

“El ser humano es más hijo de su tiempo que de su madre”, este dicho invocado por los abuelos para entender ciertos comportamientos sociales, hoy salta nuevamente a la palestra para dar cuenta de las transformaciones radicales que el ciberdesarrollo y la tecnociencia implantan en la vida humana. Para visualizar la nueva corriente antropológica que observa la profundidad de su impacto en la re consideración del patrimonio Cuerpo presentamos diversas miradas de su estudio. Antropólogas, bailarinas, religiosas e ingenieras atisban el Cuerpo como materialidad fundamental y distintiva de la especie Homo Sapiens. ¿Es la ficción o lo orgánico lo que da vida a la Humanidad del siglo XXI? La primera respuesta es antropológica.
El asunto empezó a sonar, al menos públicamente en Sudamérica, durante el XVI Congreso Argentino de Psiquiatría en julio de 2000. Año en que, efectivamente, se acabó el mundo; al menos desde la linealidad horizontal con que entendíamos y percibíamos la realidad hasta entonces.
En el encuentro bonaerense los antropobioéticos, antropólogos, médicos y psiquiatras asistentes demostraban el nuevo punto de inflexión que transforma la humanidad del siglo XXI. Descubren que, más que punto, se estaba ante una rajadura de inflexión. Un salto cuántico respecto de la historia humana, donde la aldea global eléctrica “resetea” la esencia de ser Humano. La net (red) que nos engloba –constatan especialistas del futuro en sus publicaciones– reinicia una nueva geografía humana desde los huesos hasta el cerebro, usando como puente los ojos y los dedos, descartando intangibles como el alma y el espíritu. Afirman que la tecnociencia pigamaleónica (don de transformar) combina la poderosa medicina atómica con una imparable inteligencia artificial –entre otros campos de la tecnología–, obligando a remapear las bases de nuestro mundo y cómo se lo habita. Cuando la Tierra ajustó sus ejes en el 2000, la especie humana modificó muchos de sus parámetros, partiendo por su patrimonio más elemental y distintivo: el Cuerpo.
El grupo de cientistas sociales reflexiona en base a la lógica Kantiana e invoca “el imperativo categórico que conduce sumisamente al deber ser de las costumbres”, para advertir que el colectivo social se mantiene en una peligrosa ceguera: “Seguimos con la visión naturalista de un cuerpo humano universal e invariable, creyendo que todo está controlado por el individuo y configurado por la cultura y sus constructos”, dice Sergio Cecchetto, uno de los protagonistas del encuentro y Licenciado y Doctor en Filosofía (Usal), Magister Scientiae en Ciencias Sociales con orientación en antropología y sociología (FLACSO) y Especialista en Bioética (UNMdP).
Es urgente, dicen, llegar a un “darnos cuenta”: el Habeas Corpus que ha sido hasta ahora fue desplazado por el modelismo protagónico de este Brave New World: “Estamos ante una nueva doctrina del cuerpo”, advierten, “obligados a resetear significados y valoraciones respecto de los cambios que estamos introduciendo en nuestra máquina corpórea y en la programación del cerebro que crea su futuro”. Hablan de mutaciones físicas originadas en un devenir progresivamente plástico, sometido a la voluntad del individuo por sobre la capacidad subyacente del organismo. Esta nueva realidad origina una corriente de antropología cuyo propósito es estudiar el cuerpo desde el prisma de las mutaciones para entender –y anticipar– las adaptaciones que están sucediendo en su estructura, la base de nuestra existencia en tanto Homo Sapiens.
