

Mirar el encierro, entender de qué se trata lo que nos infectó la vida física, mental y espiritual a nivel molecular, es una urgencia viral.
Por_ Heidi Schmidlin M.
Entre el millar de investigaciones realizadas a nivel biológico y sociológico, destaca el descubrir que la exposición a manifestaciones culturales y artísticas en espacios abiertos resulta ser una poderosa medicina para la salud mental de los individuos, además de proporcionar fortaleza colectiva en estados de crisis.
Para Gastón Soublette, acucioso investigador del fenómeno actual, “el advenimiento de la pandemia no es más que un resultado del desequilibrio que estamos viviendo desde que el Hombre se cayó hacia afuera. Desde que perdió su interioridad. La meta principal de la mayoría de las personas ha sido ser funcional a un modelo de civilización cuyo crecimiento industrial desmesurado otorga valor al Humano sólo en función de su rendimiento comercializable, sin importar su Ser en el mundo. No hay gran diferencia entre la explosión social y el derrame de un virus letal. La ciencia moderna, en especial la psicología –y lo que Carl Gustav Jung llamó la psicogénesis de las panedemias mentales–, ha avanzado lo suficiente como para poder explicar este sentido de totalidad de los fenómenos a través del principio de la sincronicidad y la manifestación de la proyección”. Soublette observa el mismo patrón de acontecimientos a nivel planetario: una infección sicológica somatizada en explosiones sociales que ataca los sistemas inmunes derrumbando las fortalezas biológicas. “Y si es una pandemia sicológica, es también una enfermedad espiritual. La Humanidad no podía seguir como estaba. Se vuelve imperativo renovar los acuerdos y contratos sociales que manejan nuestra convivencia. Nos están reduciendo a nada porque la industria es todo, y esto pone en riesgo la vida misma”. (Fuente: https://www.youtube. com/watch?v=KZcbEj9iJnA&t=38s)
En el nivel macro (atmosférico) y en el micro (molecular), el mundo enfrenta la muerte. Como nunca surge la necesidad de evaluar los daños y visualizar la postpandemia que, sin duda, instalará una nueva cultura.
Pero en la mirada de empresarios, filósofos y teóricos de la modernidad no hay consensos. Donde unos auguran un nuevo humanismo de orden circular, filosofía comunitaria y fuerza asociativa; otros ven la llegada de una Matrix social dominada por la actual élite gobernante/empresarial que asegurará su poderío instalando resquicios legales que le permitan un manejo sin justificaciones. Naomi Klein, periodista, escritora y activista canadiense, conocida por su crítica a la globalización y el capitalismo, la describe como “la doctrina del shock, una estrategia política capaz de utilizar las crisis a gran escala para impulsar políticas que sistemáticamente profundizan la desigualdad, enriquecen a las élites y debilitan a todos los demás”.
En otra esfera, los teóricos de la modernidad como Byung-Chul Han Byung-Chul Han (1959), filósofo y ensayista surcoreano experto en estudios culturales y profesor de la Universidad de las Artes de Berlín, auguran una sociedad de subordinación absoluta; pero a lo George Orwell, donde las tecnologías controlan los pasos de cada individuo “por motivos de su seguridad sanitaria”.
Cualquiera de estos nuevos escenarios supera voluntades humanas y altera su salud mental. La ecuación en transición tiene cargada la balanza al “tener más” y deja vacío el platillo de Ser.
¿Será aún posible volver al equilibrio de lo que se llamaba la autorrealización: el derecho que tiene todo ser humano de vivir y ser educado de una manera por la cual él pueda desarrollar su centro espiritual y contenido por una cultura que lo equilibre sicológicamente?
Mariana Mazzucato (Roma, 1968), una de las economistas más progresistas de nuestro tiempo, directora del Instituto para la Innovación y Utilidad Pública del University College de Londres, aventura una respuesta: “El valor económico es lo que es capaz de servir a la gente y responder a sus necesidades, no explicar su servidumbre. No queremos volver a la normalidad después de Covid-19. Lo normal fue lo que nos trajo aquí”. Y propone ambiciosas “misiones” que restablezcan la salud psíquica, física y social de los países. “El arte, por ejemplo, es esencial como transmisor de confluencia creadora capaz de reequilibrar la salud mental y productiva de los ciudadanos”.
