

Por_ Jessica Atal K.
El mejor escenario para la poesía es la melancolía, decía Edgar Allan Poe, y desde allí Félix Muñoz Cantó escribe sus «Páginas Tardías», un poemario que surge como necesidad vital en la madurez de la vida para dejar establecido un orden, una verdad, el último ajuste de cuentas consigo mismo. Estos poemas expresan también el extrañamiento y el temblor que provoca la existencia; el miedo ante lo incomprensible de un destino incierto y el ocaso de las ilusiones de otro tiempo. “La menor cosa contiene algo de desconocido”, escribe Guy de Maupassant. “Hallémoslo. Para describir un fuego que llamea y un árbol en la llanura, permanezcamos frente a ese fuego y ese árbol hasta que no se parezcan ya, para nosotros, a ningún otro árbol o a ningún otro fuego. Esa es la manera de llegar a ser original”. Es lo que ha hecho Félix Muñoz para escribir este libro. Ha mirado, una y otra vez, todo aquello que le da sentido a su existencia: las personas que ha amado, los amigos que ya no están, los frutos y milagros de la Naturaleza. Es tiempo, y nunca tardío, de prestar “oído fino” a la vida y también a la muerte, a esa que nadie ama y que nadie espera, si bien el autor lo hace –y se atreve– “desnudo en el absurdo” del tiempo ido, “en este balanceo entre el vacío y la esperanza”.

«Páginas Tardías» Félix Muñoz Cantó Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2019
Muchas veces la escritura es refugio y equilibrio, pero nunca garantiza respuestas. La escritura no es más que una dulce herramienta, espejo fiel que refleja la incertidumbre, la débil condición humana, su inminente finitud. Para escribir, decía Alone, “yo necesito saber con precisión lo que pienso, lo que tengo que decir y escoger entonces lo que pondré al principio y lo que pondré al final. Dejando, por lo común, lo más fuerte, nuevo e impresionante para el último”. De esta manera, creo yo, está compuesto este libro: muy bien pensado, en primer lugar, e iniciándose en su reflexión luego de haber observado y pensado muy bien todo lo que se quería decir. Hay conciencia, hay dolor, y se establece un fuerte contrapunto entre dos fuerzas que luchan por espacio: Carpe diem, grita una, antes que sea demasiado tarde, mientras Quo usque tandem, se pregunta la otra, intentando retener y no olvidar, salvarse de la nada, del naufragio en el silencio.

«Azares del cuerpo» María Ospina Pizano Edicola Ediciones, Chile, 2019.
“¿Qué es un guerrillero?”, le preguntan a Zenaida. Y ella improvisa una respuesta: “Alguien que decide irse a vivir al monte en busca de trabajo. Pero termina enredado”. Son las palabras de la hermana de la protagonista, Marcela, una joven que justamente se va de la casa a los 16 años para unirse a la guerrilla colombiana. Esta es la trama del primer relato, «Policarpa», del libro «Azares del cuerpo», de María Ospina Pizano (Bogotá, 1977). Marcela, de veinte años, ha desertado de sus “botas pantaneras”, pues decide volver a reinsertarse en la vida urbana de Bogotá. Se desempeña en un supermercado y, a la vez, trabaja con una editora que le corrige y tacha muchas cosas de su propio relato, para publicar una historia de su experiencia de cuatro años en la manigua, pero con la condición de ajustarse a lo que el público lector quiere leer. Cada uno de estos seis relatos conmueve tanto por la delicadeza de su pluma como por la originalidad de las historias. Ospina recurre a protagonistas mujeres, todas de bajo perfil, trabajando de empleadas o manicuristas, entre otros oficios. También tienen en común una relación íntima con el cuerpo de mujer, con subsistir en su materia, y en contar, desde allí, su pequeña historia. Si bien se percibe un parecido entre la primera historia de la joven guerrillera que se ha relacionado con armas y situaciones peligrosas muy cercanas a la muerte– con los crudos relatos del gran colombiano Rodrigo Rey Rosa o con la atmósfera de «La Vorágine», de José Eustasio Rivera, también encontramos, por ejemplo, un parecido, tanto en la ironía como en el humor, en el cuento «Fauna de las eras» –una pesadilla de pulgas destrozando el cuerpo de una joven–, con lo fantástico de Julio Cortázar y hasta con el absurdo de Franz Kafka. Estos son dos libros que nos abren la mente a realidades acaso de hemisferios que no observamos con suficiente detalle.