Nuevos Valores de Referencia
Estos modos de gestión terapéuticos (como trasplantes, injertos, modelado y recambios quirúrgicos) abren también un nuevo mercado que aprovecha el valor patrimonial de la estructura física: “Estamos viviendo una realidad del modelismo (todo lo natural se remodela), similar a la del Renacimiento en el origen de la Modernidad. Ahora, como entonces, el desarrollo científicotecnológico transforma la imagen del Hombre, del mundo y de su dios (ideal inspirador), lo que genera paralelamente una epocal crisis de valores”. La tecnociencia ya no trata de reparar o de trazar una terapéutica dentro de los marcos referenciales de la naturaleza humana; las formas de concebir, transcurrir, procrear y morir ya no responden a un patrón anticipable. Los bioéticos observan en publicaciones académicas que ya no hay límites –ni desde lo público ni desde lo privado– a lo permisible y previenen ante el advenimiento de una ciencia sin conciencia que reformula el rol del organismo, que debe ceder a “la conveniencia” de lo plástico (maleable) por sobre lo orgánico (vulnerable) y a la máquina (constante) ante el potencial humano (inconstante).
El Cuerpo según la antropóloga Pamela Urtubia
En nuestro país, Pamela Urtubia, antropóloga social, directora del Museo Regional de Puerto Montt, investigadora de conjuntos humanos –tanto desde propuestas museales, como desde las investigaciones que realiza para su gestión–, aventura una respuesta a este dilema que enfrenta a la humanidad con su progreso:
“En la transformación radical que experimenta el Cuerpo en tanto patrimonio durante los últimos 30 años, subsiste una contradicción inherente. Por un lado, se habla de los derechos de los individuos, de la necesidad que cada uno construya una identidad tomando elementos de tu entorno para elaborarla. Tú decides cuáles elementos de tu familia, de tu entorno y de tu cultura recoges o dejas para cimentar un lugar donde te vas a situar en esta sociedad. Se dice que ‘el hombre es más hijo de su tiempo que de su madre’, porque al mismo tiempo que construye individualidad, el sujeto necesita cultivar rasgos que hablen de ser parte, de un pertenecer; que validen un nosotros. ‘Identificarse con’ es parte de la sobrevivencia, ya sea desde lo cultural, la música, el fútbol, o pertenecer a un club de bomberos, a un partido político o a una religión (aunque estas dos categorías han perdido el peso de antaño). Desde esta ‘antropoyesis’ (auto-conocimiento), el Cuerpo se asume en varias lecturas. Primero, es un ente biológico, parte de un proceso de evolución, cuyos antecedentes se inician en las teorías darwinianas, para quien seríamos fruto de una selección natural y donde todos los que estamos, somos los más fuertes. El cuerpo ha sido históricamente también utilizado como un puente para obtener prestigios. Cuando pequeños, éstos eran dados por el que tenía las orejas grandes, era más alto o corría más; cuando grandes, el crédito era para el destacado en matemáticas, o se atrevía con el pelo largo. Los referentes identitarios físicos hacían parte de tu idea de ti mismo y eran valorados por los otros. Pero hoy es el concepto de la transformación continua lo que determina tu capacidad de adaptación a la sociedad. El Cuerpo es también entendido como un ente cultural, el resultado de su civilización. Tenemos una carga biológica en transición: el género masculino y/o femenino antes era inmutable, y definitorio, en su rol para el bien de lo colectivo al ser custodio de la familia o proveedor de su subsistencia. Pero en el post 2000, la sociedad discute cada vez más consigo misma sobre lo permisiva que puede ser y cuáles son los límites que la llevan a otro peldaño. Lo incuestionable hoy es que todo puede modificarse.
Lo incuestionable hoy es que todo puede modificarse.
El cambio que visualizan muchos antropólogos es que el Cuerpo estaría resignificando su rol. La importancia física estaría dando paso a su aporte como generador de valores intangibles en los ámbitos de la cultura, lo científico y lo político. “La materia puede ir cambiando sin límite, pero la invención, el relato, la oralidad de la construcción de uno como sujeto, esta idea del patrimonio, es tan poderosa que llega a poder transformar aquella parte que es material, física. Esa es la soberanía que tiene el sujeto en su inteligencia, el poder hacer estos cambios en sí mismo, respecto de sí mismo”, subraya Urtubia. Quizás sea éste el punto de partida para reconfigurar una comprensión de lo constitutivo de ser Humano: su autoría de valores en arte, religión, ciencia y en nuevos parámetros colectivos.