

Sus eclécticos y perturbadores inicios
Por_ Jessica Atal K.
Ilustración_ Paula Álvarez
El paso de la novela del siglo XIX al siglo XX es uno de los más interesantes y revolucionarios fenómenos en la historia de la literatura occidental. Quedaban atrás las corrientes del Naturalismo y del Realismo, las grandes obras de Honoré de Balzac, Gustave Flaubert, Sténdhal, Lev Tólstoi y Fiódor Dostoievski. Todos, unos más, otros menos, intentaron reflejar en sus obras la realidad lo más fiel posible a lo que ellos veían, a lo que se ajustaba al Racionalismo y el pensar científico. Sin embargo, lo interesante de estos grandes escritores de fines del siglo XIX es que fueron un poco más allá de lo puramente externo hasta captar ciertas profundidades psicológicas de sus personajes. Dostoievski, en particular, aborda el tema de la culpa y de la libertad y al preguntársele sobre cómo se definía como autor, afirma: “Se me llama psicólogo, y ello es falso. Yo soy realista sólo en un sentido más elevado, esto es, describo todas las profundidades del alma humana (…) ¿Qué puede ser más real y fantástico que la realidad? ¿Qué puede ser más inverosímil que la realidad?”.
Las profundidades del alma humana de las que habla Dostoievski son, entre otras, lo irracional, lo demoníaco, lo sonámbulo y fantasmal. Ya no se enmarcan sus grandes novelas –como «Crimen y Castigo» y «Los Hermanos Karamazov»– en un Naturalismo que sólo se ajusta a la verdad de la superficie, de los hechos. Los elementos de la realidad se mezclan y agudizan de un modo fantástico con lo que ocurre en la psique de los personajes. Por ejemplo, el protagonista de «Crimen y Castigo» siente los fantasmas que lo acosan y lo aterra un estado mental que lo puede delatar: “Y de pronto recordó Raskólnikov toda la escena de tres días antes en la puerta; se imaginaba que, además de los porteros, había allí también algunos hombres y mujeres. Recordaba una voz que había propuesto lo llevasen derechamente a la Comisaría. La cara del que eso había dicho no la podía recordar, ni hubiera podido reconocerla ahora; pero sí recordaba haberle contestado algo entonces, encarándose con él… Véase, pues, en qué venía a parar todo aquel terror de la víspera. Lo más terrible de todo era pensar que, efectivamente, había estado a punto de perderse por culpa de aquella insignificante circunstancia”.
¿Cuándo comienza el Siglo XX?
Así como el siglo XIX no comienza sino hasta alrededor de 1830, lo mismo ocurre con el siglo pasado. No hay una fecha exacta para marcar el paso de una centuria a otra, pero sí se acerca al periodo justo cuando estalla y termina la Primera Guerra Mundial. La guerra, sin duda, marca una profunda variación en la marcha de los hechos y del pensamiento de la época. Son tres las corrientes principales que se distinguen en el arte del nuevo siglo: el Cubismo, el Expresionismo y el Surrealismo. El Cubismo enfatiza la estructura abstracta, como vemos en pintores como Paul Cézanne y uno de los períodos de Pablo Picasso. Así también, en literatura se usan asociaciones extrañas y disociaciones imaginativas. Se evocan varios puntos de vista al mismo tiempo. Su mayor exponente, y amiga de Picasso, es Gertrude Stein con su obra «Tender Buttons», publicada en 1914. El Expresionismo tiene sus mejores exponentes en la pintura de Van Gogh y en el teatro de August Strindberg. Los pensamientos y emociones inconscientes del artista, la lucha de fuerzas abstractas o las realidades interiores de la vida se presentan en una amplia variedad de técnicas antinaturalistas. Incluyen: abstracción, distorsión, exageración, primitivismo, fantasía y simbolismo. Este movimiento nace como una reacción contra el materialismo y la complaciente prosperidad burguesa, la dominación de la familia y la rápida mecanización y urbanización.