La paz social no se compra
En Chile también se percibe la urgencia de reflexionar en torno a los posibles escenarios postpandemia que reconquisten la paz social y la salud mental. Entre ellos, el empresario Daniel Platovsky, que si bien no apuesta por cambios radicales, ni prevé un futuro más humanista; sí observa que el movimiento socioeconómico está dando un giro obligado hacia un Estado más activo en la regulación de los mercados y el amparo a los derechos civiles: “Cada vez es más costoso evadir las leyes que el país impone: no asumir la disconformidad de los consumidores promueve la manifestación de la rabia ciudadana. La paz social no se compra, se asegura aplicando las normas que eviten los abusos y las conductas empresariales antiéticas. En la Universidad de Columbia conocí a un viejo profesor de Filosofía y Sociedad que nos abrió la mirada respecto a la importancia de atender a los grupos ascendentes y cómo estos van haciendo variar los valores y requerimientos que impulsan las necesidades de la sociedad. Tal como hoy lo hacen el aporte femenino en igualdad de condiciones y la preocupación ambiental”.
–¿Puede la cultura, expresión inmaterial de la colectividad, ser un camino de reequilibrio del Tener con el Ser para armonizar la salud mental de la población?
“El quiebre interno en el alma de los chilenos expresada en ansiedad, depresión, rabia o actitudes compulsivas, se debe también a la falta de una cultura que identifique a todos por igual. Chile, y Latinoamérica, tienen una historia muy joven aún como para generar un patrimonio histórico cultural valorado transversalmente. Aquí nos corresponde una revisión, y si bien acepto una buena parte de los valores que hoy tenemos, estamos confrontados a la necesidad de modernizar nuestros parámetros sociales y, por ende, nuestra democracia. Es tiempo de concordar una visión de sociedad que sea inclusiva a los nuevos grupos emergentes”.
“Evidentemente, la tendencia que vemos en el mundo, y especialmente en Chile, es el inicio de un proceso de mayor regulación de un capitalismo más brutal, que transforme la relación empresa-sociedad en un trato más humano, no sólo enfocado en ganancias. Hay una cosa que tenemos que entender: las prácticas antiéticas ponen en peligro el concepto básico del equilibrio económico social: la confianza. Eso es lo que viene ahora en Chile, la regulación del comportamiento ético. Tal vez no nos llevará a una sociedad más humanista, pero sí a una relación más justa entre mercados y consumidores”, indica Platovsky.
Sumando otra arista, Nicolás del Valle, representante en Chile de la autoridad mundial en cultura y educación, UNESCO, señala que las experiencias culturales surgidas en los espacios públicos a raíz de los confinamientos mundiales han demostrado su eficacia como mecanismo de expresión, comunicación, catarsis y encuentro significativo en el actual escenario de la fragilidad emocional y mental, dado el derrumbe de muchas de las estructuras sociales conocidas.
“Llevar las artes y la cultura a los espacios públicos contribuye enormemente a la construcción de una ciudad más proclive a centrarse en la creación artística y en la producción cultural, versus la simple administración de los flujos normales de cualquier centro urbano. Asumida aquella conexión entre salud y cultura, entre bienestar y las artes, suena razonable pensar que una ciudad creativa contribuye a estilos de vida más saludables y sostenibles”, señala Del Valle.
Al prohibirse formatos culturales que congregan audiencias, han surgido estrategias creadoras novedosas que apelan a la salud mental y emocional de las personas. Lienzos de arte en paredes, pinturas en edificios, paneles urbanos, música itinerante por las calles y artes escénicas en las plazas con visión de largo alcance y artistas que proyectan valores, realidades compartidas y nuevas soluciones a viejos anhelos.
En Chile aún escasea la creatividad institucional en esta dirección, dado su enfoque convencional asociado a Fondos competitivos, pero en el resto del mundo se ha vuelto evidente el valor de derramar estelas de expresión que proyecten serenidad, belleza, inspiración, emociones positivas y experiencias reflexivas. Sólo bastó humanizar espacios de tránsito para convertir el cemento en lienzos de expresión humana. “En este sentido”, indica del Valle, “me parece que el arte en el espacio público puede ser una estrategia para lidiar con asuntos conflictivos que aquejan a las sociedades. Dados los actuales contextos, podríamos pensar un nuevo modo de producción que sea sostenible con el Planeta y las personas, entendiendo que el crecimiento económico y la adquisición de bienes materiales no es la condición suficiente para el desarrollo humano”