

Pijamas, pyjama. En plural o en singular, este atuendo de noche expresa comodidad y sosiego en su forma, su textura e, incluso, en los patrones que puede llevar impresos en su superficie. Su nacimiento, como el de toda indumentaria, depende de particulares transformaciones del espacio y especiales modos de habitarlo: los vaivenes de la luz y el clima, la valorización de la intimidad y, por estos tiempos, la cotidianidad del confinamiento.
Por_ Loreto Casanueva*
Como suele suceder en la historia de los objetos, primero es la cosa y luego la palabra. El pijama comenzó a usarse con ese nombre recién en el siglo XX, pero ya existía desde el siglo XVII. El epae-jama (“prenda de pierna”) era una especie de pantalón holgado, pero ajustado a la cintura con un cordel, que vestían tanto hombres como mujeres en Persia, India e Irán. Su función era, precisamente, abrigar las piernas, sobre todo cuando las habitaciones no contaban con suficiente calefacción. Hacia 1870, tras invasiones y viajes comerciales especialmente aquellos realizados por los ingleses–, el pijama fue adoptado en el mundo occidental como ropa nocturna masculina, bajo una luz exótica que empezó a disolverse recién hacia el siglo siguiente, cuando su uso se difundía más sostenidamente y refería al clásico “traje” de dos piezas, con camisa de apariencia de chaqueta y pantalones, en general confeccionado con franela, algodón o seda.

«An Indian Lady», India, c. 1760- 1764, acuarela. © Victoria and Albert Museum, London
Desde principios del siglo XX, y gracias a su versatilidad, esta prenda de noche empezó a lucirse no sólo para dormir sino también para viajar y salir al aire libre. Fue así como las mujeres pudieron también vestirla: hasta ese entonces era exclusivamente llevada por hombres. Hace poco más de 100 años, la modista francesa Coco Chanel creó los pijamas de playa y, como muchos de sus diseños, fueron considerados polémicos: ¿qué es eso de pasear por la costa como sonámbulas y, como si fuera poco, con pantalones, con el riesgo de ser castigadas con prisión? Con el pijama playero –como con el little black dress o las blusas a rayas negras o azules–, Coco delineaba una nueva silueta que despreciaba cualquier tipo de opresión corporal y permitía a las mujeres vestir más cómodas y, por consiguiente, las animaba a emprender muchas más actividades en la vida pública, tanto en el trabajo como en el ocio. En la década siguiente, la diseñadora italiana Elsa Schiaparelli llevó a sus creaciones ese imaginario de dormitorio y, en adelante, la estética del pijama siguió reapareciendo en colecciones de moda de uso de diario, sobre todo en medio de la revolución hippie. Así fue cómo el pijama se estableció como un atuendo también femenino.

Camisa de dormir, Inglaterra, 1874, algodón. © Victoria and Albert Museum, London
Hacia los años 40 se retoma la tradición de los largos camisones –prenda nocturna que ya se usaba a fines de la Edad Media–, pero también se instaura el pijama corto, sin mangas y con encajes y blondas: es la era del famoso baby doll. Entre los 60s y 70s, los palazzo pijamas, protagonizados por pantalones de piernas muy anchas, de satín y crepé, se lucían indistintamente en la cama y en la calle.
La historia del pijama es también la historia de las alcobas. En su libro homónimo, publicado originalmente en 2009, la historiadora francesa Michelle Perrot relata las transformaciones que permitieron que las casas –y otros tipos de edificaciones–, en distintas latitudes y en diferentes momentos históricos, concedieran un espacio reservado para el descanso y el sueño. Durante la Baja Edad Media era común que varios miembros de una comunidad durmieran en un mismo lecho y en una misma habitación. Hacia el siglo XII y, en especial, con el advenimiento del Renacimiento, se revoluciona la arquitectura doméstica y se enaltece la intimidad: nace el dormitorio privado –personal o conyugal–, un lugar cerrado que valoriza la privacidad, y que en Occidente pervive con fuerza. No es de extrañar, entonces, que el pijama se haya ido tejiendo casi paralelamente a estos hitos que determinan, por una parte, la historia material del hogar y, por otra, la de nuestra individualidad.
Imagen portada: Traje-pijama de tarde, Italia, c. 1963, seda y bordado. © Victoria and Albert Museum, London
*LORETO CASANUEVA es profesora adjunta de literatura universal en las universidades Finis Terrae y Andrés Bello, y doctoranda en Filosofía, mención Estética y Teoría del Arte de la Universidad de Chile. Es fundadora y editora del Centro de Estudios de Cosas Lindas e Inútiles (CECLI), plataforma dedicada a la investigación y difusión de la cultura material.