

Desde hace mucho que nos miramos en los aterradores espejos de nuestro inconsciente y por eso el Doble habita frecuente en los relatos universales. El cine, para peor, les da existencia física.
Por_ Vera-Meiggs

REPETICIONES
«La otra», como también «El socio», conoció versión en Hollywood. La protagonizó Bette Davis (que ya había hecho en 1946 dos hermanas gemelas en «Una vida robada») bajo el gran guiñolesco nombre
de «¿Quién yace en mi tumba?» (Paul Henried, 1964), cuyo título en inglés es el mismo de «Mortalmente parecidos»: «Dead ringers».
Abajo, la versión original filmada en 1946 por Roberto Gavaldón.
Dos gemelas separadas por las circunstancias de la vida se reencuentran en el funeral del marido de una de ellas, la rica, mientras la pobre es pretendida por un detective. Empujada por el resentimiento, la pobre decide suplantar a la rica, lo que significa abandonar para siempre a su enamorado, por eso su sorpresa será mayúscula cuando el detective se haga presente en la casa de la rica para interrogarla sobre la desaparición de su hermana… ¿O existe otra razón para su inesperada presencia? Esto que parece un melodrama mexicano es una película con Dolores del Río, filmada en 1946 por Roberto Gavaldón, llamada «La otra» y producida, con toda intención, en México, para formar parte del género melodrama de aquel país. Las repeticiones y los espejos abundan en la suntuosa casa del relato, los espejos y las sombras, lo que da una sensación de inquietud permanente a toda esta historia de la que Gavaldón obtuvo su obra maestra. Ya se había preparado antes filmando la primera de las adaptaciones de «El socio», famosa novela del abogado, periodista y escritor chileno Jenaro Prieto, otra historia en que un ser que no existe termina imponiéndose sobre uno real.

«Mortalmente parecidos» (1988), de David Cronenberg.
¿Pero qué es lo real? Toda imagen es una imitación. De preferencia de algo que está ausente, pero que se vuelve presente a través de ese recurso: su imagen, que es también una semejanza. Por esto una imagen debiera ser algo único, porque existe en la experiencia perceptiva de un individuo único e irrepetible. Cada uno de nosotros percibe un mismo objeto de distinta manera, porque somos parecidos, pero no repetidos. No somos como las moscas, que existen iguales desde hace millones de años y cada una de ellas es una clonación de otra. Nosotros, en vez, disfrutamos nuestra unicidad y el individualismo es una característica de la especie humana, altamente diferenciada del resto de los mamíferos. El siglo XIV europeo comenzó a explorar el retrato individual, que el siglo XXI está llevando hasta el exceso de la disolución social: cada uno para su selfie y una selfie para cada uno. Pero ¿qué ocurre cuando encontramos a alguien idéntico a nosotros mismos? Ocurre el horror, es decir lo que no debería suceder. Toneladas de mitos, de psicoanálisis y de filosofía de la buena y de la otra, pasan por los reflejos especulares de nuestra mente, de nuestro amigo imaginario, de nuestro Ángel de la Guarda, de nuestros demonios, más o menos interiores, que se vuelven exteriores cuando el Otro Yo adquiere un poder al que no podemos substraernos.

«La doble vida de Verónica» (1991), de Krysztof Kieslowski.
Doppelgänger
Para los nórdicos es el espejo en negativo de nosotros mismos. «El estudiante de Praga», de Paul Wegener (1913), lo inaugura con gran efecto y una historia, que sigue siendo interesante, similar a la de Fausto. La oferta del demonio es tentadora y el precio de llevarse la imagen del espejo no parece demasiado alto, pero significa disociar al ser carnal del moral. La esencia del error humano. Y del horror del doble. Algo de eso prueba Buster Keaton en un mediometraje inolvidable: «El gran espectáculo» (1921), que contiene la famosa secuencia de la orquesta en la que él dirige a unos músicos interpretados por él, como también todo el público. Pero al lograr escapar de la alucinación, nunca explicada, Buster se encuentra con una realidad de multiplicaciones crecientes. Un delirio de perfección matemática y de implicancias infinitas, como un juego de fractales. Quizás la irregularidad es lo que distingue a «El gran dictador» (Charles Chaplin, 1941), pero no ha evitado su sobrevivencia al bigote circunstancial que le dio origen, aquel que compartían Hitler y Chaplin. En la película, el dictador Hinckel tiene un ignorado sosías en un barbero judío que deberá sufrir las correspondientes persecuciones, hasta que… «El pasajero» (1975), quizás el último gran título de Michelangelo Antonioni, narra la suplantación de identidad de un reportero que se transforma en traficante de armas buscando un frenesí vital que ya le resulta esquivo. En una maravillosa secuencia final ambos personajes parecen fundirse en un único destino. Distinto es el caso de «La doble vida de Verónica» (Krysztof Kieslowski, 1991), en la que dos jóvenes idénticas tienen vidas paralelas e ignoradas por la otra, aunque a fin de cuenta comparten misteriosamente algo más que el rostro.

«Goodnight mommy» (2015), Veronika Franz, Severin Fiala.
Gemelos
Las repeticiones son excepcionales en la Naturaleza, pero el cine las facilita. «Kagemusha» (1980), obra monumental del gran Akira Kurosawa. En una notable escena inicial hay tres personajes vestidos iguales y perfectamente confundibles, uno es un señor feudal de despiadada ambición y los otros dos sus sucesivos dobles, uno de los cuales, un ladronzuelo, tomará su lugar para mayor gloria del clan. Espectacular y refinada, la película obtiene sus mejores momentos del juego de máscaras y del proceso de posesión que sufre el doble. Fascinante versión japonesa del San Ginés romano.
En «Mortalmente parecidos» (1988), de David Cronen- berg, los daños corporales, que le son tan propios, los infringen dos ginecólogos gemelos (Jeremy Irons) que abusan de su semejanza para acostarse con las mujeres. Pero en el juego algo saldrá mal: uno se enamorará y el otro no.
Éxito internacional ha obtenido la austríaca «Goodnight mommy» (Veronika Franz, Severin Fiala, 2015), que tiene de protagonistas a unos gemelos de corta edad y que observan con sospecha a su madre, operada de una cirugía facial que le oculta el rostro con vendajes. ¿Es realmente ella la que está detrás de esa máscara? ¿O son ellos los enmascarados? Fascinante exploración del horror repetido.