

La cantante completa la trilogía de álbumes que tres nietos de Violeta Parra realizaron para conmemorar su centenario desde distintas ópticas musicales. En «Gracias a Violeta» ella emigra completamente del ámbito de la música popular para situarse en la música contemporánea y la interpretación de canciones de su abuela junto al Cuarteto Latinoamericano, célebre conjunto de cuerdas.
Por_ Antonio Voland
El pasado 4 de octubre volvió a unir fuerzas en un escenario con su hermano mayor, el guitarrista Ángel Parra Orrego, para saludar el aniversario 103 del nacimiento de Violeta Parra. Es una fecha que debido a su dimensión dio paso al Día de la Música Chilena. Pero también coincidió con otro aniversario, algo más triste: el quinto año de la fundación del Museo Violeta Parra, hoy destruido por tres incendios durante la revuelta que ocasionó el estallido social.
Javiera Parra cantó ese día a través de las plataformas del Teatro Regional del Biobío a dúo con su hermano. Es un proyecto que ellos venían desarrollando desde antes del centenario de 2017 a la manera de Isabel y Ángel Parra, a dos voces, con guitarra y bombo legüero. O bien a la manera de la misma Violeta Parra y el uruguayo Alberto Zapicán, con quien hacía un dúo en octavas para distintas canciones, como la escalofriante «Maldigo del alto cielo».
Figura en el mundo del pop desde los años 80 en agrupaciones como Primeros Auxilios y De Kiruza, y desde los 90 ya con autonomía y nombre propio con Javiera y Los Imposibles, Javiera Parra tiene una historia con su abuela. En 1999 sorprendió, por ejemplo, con esa versión pop para «El Albertío», tema central de una famosa teleserie que tenía lugar en Chiloé, y hoy también está presentando un álbum que viene a ampliar la apreciación musical de la obra de Violeta Parra.
Se trata de «Gracias a Violeta», publicado por el sello Evolución, el registro de un cancionero como nunca antes se había escuchado: en el ámbito de la música de cámara y el cuarteto de cuerdas. Un repertorio escogido que se grabó en Ciudad de México con la participación del célebre Cuarteto Latinoamericano, ganador de dos Grammy Latino y nominado a un tercero este año.
“Fue un desafío muy grande para mí como intérprete. Todo se grabó en directo, no como la música popular, donde puedes trabajar en el estudio una canción por separado y vas explorando qué pasa. Aquí la exigencia fue distinta y mayor”, dice Javiera sobre el primer impacto que le significó someterse a este vaivén del cuarteto de cuerdas.

Javiera Parra y el Cuarteto Latinoamericano. Foto: Evolución.
Expansión sónica
El álbum viene a completar una saga de trabajos realizados alrededor del centenario de Violeta Parra ese 2017 por tres nietos suyos. La cantautora Tita Parra, hija de Isabel Parra, publicó «Yo soy la feliz Violeta», un disco de fusión latinoamericana moderna, mientras que Ángel Parra Orrego hizo lo propio en un experimental y rockero «Las últimas composiciones de Violeta Parra», con una serie de músicos invitados: desde Manuel García y Álex Anwandter hasta Ángel Parra padre, en su última intervención en un disco.
«Gracias a Violeta» se grabó por esa misma época, pero debió esperar hasta ahora su publicación. Incluye material de Violeta Parra que es del todo canónico, como «Gracias a la vida» y «Volver a los 17», sus dos himnos más trascendentales, además de canciones que transitan por las memorias colectivas, como «Qué he sacado con quererte» o «Casamiento de negros». Como virtuales interludios del repertorio operan, a su vez, las anticuecas N° 2 y N° 5, piezas de Violeta Parra para guitarra sola analizadas aquí desde la dinámica de los violines, la viola y el chelo. “Fue muy valioso incluir dos anticuecas en el disco. Ahí es donde se aprecia la obra más contemporánea de Violeta que no alcanzó a sobresalir en su tiempo pero que hoy se está estudiando”, dice Parra.
Los arreglos fueron escritos por el compositor Guillermo Rifo y por Javier Montiel, violista mexicano del Cuarteto Latinoamericano. Formada en 1982 en México, la agrupación está integrada por los hermanos chilenos Arón y Saúl (violines) y Álvaro Bitrán (chelo). “Nosotros vivimos el exilio en México con mi familia, en 1974. Luego mi papá se fue a Francia y nosotros volvimos a Chile con mi mamá, ya en los 80. No tengo recuerdos de la familia Bitrán allá. No los conocimos entonces, pero ellos también vivieron ese exilio y se quedaron en México”, refiere Javiera Parra sobre los músicos.
Las intensas sesiones de ensayo y luego de grabación de «Gracias a Violeta» tuvieron lugar en los Estudios Churubusco, conocidos como el “Hollywood mexicano”. “Estar en ese lugar me resituó con una memoria muy personal de mi vida. Me acuerdo de un día, cuando éramos niños, que acompañamos a mi papá a esos mismos estudios porque tenía que cantar en un programa. De repente, desde un carromato y con el pelo muy anaranjado, apareció Mario Moreno, Cantinflas. Para mi papá fue un momento tremendo porque de niño él se colaba a los cines de barrio para ver sus películas”, recuerda.

