

Como si fuera un fotógrafo minutero de plaza, el trovador sigue capturando imágenes de la vida chilena cotidiana, ahora con «Retratos», su disco venidero. Es el cierre de un ciclo de trabajos que ha elaborado en esta década, con canciones que tienen la jerarquía de una crónica. La guitarra en el sillón marca el inicio de una próxima etapa para este cantor, que además es músico del grupo Calenda Maia.
Por_ Antonio Voland
“No hay revolución sin canciones”. La célebre frase del candidato presidencial Salvador Allende se grabó a fuego entre la concurrencia que asistió al Teatro Caupolicán ese 28 de abril de 1970, tanto así que quince años después, ya en pleno régimen militar, los jóvenes seguían enarbolando canciones como arietes en su levantamiento contra la dictadura. En ese contexto de mediados de los años 80, un músico hubo de ser tal vez el principal artífice de que esas nuevas generaciones tocaran la guitarra y cantaran.
“Se llamaba Álvaro Godoy. Poca gente sabe que él era quien publicaba los cancioneros de la revista «La Bicicleta» en esos tiempos. Tenía una condición de oído maravillosa porque iba descifrando las funciones originales y los acordes de canciones simples pero también de canciones súper complejas armónicamente, como las de Silvio Rodríguez. Fue el gran profesor de guitarra en Chile, y nadie lo conocía”, rememora Pedro Barahona (1971), trovador de larga data iniciado en el canto con guitarra en esos tiempos, como liceano del José Victorino Lastarria en Santiago. “Tenía trece o catorce años y cuando descubrí la música y la trova, «La Bicicleta» fue fundamental para mí. Por eso cuando yo mismo publiqué un cancionero con mis canciones, hice una mención y un agradecimiento a Álvaro Godoy”, agrega.
Hijo de una familia modesta de la capital (su padre era conserje y su madre criadora y dueña de casa), Pedro terminó siendo para él un nombre de pila útil únicamente para efectos formales o administrativos. Pedro fue rebautizado por sus compañeros del liceo como Tata. Es el nombre con que se le conoce en las escenas de la música popular y del canto trovadoresco. Y es el nombre con que hoy Tata Barahona está completando un tríptico de canciones con el álbum «Retratos», que presentará en escenarios durante el invierno.
“Mientras aprendía a tocar la guitarra escuchaba a Silvio Rodríguez, que fue un trovador muy presente. Me inspiré en sus tres discos («Tríptico») para hacer mi propia serie”, dice. «Retratos» cierra entonces el ciclo, sucediendo a «Fotografías» (2011) e «Imágenes» (2015), eslabones de una cadena larga de canciones que Tata Barahona ha escrito a lo largo de todas sus épocas, siempre con la mirada puesta en las contingencias. “Soy un cronista que utiliza la palabra para contar historias que ocurren en la realidad, más que un poeta de abstracciones. Desde «Acepta», la primera canción que escribí en 1985, apunté a ese lenguaje de la sencillez. Es una poesía que logra entrar y toca la fibra de las personas”, señala. Es el caso de «La mejicana», que lo puso definitivamente en los oídos del público.
Tata Barahona es contemporáneo de cantautores que van desde Francisco Villa a Alexis Venegas, con quien fue compañero en el Pedagógico. Allí descubrió la canción de Manuel Huerta, otro referente mayor de la trova en dictadura. “Estaban también Florcita Motuda, Óscar Andrade e incluso Pablo Herrera, que era más existencialista que romántico. Pero nadie como Hugo Moraga, muy destacado en el circuito, porque además abarcaba armonías en la guitarra que no se escuchaban en la trova de alguien como Eduardo Gatti, por ejemplo”.
Canciones urgentes
Producido por el músico Rafael Egaña, su compañero de armas en el grupo de música y teatro medieval Calenda Maia (que ambos integran desde los años 90), el nuevo disco lleva también la imagen en la portada que describe el tríptico de Tata Barahona: una guitarra que descansa en un sillón, blanco, celeste y gris, sobre fondos negro, blanco y rojo, respectivamente.
“Soy cantautor, profesor, y también construyo instrumentos musicales, principalmente medievales, arpas cítolas, violas. Ahora también construyo guitarras. En la carátula de «Retratos» aparece una que bauticé como Danizabeth. En los dos discos anteriores están las guitarras Undariza y María Alfonsina”. Actualmente imparte un ramo llamado Lutería Escolar en la Universidad Alberto Hurtado, donde enseña a los futuros profesores a crear métodos de fabricación de instrumentos para que los niños aprendan a construirlos y a tocar.
Y como si no fueran suficientes todas las canciones que Tata Barahona ha escrito desde esa «Acepta», en sus tiempos liceanos, «Retratos» incluye dieciocho piezas. De ellas ya ha venido interpretando en escenarios unas 13 o 14. “La gente las conoce, las pide y las canta. Pero no se habían grabado”, dice. Además, presenta ahí otra versión de «Macferri flait», una humorada que enfatiza sus condiciones teatrales obtenidas en su origen de la pieza teatral «Navidad en Brescia» que hacia el año 2000 montó como protagonista junto a Calenda Maia.
En este disco, Tata Barahona vuelve a incorporar bajo y batería, junto a arreglos para flauta dulce, un sonido presente en el propio Calendia Maia. Entre las canciones inescuchadas del nuevo repertorio destacan «Un sol carmín», dedicada a su hija menor Carmina; y «Rafaela de la luz», a Rafaela, hija de su compañero Rafael Egaña. La obra definitiva es «Calenda Maia», una composición de Barahona arreglada en el estilo medieval por los músicos de su ya histórico conjunto.

