

En medio del trazado de una calle poco agraciada de Providencia se yergue un trozo de ciudad regado de una arquitectura poco convencional, de estilo indefinido pero de una elegancia –en su lenguaje– que tiende a dejar muy mal parados a sus vecinos. La Población Keller, un conjunto de viviendas de Luciano Kulczewski, sintetiza en sus fachadas intrincadas el espíritu de un arquitecto distinto, cuya impronta está subterránea pero valiosamente inscrita en Santiago, en rincones escondidos como éste y en otros no tanto.
Texto y fotos_ Gonzalo Schmeisser

Las 31 viviendas que componen la comunidad son todas distintas pero armónicas, pues la intención del arquitecto fue darle cabida a la individualidad de cada familia, reconociendo en ese gesto la importancia de no uniformar las costumbres ni menos la identidad, algo muy común en el Chile de hoy.
El significado de la palabra ‘ecléctico’ –entre otras definiciones– se refiere a la idea de reunión, de consenso. Un poderoso concepto cuya connotación es positiva, pero que en arquitectura no lo es tanto; incluso a veces puede caer mal. Ya vemos en la historia de la profesión cómo se han ido catalogando todas y cada una de las corrientes y sus actores, los movimientos y sus arquitectos exponentes; cada cosa tiene un nombre y un lugar y nadie se toma el tiempo de cuestionarlo demasiado. En arquitectura, por lo general, se es lo que se es y punto.
A Luciano Kulczewski (1896-1972) eso lo traía sin cuidado, tal vez por sus pocas raíces detectables, fruto de muchos viajes familiares anteriores a su propia existencia, muchas mezclas de personas y sitios convergiendo en un solo ser. Una nébula interior casi desprovista de origen. Este arquitecto nacido en Temuco pero de origen polaco, francés y español, que desarrolló casi todo su trabajo en Santiago, se saltó todas las convenciones estilísticas y no adhirió a ningún movimiento artístico-arquitectónico en particular, sino que los miró primero y los reunió después, dando cara a una arquitectura única en su contexto, novedosa para la época, distinguible de sus congéneres, nacida del desprejuicio del valiente y de la total libertad creativa de la que fue dueño.
De ahí su catálogo más reconocido, que se pasea sin mucha vergüenza entre el Art Nouveau y una suerte de Protomodernismo, especialmente en lo gótico: el acceso al funicular del Parque Metropolitano y el edificio del Colegio de Arquitectos (1922), la piscina escolar de la Universidad de Chile (1929), el conjunto Virginia Opazo (1944) y sus múltiples casas entre Santiago y Ñuñoa. Incluso hay versiones que lo sindican como el diseñador del logo del Partido Socialista de Chile (donde militó y desde donde apoyó la carrera presidencial de Pedro Aguirre Cerda, su antiguo profesor de Castellano), el mismo que flamea en las banderas hasta el día de hoy.
Población Keller
La Avenida Manuel Montt en Providencia es un caos de principio a fin. Sus antiguas casonas, generalmente mal cuidadas, son ahora clínicas veterinarias, almacenes de barrio, restoranes peruanos, automotoras, centros de yoga, bares, universidades, etc. un espantoso megamix hasta en el suelo, mezcla de adoquines con manchas de asfalto derretido y líneas mal pintadas. La esbelta presencia y la medida de la escala que daban sus viviendas en fachada continua, ahora está rota por desproporcionados edificios residenciales con departamentos de pocos metros y calidad dudosa. Una iglesia de fachada neogótica, parecida a la de Notre Dame en París, comparte muros con un delivery de comida china. Una elegante casona inglesa se esconde como puede del olor a fritura de su vecina fuente de soda. Universitarios, secretarias, mecánicos y borrachos de tiempo completo pululan entre los pocos centímetros de sus veredas, impotentes frente a la desproporción del ancho de la calzada.
En esta avenida en eterna transición, que ve morir y nacer al mismo tiempo a los hijos materiales que la confinan, no se adivina la posibilidad de la belleza. Pero como la belleza puede ser hallada incluso en medio del caos, la Población Keller (obra de este héroe del eclecticismo chileno, quien se atrevió a reunir conceptos arquitectónicos con una libertad asombrosa, pero también con honda responsabilidad y sentido de conjunto) surge al doblar en una esquina, justo por la calle del mismo nombre entre un taller de bicicletas y un local de sushi. Está todo ahí, en pocos metros, y hay que detenerse frente a cada una de las 31 viviendas de la comunidad a tomar nota, revisar cada fachada y comparar: no se encontrará ninguna igual a la otra pero, con todo, el conjunto es profundamente armónico.
Impulsada en el marco de las políticas de gobierno de Arturo Alessandri Palma –de quien Kulczewski era cercano– tendientes a paliar un poco la profunda escasez de vivienda en Santiago, especialmente aguda luego de la crisis de la agricultura y la enorme migración campesina a la capital, la Comunidad Keller se levantó entre 1925 y 1926. Kulczcewski vio en este desafío la oportunidad de expresar su amplio repertorio de gustos arquitectónicos, reunirlos y probar que podían convivir en armonía.
Hay en eso una voluntad que va más allá de lo simplemente estético, pues la intención del arquitecto fue ocupar su paleta en darle cabida a la individualidad y a lo particular de cada familia, reconociendo en ese gesto la importancia de no uniformar las costumbres ni menos la identidad, algo muy común en el Chile de hoy. La arquitectura no puede estar al servicio de la transformación del hombre en un número, sino servir y fomentar el desarrollo de lo singular, lo distintivo. Y para eso, cada vivienda debía ser única e irrepetible.
Con enorme gracia, desplegó en esta pequeña cuadra todo su conocimiento sobre los estilos y las vanguardias que había aprendido durante su formación en la Universidad de Chile, donde fue varias veces premiado por su impecable desempeño académico. Sin entrar en de- talles que vuelvan una crónica en un informe, hay aquí elementos del Art Nouveau, guiños Art Decó, símbolos del Neogótico, impresos todos en detalles no lineales, que se entienden por piezas. Objetos habitables en los que conviven sin molestarse arcos apuntados con tejas romanas, cornisamentos con gárgolas, piedras con ladrillos, tonos rojos y grises.
Y, pese a todas las diferencias que se encuentran en las minucias que aparecen si se mira bien, no hay nada que no hable de un conjunto. No sólo la escala y las alturas medidas, también la incorporación del antejardín –que está en sintonía con el diseño de la naciente Providencia de entonces–, los techos a dos aguas, las salientes en muros, los accesos aporticados. Todo crea un lenguaje único, un idioma kulczewskiano, tal vez dividido en dialectos, pero todo partícipe de una misma patria.
*GONZALO SCHMEISSER. Arquitecto y Magíster en Arquitectura del Paisaje. Ha participado en diversos proyectos editoriales y publicaciones afines al quehacer arquitectónico y a la narrativa. Es profesor en la escuela de arquitectura de la Universidad Diego Portales. Es, además, fundador del sitio web de arquitectura, viaje y palabra www.landie.cl