«Gracias a Violeta», publicado por el sello Evolución, es el registro de un cancionero como nunca antes se había escuchado: en el ámbito de la música de cámara y el cuarteto de cuerdas. Un repertorio escogido que se grabó en Ciudad de México con la participación del célebre Cuarteto Latinoamericano.
Análisis de un repertorio
Ignacio Ramos, académico del Centro de Investigación en Artes y Humanidades de la Universidad Mayor, se refiere al material que incluye esta grabación: “Está compuesto casi en su totalidad por canciones posteriores a 1960. Eso es relevante, porque con el LP «Toda Violeta Parra», ella se instala no sólo como recopiladora y arregladora de ese repertorio recopilado sino ya definitivamente como una compositora”.
Al menos cuatro piezas pertenecen a «Las últimas composiciones», el gran álbum de la despedida, editado en 1966: “«Volver a los 17» parecería una sirilla, al igual que «Gracias a la vida». «Run Run se fue pa’l norte», en cambio, es un rin. Son géneros de origen chilote que ella había conocido en sus viajes de investigación al archipiélago. El rin provendría de una danza popular, sobre todo en Escocia, que no sabemos cuándo ni cómo llegó a Chiloé”, señala Ramos.
El caso de «La lavandera», una de las piezas no del todo conocidas por el público, resulta especial en varios sentidos. Lo es para Javiera Parra en su calidad de auditora y de intérprete: “Es una canción súper al límite, está más cerca de una obra realizada por una cantautora que por una investigadora del folclor. Lleva una melancolía enorme. Siempre la escuché como si se tratara de una poesía de García Lorca. Tiene un contenido poético muy elevado”, dice Javiera.
“Es una canción que Violeta Parra no terminó y que fue musicalizada por su hija Isabel. Violeta Parra la proyectó en los años 50, porque nunca llegó a grabarla y hasta el momento no hay ningún registro de que ella la hubiera terminado. Sólo quedó tal, como letra”, apunta Ignacio Ramos. “Sería una de las primeras canciones de contenido social. Existe un testimonio que dice que está inspirada en la señora esposa de don Isaías Angulo, uno de los cantores a lo poeta con quien Violeta Parra se relacionó en Pirque. Al ver las condiciones de pobreza material en que vivían, se inspiró para escribir esta letra”, agrega.
Y «21 son los dolores», otra canción poco a la mano de ese repertorio deconstruido junto al Cuarteto Latinoamericano, está vinculada directamente con el canto a lo poeta, a través del verso y la décima. “Con Ángel la tocamos siempre. La centésima, un juego cartesiano muy entretenido. De niña la conocí porque la grabó la Tita Parra en su primer disco («Amigos tengo por cientos», 1978)”, señala Javiera. “Lo más importante del proceso de trabajo de este disco fue introducirse en una orgánica distinta. Llegar a sentir el pulso interno de las canciones sin que existiera una guitarra ni nadie marcando la tierra. Lo único que se podía hacer era sentir la respiración de los otros, porque ahí se encuentran las pautas. Y te puedes conectar con la música”, cierra.