

¿Puede el cine acercarnos válidamente a otras formas artísticas sin traicionar su propia expresividad?
Por_Vera-Meiggs
El espectador común suele atribuir al documental una función utilitaria, informativa o educacional, en la que la obra es receptáculo pasivo de unos contenidos independientes de su forma cinematográfica. Pero desde hace casi un siglo sabemos que el documental, esa estrategia por la que lo verídico se vuelve verosímil, es mucho más que eso.
Veamos el caso de los documentales de arte, es decir, aquellos que dan cuenta de un autor, una obra o un intérprete específico. Pero no ya como registro pasivo de un trabajo ajeno: el documental mismo se transforma en una obra.
En fechas recientes, este género ha conocido gran desarrollo y éxito de público, algo que se ha replicado en Chile, lo que debiera dar que pensar a los documentalistas locales. Ya hemos mencionado anteriormente un ejemplo de ello: «Zurita, verás no ver», de Alejandra Carmona. Pero hemos tenido antes otras aproximaciones al mundo de nuestros creadores, siendo la más destacada «Mimbre» (1957), de Sergio Bravo Ramos, obra que funda el cine como arte en Chile y a la que Violeta Parra le compuso un acompañamiento musical notable.
Veamos lo que está sucediendo con la actual cartelera, a la que hay que prestar atención semanalmente.
«El jardín de los sueños»
(José Luis López-Linares, 2016)
Surgido a partir de la conmemoración de los quinientos años de la muerte de Jeroen van Aeken, autodenominado Hieronimus Bosch y que ahora llamamos el Bosco, este documental parece uno de esos recordatorios fílmicos con abundancia de bustos parlantes que intentan explicarlo todo: una didáctica escolar en pantalla grande. Pero rápidamente la sospecha va quedando en segundo plano dado el enorme protagonismo que «El jardín de las delicias» adquiere. Todo el documental está centrado en este enigmático cuadro, a cuya contemplación acuden distinguidos representantes de distintas disciplinas: el filósofo Michel Onfray, los escritores Orhan Pamuk, Nélida Piñón y Salman Rushdie, el director de orquesta William Christie, el folklorista Joaquín Díaz, la soprano Renée Fleming, el artista Cai Guo-Qiang y varios más.
Si bien todos opinan y proponen claves, lo importante está en la búsqueda del detalle que la cámara, siempre curiosa, va ofreciendo de la enorme cantidad de figuras que el cuadro contiene. Esto estimula a que las claves propuestas terminen planteando más preguntas. El cuadro se presenta entonces como inagotable manantial de posibilidades, como un laberinto de interpretaciones y un universo de detalles caprichosos que a veces no se observan en la directa contemplación de la pintura. El ecléctico montaje musical agrega interés contrapuntístico al recorrido por este jardín pictórico de dimensiones infinitas.
Indispensable y fascinante aproximación a uno de los mayores monumentos de la imaginación visual producidos en todas las épocas. Lleva meses exhibiéndose en forma intermitente en el Cine-Arte Normandie y siempre tiene público. Se comprende fácilmente por qué.
«Sigo siendo»
(Javier Corcuera, 2017)
Hacer un documental sobre el folclore del propio país es un riesgo alto de caer en la tarjeta postal, en el chovinismo, o en el registro puramente antropológico, es decir nada muy creativo. Pero en este caso hay detrás de la operación un documentalista de tomo y lomo que sabe conducir parsimoniosamente su proyecto hacia el descubrimiento de la belleza vital y humana de la expresión popular. El hecho de que el cineasta peruano ha desarrollado su premiada carrera principalmente en el exterior, hace que observe su patria con mirada distanciada y cariñosa, lo que le evita los excesos del pintoresquismo.
Propone un recorrido posible tras algunos cultores de la memoria musical tradicional de su amplio y riquísimo país. El seguimiento de sus humildes y dignos intérpretes sostiene el interés por más de dos horas, lo que da una medida del logro cinematográfico obtenido por Corcuera. Desde la Amazonía, hasta la desértica costa, desde los valles incaicos a los vericuetos de los barrios populares limeños donde se cultivan los ritmos afroperuanos.
