

A raíz de una película filmada en Buenos Aires que lo evoca y un libro que analiza su relación con Salvador Dalí, abordamos el lado B del gran músico francés: su fracaso como novelista y director de cine.
Por_Andrés Nazarala R.
Un actor porno en la crisis de los 50 escucha un cover de una canción de Serge Gainsbourg (1928-1991) grabado por él mismo años atrás, mientras pedalea su bicicleta a través de las calles de Buenos Aires. Es fanático del cantante francés y además comparte sus iniciales (se llama Sergio Garcés) y una nariz prominente que pareciera tener vida propia. Como si fuera poco, en un festival de cine conoce a una programadora llamada Jane (dotada de la delgadez y los ojos de Jane Birkin) que vuelve más hilarante la paradoja de la realidad paralela. Este dandy bonaerense, interpretado por el carismático Diego Peretti, es reflejo del astro francés filtrado por un espejo cóncavo. Un Gainsbourg sudamericano, perdido entre la miseria y el crimen, el arte y la sobrevivencia, el fútbol y el sexo, París y Buenos Aires, la gloria y la derrota.
De eso trata más o menos «Iniciales S.G.», película filmada en Buenos Aires por la libanesa Rania Attieh y el estadounidense Daniel García, que se estrenó en Argentina en septiembre. Un homenaje alienado al astro francés que entiende que el rigor contextual no tiene importancia cuando nos aproximamos a una figura que a estas alturas es más que un individuo que pasó por este mundo. Gainsbourg es una forma de vida que se mide en dosis de glamour decadentista, escepticismo y en la distancia precisa que va del codo al vaso de whisky. También en frases ingeniosas cruzadas por la casualidad. Como el “te amo/yo tampoco” de «Je t’aime moi non plus», ese himno erótico que el Vaticano quiso censurar cuando salió a la luz a fines de los 60. El periodista catalán Pere Francesch Rom se dio cuenta de su similitud con una frase que pronunció Salvador Dalí en relación a Pablo Picasso (“Picasso es español, yo también; Picasso es un genio, yo también; Picasso debe tener 72 años, yo 48; Picasso es conocido en todos los países del mundo, yo también; Picasso es comunista, yo tampoco”) y quiso investigar más sobre esos universos cruzados. Fue el punto inicial para «Gainsbourg i Dalí, Moi Non Plus» (Edicions Calligraf), investigación que termina documentando la desconocida relación entre el artista español y el músico francés.
Es que a Gainsbourg podemos encajarlo en cualquier universo y funciona: en las brumas del jazz, en la melancolía de la chanson, en el hipismo, en la contracultura, en el pop, en el punk (estuvo presente en el Olympia de París cuando Sid Vicious interpretó su retorcida versión de «My Way») o en los soleados paisajes del reggae. No hay duda. Gainsbourg es más que Gainsbourg.

Joe Dallesandro, Jane Birkin, Hugues Quester y Serge Gainsbourg, en octubre de 1975, durante la filmación de la cinta «Je t’aime moi non plus». Foto: AFP
Las escrituras de Gainsbarre
Pero definir al músico muerto en 1991 como un universo que trasciende su propia experiencia física implica resaltar sus características distintivas ocultando las singularidades que, de alguna manera, componen a otro Gainsbourg, uno desconocido y cercano a la derrota. Él mismo alteró su apellido para reflejar su lado más salvaje. En 1980 comenzó a hablar de Gainsbarre, consciente de sus excesos y de sus ansias por la destrucción. Esa versión monstruosa de sí mismo parecía aún convivir con la del genio mediático que no dudaba en asistir a todo programa televisivo que lo necesitara. Ya estaba separado de Jane Birkin y acababa de volver a París tras una larga estadía en Jamaica, donde se metió en problemas, no sólo porque grabó «La Marsellesa» en reggae (lo que sería duramente criticado en Francia) sino porque registró un par de canciones eróticas junto a Rita Marley, lo que enfureció a su marido Bob.