Foto: Cristóbal Braun
Basada en una historia irreal
Más que una canción, «La mejicana» es un relato hablado con guitarra. Cuenta la historia de una “mexicana”, expresión que en el argot de los traficantes de droga denomina la maniobra de quitar la mercancía a una banda rival. En este caso, el narrador es emboscado por un sujeto que a punta de amenazas con un arma blanca le sustrae la marihuana que lleva. Sin embargo, se sobrepone a la mexicana, contratacando con cuatro balazos a quemarropa. Luego el personaje tiene la mala fortuna de encontrarse cara a cara con un policía que lo descubre, dado que “la marihuana me deja los ojos terrible de rojos…”.
“Canté «La mejicana» en un encuentro de trovadores en el emblemático programa El Zócalo Nacional, de la Radio Universidad de Chile. Alguien subió un video a Youtube que se mantuvo con unas 200 visualizaciones durante un par de años. Eso hasta que un día del 2011, Nicolás Larraín y Fernando Larraín la pusieron en su programa de radio: ‘Escuchen esta canción, de un tal Tata Barahona’. Entonces el mismo video que tenía 200 visitas se viralizó (hoy alcanza los 2 millones de reproducciones). Ahí Rafael Egaña me dijo que era el momento de grabar «Fotografías»”.
–¿Tomaste la historia de algún episodio real?
“Es pura imaginación mía no más, el relato de algo que sucede en la realidad en algún momento y algún lugar, una historia que alguien pudo haber contado en la calle, en la población o en la cárcel”.

Tata Barahona junto a los integrantes del Teatro medieval Calenda Maia.
–¿Trabajas en las canciones por inspiración o por el oficio de
escribir?
“Antes de hacer «Fotografías», «Imágenes» y «Retratos», publiqué tres discos más desde el año 93. Eran casets autoproducidos, así que terminaron siendo un tríptico artesanal. Este es un trabajo de mayor profesionalización. Canciones hay muchas más. Si yo quisiera podría hacer inmediatamente otro tríptico de discos con doce canciones cada una. Más que definirme como luthier, creo que soy artesano de diferentes cosas. Sé bordar, tejer, trabajar la artesanía en cuero y alambre, fabrico juguetes. También escribo canciones”.