar el texto, la autora se inspiró en el misterio que las acompaña, y en esa sensación indefinible que produce verlas sólo por partes. Comenta que “si bien hay un relato lineal intercalado con monólogos, la obra habla de ver a la ballena por trozos. Lo mismo sucede en la obra, donde hay reveladores ‘flashazos’ de las protagonistas”.
Todo este corpus de conocimientos y materiales se decantan en la a veces tensa relación de las hermanas Azul, Yubarta y Delfina, con su madre. Momento a momento la obra revela parte de sus vidas y, en paralelo, hace lo mismo con el mundo de las ballenas. Así, el público sabe de los dolores humanos, pero también se interna en el fascinante universo de los cetáceos.
Los datos científicos se cuelan orgánicamente en los diálogos, y los espectadores aprenden sin darse cuenta. El goce de ver buen teatro se mezcla con el placer del conocimiento.