Su próxima provocación sería la publicación de «Evguénie Sokolov», su única novela, sátira escatológica sobre un artista que usa sus flatulencias y sus gases como técnicas para componer sus pinturas. Se trata obviamente de una mofa a las dinámicas del mundo del arte y, de alguna manera, de un auto-homenaje a la versión de sí mismo que se hundió en el camino: el pintor que nunca pudo llegar a ser porque un día descubrió que era mejor escribiendo canciones.
«Evguénie Sokolov» fue un desastre comercial y también un blanco de tiro para los críticos literarios, quienes la consideraron vulgar y vacía.
Entre el amour fou y el incesto
Como cineasta, Gainsbourg tampoco se ganó los elogios de la crítica. En 1976 adaptó su canción más popular a la pantalla y le salió «Je t’aime moi non plus». Una andrógina Jane Birkin interpreta a Johnny, solitaria mesera que vive en una casa rodante y se enamora de Krassky (Joe Dalessandro, actor fetiche de Andy Warhol), homosexual que maneja un camión de basura. A pesar de sus diferencias, entre ellos nace un acalorado romance que se verá saboteado por el novio de él. Antes que «Nueve semanas y media», el director diseña una escena erótica que incluye alimentos, con Birkin devorando un palmito chorreante mientras contempla a su amante. La cinta fue censurada por el consejo de calificación británico y tuvo una pobre acogida en el resto del mundo. La versión original, sin cortes, recién pudo verse en video en 1993.
Menos atención tuvo «Equater» (1983), su segundo largometraje, adaptado de una novela de Georges Simenon. Estimulado ahora por el calor de África, el cineasta ocasional construye un thriller erótico con aires de soft porno centrado en un aventurero que viaja a Gabón con el fin de hacer fortuna.
Un año más tarde, ya desterrado de los presupuestos del cine, el cantante se encargó del videoclip de «Lemon incest». Un plano cenital lo muestra con el torso desnudo y unos jeans celestes junto a su hija Charlotte, entonces de 13 años de edad. Están acostados sobre una cama negra. El coqueteo con el incesto y la pedofilia es el nuevo cruce de fronteras del provocador. El video está hecho con la materia prima del cine francés: el asombro por la expresión facial y el dramatismo, estimulado por los artificios del synth-pop. De pronto, Charlotte rompe el cobertor negro y lanza las plumas al aire. La cama se vuelve blanca. La devoción padre/hija deja de ser una prohibición oscura. Cuando el plano se abre vemos el contexto donde está inmersa la cama: es un bosque repleto de humo neblinoso. Llama la atención que el videoclip lleve una marca. Dice “Un film de Serge Gainsbourg”.
Las reacciones no tardaron en llegar y la prensa comenzó a especular que el cantante abusaba de su hija. Él aprovechó esos rumores para su próximo largometraje: «Charlotte For Ever» (1986), la historia de un guionista alcohólico y depresivo que piensa constantemente en el suicidio. Sólo desiste por el amor que siente por su hija Charlotte, quien lo responsabiliza por la muerte de su madre. Con una fuerte carga autobiográfica (se ve dramáticamente arruinado), el músico alcanzó su obra cinematográfica mejor lograda.
A pesar de que su salud estaba debilitada, Gainsbourg siguió dirigiendo. «Springtime in Bourges» (1987) es el registro de un show que incluye a Ray Charles y Jerry Lee Lewis, entre otros. Y «Stan the Flasher» (1990) es su última película: las desventuras de un profesor de inglés que se enamora de una de sus alumnas pero termina en la cárcel debido a su gusto por mostrar sus genitales en la calle. “Es una película dura, muy dura”, dijo Gainsbourg al momento de su estreno, sin rendirse ante los placeres del cine, su legado invisible, enterrado bajo toneladas de canciones que nunca morirán.