La emoción armónica, el ritmo tiránico, el pálpito casi involuntario de la música plebeya permiten entender algo de las razones que hacen del Perú un territorio privilegiado de la voz musical (Luigi Alva, Juan Diego Florez, Yma Sumac, Lucha Reyes, Eva Ayllón, etc).
Exhibido a sala repleta el año pasado en la inauguración del Festival de Cine Chileno-Peruano, este documental de tan bello título (debido al escritor José María Arguedas, como se explicita al comienzo) no ha tenido distribución local, lo que es una pena, pero es alcanzable a través de la web.
«Maria Callas en sus propias palabras»
(Tom Volf, 2017)
Éxito sorpresivo ha alcanzado en los cines este retrato audiovisual creado a partir de textos de la propia Maria Callas (recitados en algunos casos por Fanny Ardant, quien ya había interpretado brillantemente a la soprano en «Callas forever» (2002), de Franco Zeffirelli) y de materiales filmados, casi todos inéditos y de origen privado, a menudo “pirateos” de alguna función. Se agradece mucho la calidad de la restauración de estos fragmentos, siempre asumidos como tales por el encuadre que deja ver su origen. El montaje de los textos añade interés, incluso para quienes poco o nada sepan de la cantante y permite algunos momentos de emoción y de cine auténticos, como en la sentida declaración de amor que ella le hace a Aristóteles Onassis, mientras a él lo vemos apareciendo por primera vez de la mano con Jacqueline, viuda de John Kennedy.
Pero todos queremos escuchar a Callas y ella se nos ofrece en algunos fragmentos conocidos que bastan para justificar la leyenda: «Casta diva» («Norma», de Bellini) en la versión de una gala en la ópera de París en diciembre de 1958, aquí mostrada por primera vez en colores; una «Habanera» («Carmen», de Bizet) de tono fresco y picaresco, y un emocionante «Vissi d’arte» («Tosca», de Puccini) en una de sus últimas versiones, que puede ser interpretado como el lamento de la propia Callas ante su destino de diva sacrificada a los deseos de un público inclemente. En realidad, cada una de sus entregas es también un trozo de biografía personal y eso hace crecer el valor de este montaje notable.
A diferencia de Luciano Pavarotti, que era sí mismo dentro y fuera del escenario, la Callas era una actriz excelsa y aquí se nota. Dotada de un carisma escénico único y de una fotogenia privilegiada hace lamentar que no haya dejado más registros audiovisuales.
Desde estos archivos resurge una Callas que vuelve a confirmar su magisterio artístico, pero agrega una dimensión íntima, que si bien no explica su genio, lo humaniza y por eso resulta conmovedora. Una vez más.
«Michelangelo infinito»
(Emanuele Imbucci, 2018)
Como contraste con los ejemplos anteriores, este documental dramatizado no disimula su afán educativo y en eso no engaña a nadie. La vida y obra del primer hombre llamado genio por la posteridad aparece aquí en una cuidada producción italiana, cuyo mérito principal corre por cuenta de las imágenes privilegiadas de sus obras, que permiten un acercamiento difícil de obtener por otros medios.
Como divulgación vale realmente la pena.
Tres clásicos del género:
«El misterio de Picasso»
(Henri-Georges Clouzot, 1956).
Picasso se ofrece a la cámara en la plenitud de sus facultades y pinta sobre vidrio obras que sólo existen hoy en la película. Excepcional.
«De Mao a Mozart»
(Murray Lerner, 1979).
El afamado violinista Isaac Stern vuelve a China después de veinte años para enseñar interpretación. Belleza pura. Oscar 1980 al mejor documental.
«Bodas de sangre»
(Carlos Saura, 1981).
García Lorca sin palabras, pero con Antonio Gades como traductor al lenguaje del flamenco. Danza cautivante y cine en estado de gracia.
En Netflix:
«Escalera al cielo: El arte de Cai Guo-Qiang» (Kevin MacDonald, 2016)
Se impone a través de una cuota de auténtica emoción, contrapunto de los impactantes registros de la explosión de pinturas en el aire que realiza el afamado artista chino. Creador de espectáculos pirotécnicos inigualables (la inauguración de los Juegos Olímpicos de Beijing), la ambición de Cai es ir más lejos y llegar hasta el cielo. Bella aproximación a un arte efímero, espectacular y al mismo tiempo sazonado con una rara aspiración espiritual.