

Por_ Jessica Atal K.
No es difícil en estos tiempos de coronavirus relacionar las macabras imágenes de esta epidemia con las espeluznantes imágenes que describe Dante Alighieri (1265-1321) en el Infierno de su «Divina Comedia», una obra fundamental que marca el paso del pensamiento medieval al renacentista. Cuando estamos a un año de conmerorar los setecientos años de su muerte, resulta interesante volver a hacer el viaje del autor por los tres reinos de la muerte.
Sí, en primer lugar, lo que hace Dante es un viaje. Acompañado del poeta romanoVirgilio, a quien admira con toda su alma, recorre en tres partes –Infierno, Purgatorio y Paraíso– el camino que espera, según la doctrina cristiana de la época, a las almas después de morir. Es decir, ni siquiera después de la muerte cesaría el status viagiatoris del ser humano, sino que éste seguiría deambulando por el otro mundo en su condición esencial de viajero.
El “sumo poeta”, le decían a quien nació en Florencia, se cree que en el 1265. Cuenta la leyenda que la gente, al verlo pasar, comentaba: “Ese estuvo en el infierno”, sin distinguir claramente entre ficción y realidad. Y es que da la impresión de que el mismo Dante vivía así, entre su mundo ficticio y el real. A los nueve años se enamoró de Beatrice Portinari, quien fuera su musa y figura protagónica también de la «Comedia». Ella era un año menor y se vieron en pocas oportunidades. A pesar del amor inmenso que sentía Dante, ambos terminaron por casarse con otras personas. Beatrice, por lo demás, murió muy joven, a los 24 años, y fue entonces cuando el poeta comenzaría a enaltecer su figura en sus poemas. Llegó hasta tal punto su obsesión que terminaría por situarla en el Paraíso, ensalzada en su divinidad y encarnando la fe, la belleza y el sumo bien. Es ella quien amorosamente toma el lugar de Virgilio y acompaña a Dante en esta última parte del viaje.
La Santísima Trinidad
Jorge Luis Borges califica «La Divina Comedia» como un libro infinito. Y tiene razón. Prácticamente no hay cosa que exista en la Tierra o que podamos imaginar en nuestra mente que no esté descrita en sus páginas. A ello debemos sumarle el hecho de las infinitas interpretaciones que se pueden hacer de sus versos. Son tantas como lectores haya. Cada uno de nosotros le dará un significado diferente, si bien es difícil, como explica Borges, debido a las tantas ediciones, traducciones, notas y estudios, que podamos hacer una lectura relativamente “inocente” de ella.
Dante tenía la verdadera esperanza de que su obra cambiara el mundo. ¿Por qué proponerse tan alto objetivo? Imagino su aguda sensibilidad desgarrada frente a una Florencia (así como todo el país) azotada por recurrentes y violentos enfrentamientos entre los partidarios del Papa y los del Emperador. Quizás pensaba que, al mostrar y describir la justicia divina, los hombres terminarían por ser más temerarios de Dios y se unirían para formar un solo estado. Buscaba, por cierto, que la humanidad fuera regida únicamente por dos fuerzas equitativas: la del Emperador y la del Papa, estableciendo así el sacro imperio romano.
Pero Dante no sólo esperaba una unión política, sino que también teológica, cultural y lingüística, tanto en Italia como en Europa y el mundo. Pensando justamente en su tierra natal, escribió la «Comedia» en el lenguaje vulgar de la época, el toscano, “el que usaban las mujeres”, y no en el latín clásico. De este modo, Dante pasa a ser conocido, junto a Boccaccio y Petrarca, como uno de los padres del idioma italiano.
En un principio esta obra se conocía simplemente como Comedia, en oposición a lo que era una tragedia, pues no contaba con un final trágico sino feliz. Fue Boccaccio, gran admirador de Dante y su primer biógrafo, quien más tarde le agregaría el adjetivo de divina. Al respecto, T. S. Eliot considera que «La Divina Comedia» nos muestra la máxima altura del espíritu humano y su máxima profundidad.
