

«Quebrantos», 2019
Intervención artística en el espacio público
Por_ Josefina de la Maza
Investigadora CIAH, Universidad Mayor
Nombres. Más de ciento cincuenta nombres escritos en el suelo de la Plaza de Bolívar, el espacio que representa el corazón de la vida civil, política y religiosa de Colombia. Los nombres recuerdan a mujeres y hombres asesinados: activistas y defensores territoriales y de los derechos humanos muertos en estos últimos años tras la firma, en 2016, del Acuerdo por la Paz –la cifra de los asesinados alcanzaba, a la fecha, cuatrocientos treinta líderes y lideresas. El acuerdo fue un avance importante con respecto al desarme de la guerrilla y al compromiso del Estado en ese proceso. Fue negociado entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC a partir de una serie de conversaciones comenzadas el 2012. A pesar del acuerdo, «Quebrantos» nos recuerda que la violencia continúa. Una cosa es lo firmado en el papel y otra son las voluntades individuales y comunitarias necesarias para materializar, en el cotidiano, lo firmado. Si bien esta obra está pensada como un duelo colectivo, como una oportunidad para conmover, para generar empatía, para no olvidar, ella también apela a la distancia que
existe entre el Estado y la sociedad o, en otras palabras, entre las estructuras que alimentan y sostienen el poder y la vida cotidiana de los habitantes de un país en guerra.
En esta obra, Doris Salcedo no estuvo sola. Al contrario, la formulación de esta acción se debe al colectivo y se constituye a partir de la colaboración y del trabajo conjunto. Sus principales aliados fueron la Dirección de Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional y la Comisión de la Verdad de Colombia, dos organizaciones comprometidas con el devenir político, social y cultural del país. A través de ellas se canalizó la participación de alrededor de trescientos voluntarios –estudiantes, gente de a pie, trabajadores– y más de setenta activistas de distintas regiones, quienes fueron clave para la articulación de la obra.
Si bien «Quebrantos» es un trabajo a gran escala, su materialidad es simple y frágil: planchas de vidrio sobre la superficie gris de la plaza.
Los nombres de los líderes y lideresas asesinados fueron delineados y cortados in situ por los voluntarios y activistas que participaron en la obra. Ese proceso, lento y también peligroso por la manipulación del vidrio, estuvo acompañado por conversaciones que, en algunos casos y de acuerdo a los testimonios de los participantes, fueron profundizándose a medida que pasaban las horas de trabajo. Una cierta intimidad se fue logrando, las miradas comenzaron a cruzarse y se llegó al convencimiento común de que para llevar a cabo una tarea difícil y delicada, es necesario confiar en el otro, haciéndose responsable de las acciones que uno mismo impulsa.
La obra, sin embargo, no terminó en el proceso de escribir los nombres en la plaza. Para completarla era necesario un gesto adicional, que estimulaba aún más la cercanía entre los participantes. El destino de los nombres trazados en los vidrios era quebrarse. ¿Cómo? A través de un abrazo. Parándose sobre los nombres, el peso de dos personas abrazadas quebraba el vidrio. Una de ellas era un voluntario y la otra un activista. Dos personas que, antes de esa instancia, no se conocían. Recordar a los muertos es necesario, sobre todo quienes murieron luchando por la justicia, la igualdad y la defensa de sus comunidades y del medioambiente. Esos nombres son, por lo general y ante el aumento de la violencia, rápidamente olvidados y la obra de Salcedo buscaba justamente lo contrario. Buscaba, como ella misma ha planteado, promover un duelo colectivo. Un quebranto no es sólo la acción o el efecto de quebrar algo, también es sentir lástima o piedad por el otro. Como se ha indicado en varios escritos sobre esta obra, el sonido de un vidrio roto produce molestia o inseguridad y desde pequeños se nos enseña el daño que éste puede hacer. Para Salcedo, el sonido del vidrio quebrado es una metáfora del sonido de los fusiles, de la guerra. Sonidos que se han normalizado: los disparos se han vuelto parte del paisaje sonoro del cotidiano. Escuchar el sonido de los vidrios quebrados y ser consciente de la procedencia de ese sonido –el nombre de alguien que murió por una causa justa– es, de este modo, un recordatorio de los dolorosos y dramáticos costos de la búsqueda de la paz y de la justicia social.