El último, y quizás el más conocido y atractivo, es el Surrealismo, algo que André Breton (1896-1966) define –en su «Manifiesto Surrealista» de 1924– como una forma artística que está sobre el Realismo. Surge entre guerras, y si bien tiene su origen en el Dadaísmo, su énfasis no estaba en la negación de mundo, en un nihilismo total, sino en la expresión positiva. Breton describe el Surrealismo como un modo de unir lo consciente y lo inconsciente tan completamente que el mundo de la fantasía y del sueño fueran parte del día a día y su realidad fuese una “realidad absoluta”, es decir, una surrealidad. Los principios, ideales y la práctica de producir imágenes fantásticas o incongruentes se logran por medio de la yuxtaposición y combinación antinatural. Una de sus mayores características es la escritura automática, es decir, pasar al papel todos y cada uno de los pensamientos que corren por la cabeza del escritor, aunque no tengan sentido alguno. Por lo mismo, no fue un movimiento que fructificara. Si bien es un experimento interesante, que trabaja con lo inconsciente y lo onírico por su fuerte influencia del psicoanálisis y de Freud, se transforma en un lenguaje que no llega a ser muy atractivo. Sí tuvo, en todo caso, grandes exponentes que pasaron a la historia como verdaderos reyes de la literatura. Para empezar, Arthur Rimbaud, y también el Conde de Lautréamont (Isidore Ducasse), con «Los cantos de Maldoror», una obra absolutamente perturbadora, la cual, si bien es de 1869, es el mismo Breton que la rescata del olvido por la audacia que encierra, presentando a su autor como un pionero en la literatura de vanguardia. Increíblemente, este texto había permanecido oculto durante años debido a su propio editor. Otros nombres importantes de este período son Paul Éluard, Pierre Reverdy, Louis Aragon y el teatro del absurdo de Samuel Beckett y Jean Genet. Se suman los escritores franceses del nouveau roman, de los años 50 y 60. No hay duda, el Surrealismo cautiva.

Las profundidades del alma humana de las que habla Dostoievski son, entre otras, lo irracional, lo demoníaco, lo sonámbulo y fantasmal. Los elementos de la realidad se mezclan y agudizan de un modo fantástico con lo que ocurre en la psique de los personajes.
Otras atractivas características son la continua apertura a los misterios de la vida y, así como los movimientos arriba mencionados, la reacción contra el cientifismo y la rebelión contra el Naturalismo. En la misma línea, la desconfianza contra el dominio racionalista ante los problemas de la vida. Todas estas propiedades se apartan del Impresionismo naturalista o se definen dentro de lo que se conoce como Posimpresionismo, pues su relación con la Naturaleza no es armónica, sino tiende a transgredirla en todas sus formas. El arte moderno es, precisamente, anti-impresionista. Es un arte “feo”, que olvida la eufonía, las formas atractivas, los tonos y colores suaves del Impresionismo. Se advierte una angustiosa huida frente a todo lo agradable y placentero, frente a lo decorativo y gracioso. Nace la música de quienes reniegan de la sensibilidad y del romanticismo, como Claude Debussy, Igor Stravinsky y Arnold Schöenberg, quien tuvo la mayor influencia en la composición musical del siglo XX con el desarrollo de la música dodecafónica.
Un factor que definitivamente convulsionó al mundo y ocasionó un conflicto a nivel mundial fue la crisis económica de 1929 en Estados Unidos. Se produjo un fuerte quiebre en la confianza que se tenía en el capitalismo y en la estructura neoliberal, que pone fin a los años de prosperidad de la posguerra. La cultura predominante es aquella de la que habla José Ortega y Gasset, es decir, «La rebelión de las masas». Así también comienza la separación concreta entre Occidente y Oriente. Ahora son realidades opuestas, representantes de orden y caos, de estabilidad y rebelión, de autoridad y anarquía, de racionalismo y misticismo, respectivamente. Ya no se percibe a Oriente como un escenario excéntrico, sino como un lugar ajeno y perturbador.
Pero el verdadero y gran movimiento reaccionario se realiza en el arte. La novela como una sucesión de hechos externos y cronológicos había llegado a su fin. A partir de entonces, los autores comienzan a preocuparse más por la forma, una forma que llega a ser sumamente poética. Ahí aparecen los grandes de principios de siglo como Marcel Proust, Franz Kafka, Virginia Woolf y James Joyce. Todos ellos se preocupan más por la estructura que por los hechos, por la experimentación en el lenguaje, y surgen nuevos métodos, como la interiorización de la trama, lo que ayuda a romper con la linealidad de la novela realista. Técnicas como el flujo de conciencia o el monólogo interior son incluidos en las novelas que se focalizan en el “yo” más que en el desarrollo de la historia. El filósofo francés Henri Bergson fue quien, en 1889, dio un empujón a la renovación de la novela publicando un ensayo sobre la conciencia, donde invitaba a los autores a crear una novela que analizara a fondo sus contenidos. Célebre es su frase: “La contemplación es un lujo, mientras que la acción es una necesidad”.