

Antes de morir, el activista, novelista, poeta y músico publicó el disco «I ́m new here» (2010). Diez años después apareció una remezcla brillante y vibrante, que ha sido, para muchos, el álbum del año de uno de los artistas del siglo.
Por_ Juan José Santos Mateo

Gil Scott-Heron. Cité de la musique, París, 2010.
Foto: ©Fred Toulet/ Leemage via AFP
Empecemos por lo importante. Gil Scott-Heron (1949-2011) es considerado el primer rapero. Y ello tiene como origen un defecto. El escritor se introdujo en el mundo de la música sin tener una gran voz. De ahí que probara suerte con la palabra hablada, el “Spoken Word”, sobre una base sonora con mucho ritmo pensada para dotar de mayor dinamismo cada corte. La fórmula dio origen a una nueva etiqueta que evolucionaría en el Hip-hop, y que sería categoría musical bajo la que experimentaron y experimentan miles y miles de artistas de todo el mundo. En el 2020, Scott-Heron volvió a estar de actualidad. El baterista de jazz Makaya McCraven ha actualizado y revitalizado de nuevo la voz del “Padrino del rap” con una pátina electrónica, jazz y de Trip-hop que ha sido bien recibida por fans y expertos. «We’re New Again: A Reimagining by Makaya McCraven» es, para muchos de ellos, el mejor lanzamiento musical del año pasado.
Esta celebración sirve para recordar al “Bob Dylan negro” (comparaciones siempre odiosas, pero que demuestran la relevancia de este artista en Estados Unidos), el adalid de los derechos de los afroamericanos, crítico político y cultural, denunciante de las consecuencias del consumismo, la figura rodeada de polémica por su enfermedad, su consumo de drogas, y su discurso siempre desafiante, incluso para sus propios seguidores y discípulos.
Las horas cantadas
Scott-Heron tenía las horas contadas. Y uno de sus últimos proyectos fue el de escribir un texto en homenaje a su adorado Stevie Wonder. Sus caminos se juntaron a principios de los años 80, cuando se aventuraron en una gira musical para impulsar la institución del Día de Martin Luther King. Lo lograron. Pero ese texto recordatorio de un viaje y una hazaña que quería dar cuenta de su adoración por Wonder se expandió, y desembocó en una autobiografía titulada «The last holiday: a memoir» (2012),traducida al castellano como “Las horas cantadas”. En el libro, publicado postmortem, el autor buceaba en su pasado, sin esquivar los momentos más dolorosos de su vida.
Nacido en Chicago, en el seno de una familia rota, fue criado por su abuela, aficionada al jazz y al soul y defensora de los derechos civiles. Muy pronto comenzó a mostrar interés por la escritura, y publicó dos novelas: «The Vulture» y «The Nigger Factory». Muy influenciado por el Movimiento Artes Negras, sus escritos mostrarían una solidaridad y compromiso con los derechos de la comunidad afroamericana en el país en un momento históricamente decisivo. Su interés por llegar al mayor público posible le hizo adentrarse en la industria musical. En 1970 aparece «Small talk at 125th and Lenox», su primer álbum. En el interior del libreto se describió como “un hombre negro dedicado a la expresión; expresión de felicidad y de orgullo de la negritud”. Su primera impronta musical fue una conmoción, focalizada en la canción «The Revolution will not be Televised», su tema más reconocido. Tenía 21 años. Acompañado de una base rítmitca funky, hacía referencia a la cobertura mediática de las comunidades afroameri- canas en los medios de comunicación estadounidenses.
El mensaje en la botella
Los años 70 fueron suyos. Publicó álbumes seminales, de una enorme influencia, como «Pieces of a Man» (1971), «The First Minute of a New Day» (1975), «From South Africa to South Carolina» (1975), «It ́s your World» (1976), «Bridges» (1977), «Secrets» (1978) y «1980» (1980). Capítulo aparte merece «Winter in America» (1974), su obra cumbre, que contenía una de las me- lodías más “sampleadas” de la historia: «The Bottle». Un comentario social sobre el abuso del alcohol, con un ritmo caribeño y un genial solo de flauta de Brian Jackson. Scott-Heron compuso esa canción inspirado por las colas diarias de gente que compraba alcohol en una tienda callejera, borrachos que llevaban posteriormente la botella vacía para obtener un descuento en la siguiente compra. El mismo artista fue víctima del alcoholismo una década más tarde, lejos de su periodo exitoso, y expulsado por su discográfica (hablamos de 1985). Aquí nos adentramos en la “zona de sombras” de su autobiografía, marcada por una mala relación con sus hijos y sus antiguas parejas, problemas de salud (desde los años 90 era HIV positivo) y su adicción a las drogas, que hizo que pasara largas jornadas en la cárcel por posesión de cocaína, de crack, o por saltarse la libertad condicional. Sus últimos años de vida fueron duros, pero supo sobreponerse a la adversidad para alentar una última obra maestra cuando nadie le esperaba.
Alguien nuevo
16 años después de su última publicación, Gil Scott-Heron lanzaba al mercado «I ́m new here» (2010), presentando no sólo a un hombre renovado, sino, y sobre todo, renovador. Convencido de su regreso por el productor Richard Russell, recita/canta himnos propios y ajenos con una voz profunda, sobre composiciones tenebrosas, animado por palmas, guitarras acústicas ocasionales, y una capa de barniz que navega entre el Hip-hop y el Dubstep. Todo ello en unos intensos veintiocho minutos. «I ́m
new here» fue una despedida a lo grande, ya que un año después de que se escuchara por primera vez, el artista fallecía a causa de una enfermedad que contrajo durante su gira europea y que se complicó debido a su frágil estado de salud. Su canto del cisne reverberó. Una primera remezcla, «We ́re new here», apareció al año siguiente, en el 2011 encabezada por el músico inglés Jamie xx. Y en el 2014, sesiones de las composiciones originales fueron arregladas desnudando cada canción de su instrumentación. «Nothing New» salió en el 2014, también recibiendo el beneplácito de la crítica. Sin embargo, lo que se publicó en el 2020, «We’re New Again: A Reimagining by Makaya McCraven», es una revisión más atrevida, más desafiante, y seguramente más fiel al espíritu Scott-Heron. Realza cada melodía y dota de mayor protagonismo cada verso, sobre todo aquellos que hablan de la mortalidad y la vivacidad. Entre ellos, la versión del legendario «Me And The Devil», de Robert Johnson, cantado por alguien que, ante todo, se consideraba un “bluseólogo”. Scott-Heron añadió unos versos finales:
“Así que si ves venir al buitre / Volando en círculos en tu mente / Recuerda que no hay escapatoria / Porque él te seguirá de cerca / Sólo prométeme una batalla / Una batalla / Para tu alma y tu mente / Y para la mía / Y para la mía.”