Esta epopeya, escrita en tercetos endecasílabos encadenados, cuenta, como dijimos, con tres partes, cada una de ellas de 33 cantos, más uno inicial; es decir, se compone de cien cantos en total que se ordenan en función del número tres, el cual representa la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Su estructura, de orden matemático y sagrado, tiene un objetivo claro y didáctico, a pesar de su lenguaje alegórico y místico.
El proceso o viaje del alma dantesca comienza cuando de pronto, perdido una noche en una selva oscura, Dante se ve enfrentado a tres fieras. Es entonces cuando ocurre el encuentro con la sombra de Virgilio, habitante del Infierno, quien le ofrece sacarlo de allí para luego iniciar el viaje como su guía. El Infierno comprende toda la primera parte del viaje y es donde descubrmos –entre sepulturas, demonios, ríos hirviendo de sangre, despeñaderos y pantanos– al ser humano enfrentado a sus más terribles pecados y castigos. Concebido como un inmenso cono invertido, cuenta con nueve círculos decrecientes, imitando las gradas de un anfiteatro. En el ápice del cono está Lucifer, “el gusano que horada el mundo”. Luego los viajeros visitan el Purgatorio, lugar que representa la purificación de las culpas hasta lograr la liberación. Dante imagina este lugar como una gran montaña que es, a la vez, una isla. Tiene terrazas que representan los pecados capitales y en su cumbre florece el Jardín del Edén. Finalmente está el Paraíso, representando la sabiduría y ciencia divina. Existen siete cielos planetarios, un cielo de las estrellas fijas, un cielo cristalino y el empíreo, donde se abre la Rosa de los Justos, inconmesurable, alrededor de un punto que es Dios.
La mejor manera de leer a Dante es quizás hacerlo de manera pausada para que realmente uno logre introducirse en la obra y realizar este viaje junto a él. Es, sin duda, un interesante ejercicio de autoconocimiento y reflexión. Se llega a examinar la propia conciencia. Uno puede sentirse moralmente aludido si está dispuesto, como dicen, a mirarse de frente, con todos sus vicios y virtudes. El viaje de Dante apela a una ascensión moral y el lector debe encontrar la manera de ascender con él.
Pero volvamos al punto inicial: de alguna manera, la pandemia del coronavirus nos sitúa en el infierno dantesco. La creencia de que esta enfermedad es un castigo divino ronda la mente de varios. Caemos también en la conciencia de que no existe una vida sin sufrimiento. La muerte es una muralla contra la que, tarde o temprano, todos nos estrellamos. Entonces, ¿cómo vivir estos tiempos? Quizás como planteaba Albert Camus: primero, tomando conciencia del sinsentido o absurdo de la existencia. Luego, rebelándose contra esta realidad, buscando el valor que tiene para cada uno su propia vida. Entonces, comenzar el viaje del espíritu humano como lo hace Dante: primero descendiendo hasta lo más profundo de nuestros propios infiernos. Sin recorrer este camino, cruel y terrorífico, es imposible ascender hasta los cielos que serían, en este caso, los valores que le asignamos a una vida en pos de la perfección y la felicidad. Día tras día, hemos de caminar en las tinieblas para llegar a ver la luz.
La psicología afirma, por otro lado, que en la época de cuarentena el ser humano tiende a recurrir al pasado e idealizarlo para así evitar el constante y doloroso enfrentamiento con su presente. También esto me lleva a pensar en cómo Dante idealiza a Beatrice y ella lo inspira a escribir su más preciada obra, una que no conoce los límites de la imaginación. Tal vez no sea tan malo revisar nuestro pasado y encontrar allí la inspiración necesaria para crear, en el más amplio sentido de la palabra, una obra que nos parecía lejana e inalcanzable. Dante, a pesar de haber sido desterrado de su Florencia natal y ser condenado a muerte en ausencia, logra encontrarse con su hermosa amada en el Paraíso, sentir el amor más puro, contemplar a Dios y escuchar el coro sagrado de los santos.