

«Weichafe» es la segunda entrega del coreógrafo Ricardo Curaqueo luego de su aplaudida «Malen». Esta vez, son diez hombres los que asumen la esencia del guerrero desde la fragilidad. El espacio sonoro y la visualidad recuperan el paisaje y la luminosidad de las tierras del sur.
Por_Marietta Santi
Fotos_ Patricio Melo
«Malen» (niña en mapuzungun), pieza que combina la danza contemporánea con la mapuche para sumergir al espectador en lo femenino de la cosmovisión del pueblo originario, ha recorrido Chile y varios escenarios internacionales desde su estreno en 2017. Ricardo Curaqueo Curiche, su director, está en pleno proceso de gestación de su segundo trabajo: «Weichafe» (guerrero). Esta vez son diez hombres los intérpretes, quienes a través de la danza y de la música exploran la relación entre los conceptos cuerpo indígena-masculino, memoria y resistencia.
Ricardo, bailarín y coreógrafo formado en la Escuela Moderna de Música, precisa: “El cuerpo mapuche se presenta como un territorio de fragmentaciones y de violencias coloniales, donde el weichan (lucha o guerra) se encuentra en los espacios más sutiles del ser, siendo el propio cuerpo el espacio donde se manifiestan las resistencias. Allí también emergen las posibilidades de una reconstrucción”.
Esta nueva obra y «Malen» forman parte de una trilogía que se completará con «Üñümch» (hombre pájaro). Curaqueo usa la palabra trilogía porque hay una continuidad en los trabajos y, según dice, los tres podrían darse en una sola función de largo aliento.
«Weichafe», como proyecto, surge más o menos a mediados del año pasado, después de que el artista conversara con su padre: “Él tiene un sueño recurrente con caballos, donde me propone hacer una obra que pueda vincular el cuerpo con los animales. Mi papá participa de los procesos creativos, no porque esté presente dentro de los ensayos, sino porque me pregunta y opina un montón. Él también echa a volar su ‘mapuchismo’ y se llena de metáforas, de recuerdos del abuelo y de memorias del campo, de su infancia”.
Apenas surgió la palabra weichafe, Curaqueo llamó inmediatamente a su equipo, formado por Karen Carreño (asistente de dirección y dramaturgista), Deysi Cruz (dirección de arte) y Catalina Fernández (asistente de ensayo y producción). Y empezaron a trabajar. Lo primero que diseccionaron es el término weichafe, que deriva de weichan y que es recogido por el graffiti callejero en la frase “Amulepe taiñ weichan” (vamos a la guerra o vamos a dar la lucha). Weichafe, entonces, es el que hace la guerra, el hacedor del weichan.
Esos significados los llevaron a pensar cuáles son las batallas que cada weichafe debe enfrentar. Cuaraqueo señala: “Entendemos que hay una lucha histórica y concreta por la defensa y el control territorial mapuche, que se da principalmente desde los 90”. Menciona la resistencia de las hermanas Quintreman en Alto Bio Bio, y también las muertes de Alex Lemun (2002), Matías Catrileo (2008) y Camilo Catrillanca (2018).
“Cuando Catrillanca fue asesinado, en noviembre pasado, ya sabíamos que tendríamos la temporada en GAM. Ese hecho fue para nosotros muy revelador y todo cobró un sentido: era nuestro deber hacer una obra que llevara este título y que lograse poner en reflexión escénica todo lo que venía aconteciendo. No solamente en nuestra reflexión subjetiva, sino también en hechos concretos en la agenda policial, política y social”.
La masculinidad surgió como un pie forzado, porque no existe en mapuzungun una palabra para denominar a una guerrera. Y si bien apareció el nombre de Macarena Valdés, activista mapuche encontrada colgando de una viga en 2016 y cuyo caso ha pasado de suicidio a “hallazgo de cadáver”, la decisión fue abordar el término desde cuerpos masculinos y, a la vez, deconstruir la masculinidad mapuche.
Así partió el desafío. Y lo primero que descubrieron Ricardo, Karen, Deysi y Catalina es que las metodologías que habían definido para «Malen» no eran aplicables: son otros cuerpos, cuerpos de hombre.
La guerra de cada uno
Diez son los intérpretes encargados de convertirse en weichafe. Los primeros convocados fueron Agustín Cañulef –ex bailarín del Ballet de Santiago– y Matías Cayuqueo, con quienes Ricardo compartió en la obra «MAU Mapuche», del coreógrafo samoano Lemi Ponifasio y que se presentó en Santiago a Mil 2016. “Luego surgieron más identidades que nos parecieron adecuadas para poner en contraste, ya que la idea es
que sean cuerpos que provengan de lugares diferentes”.
Desde el teatro se sumó José Araya, actor y director, que ha trabajado con Tryo Teatro Banda y Ñeque Teatral, muy cercano además a Lorenzo Aillapán, el famoso hombre pájaro. Provenientes de la danza llegaron Joel Inzunza, oriundo de Concepción y destacado coreógrafo, quien tiene su propia compañía y trabajó con el BANCH; y Javier Muñoz, bailarín y gestor, quien integró el Colectivo La Vitrina.
Ramón Cayuqueo, hermano de Matías, quiso participar. Y Curaqueo convocó a Sebastián Araya, su alumno en la Escuela Moderna; y a Luciano Cerda, actor, profesor de castellano y conocedor de la oralidad y poesía mapuche.
Si en el centro de «Malen» está Ayelén, hermana menor de Ricardo, en «Weichafe» es Cristián (22), el hermano del medio, la figura que cierra el nudo de la puesta en escena. “Él nunca ha participado en una obra de danza, nunca ha cantado. Cristián viene a amarrar estos cuerpos en diáspora, juntos en el pasado y dispersos en fragmentos en el presente. Además, es un reflejo de mí mismo”, reconoce el coreógrafo.
El último cuerpo en sumarse fue Gastón Muñoz, quien está en tránsito para convertirse en mujer y cuyo nombre social es Aliwen. La idea es que su presencia rompa el concepto de masculinidad ruda y testosterónica: “Cada uno de los cuerpos, en mayor o menor medida, deben poner en tensión cuáles son los weichanes (guerras) en los que están puestas sus propias identidades”, precisa Ricardo Curaqueo.
A Joel Inzunza, weichafe le resuena en forma conflictiva, ya que lo desplaza de un lugar estable a nivel humano, espiritual y artístico. “Me he reconocido en un lugar más de huacho, observando una cosmovisión conectada con una ancestralidad que para mí es profundamente desconocida. Sé que está en mi ADN, en mi cuerpo, pero estoy en proceso de descubrimiento. También me ha resonado el bailar con los ancestros, bailar con los muertos”.
Por su parte, José Araya comenta que se siente como Francisco Núñes (sic) de Pineda, protagonista de «Cautiverio Felis (sic)». “Esta obra es un gran desafío y una gran responsabilidad. Uno tiene que hacerse cargo de su propia batalla interior, compartir esas fisuras y peleas en la creación, es un gran acto de amor. Lo que está sucediendo en el mundo mapuche a nivel de reconstrucción o deconstrucción está pasando a nivel personal y espiritual en todos lados. Eso hace la obra universal”.
La palabra weichafe siempre le resonó a Agustín Cañulef: “Desde pequeño me tocó vivir cosas muy rudas y tuve que sobreponerme, por eso me he sentido un guerrero siempre. Pero también hay momentos de crisis laborales, existenciales, emocionales, y de pronto se juntan. He tenido que guardar esa garra para pensar que muchas veces las cosas no son lo que uno cree, resistir y crear nuevos espacios”.
Para finalizar, Ricardo deja muy en claro la búsqueda de «Weichafe»: “Queremos reconstruir una nueva posibilidad de cuerpo-hombremapuche, distinta de esa masculinidad patriarcal occidental que define ser hombre y que todos cargamos. Seguro los ancestros no tenían la misma concepción. Queremos indagar más allá”..
Cuerpos simbólicos
Desde el diseño, Deysi Cruz comenta que el paisaje siempre estará presente en la visualidad porque “es imposible separar lo mapuche de la tierra y de la Naturaleza”. Y Karen Carreño, encargada de la dramaturgia, adelanta que “los cuerpos escribirán en el espacio con un valor simbólico y paisajístico”. El elenco usará prendas basadas en el vestuario tradicional del hombre mapuche, con el pelo trenzado y la frente ceñida por un trarilonko (cintillo).
«Weichafe» se estrenará el 21 de noviembre en el GAM, donde estará un mes en cartelera.