


«Copihue», ilustración de Francisco Ramos
Quilas altas, tupidos helechos, laureles, maquis, pillo-pillo, fuinque, y otros arbolitos y arbustos, fueron algunas de las “rarezas” que los sacerdotes alquimistas y galenos, eruditos todos, quisieron registrar en una farmacopea propia del nuevo mundo. El único lenguaje común con los dueños de casa, indígenas versados en las propiedades curativas del recetario natural, fue el dibujo. La aproximación ilustrada de la naturaleza al servicio de la vida humana construye un código de entendimiento mayor que el lingüístico. Su expresión figurativa permite “saltarse los relatos subjetivos cuando se trataba de indígenas, siempre acompañados de un ‘salvaje’, ‘ladino’, ‘primitivo’; en contraposición a las alusiones a personajes europeos que más bien se introducían con ‘mi preclaro amigo’ o ‘ilustre gobernador’ o ‘muy digna laboriosa e ilustrada persona’ ”, cuentan los cronistas. La imagen iba a la esencia de las cosas, sin los sesgos dominantes de quien las nombraba. ¿De qué otro modo podían conocer la Chilla, esa hierba negra, la hierba de la culebra, medicinal y comestible, endémica de la cordillera chilena, sin que fuera catalogada de magia impura y contraria a la “santa inquisición”? En 1860, el biólogo y filósofo alemán Ernst Haeckel (1834-1919), creador del concepto “ecología”, encontró en la ilustración científica un canal para comunicar arte y ciencia aplicado a diversas disciplinas. De hecho, Chile ha sido retratado por grandes científicos y virtuosos ilustradores, como Claudio Gay o Conrad Martens. En su segunda edad de oro, el arte de la ilustración suma nuevas generaciones que reflejan su preocupación por el medio ambiente natural y humano, incorporan herramientas digitales, multiplican los formatos de publicación y se abren a concursos inéditos como los de Londres y Cataluña. Francisco Ramos (1954), docente, Licenciado en Artes, magíster en Historia del Arte y Arquitectura, con exposiciones individuales en Berlín y en Chile, autor de láminas gráficas en libros como «Plantas medicinales de uso común en Chile» (2003), de Adriana Hoffmann, y de un estudio de cactáceas que pronto publicará la Universidad de Concepción, señala: “El dibujo es ciencia, pero también una actividad contemplativa. Dibujar es un misterio, una práctica espiritual, algo parecido al sentido religioso. Cuando te conectas con el objeto y se produce la transmisión hacia la forma registrada, surge una acción no controlable. La observación es un proceso interno, y el registro, una habilidad motriz. Lo que ocurre entre esos dos canales es subjetivo”.

«Chucao». Pájaro de la buena suerte -por la colita parada ilustración de Francisco Ramos
Para José Pérez de Arce (1950), “el dibujo es una forma de rescate del patrimonio físico y cultural”. Con su trazo inconfundible, el investigador y músico ilustra la cotidianidad vernácula, transformando una trayectoria que comienza con la botánica cuando, recién egresado del Verbo Divino, comienza a trabajar en el Departamento de Biología de la Universidad Católica. También integra el taller de ilustración de la mítica revista «Expedición a Chile» (1974), con Francisco Ramos, Andrés Jullian, Rodolfo Pablo, Eduardo Bernain y Francisco Olivares. El grupo concibe el primer estudio sistemático de la flora y fauna chilena que acompaña los textos académicos: “Partían en expedición hasta cuarenta especialistas. Al final del día presentaban sus evidencias; alrededor de un fogón, vulcanólogos, entomólogos y meteorólogos contaban lo que habían visto. Alberto Vial, director de la publicación, registraba todo y entregaba las muestras a los dibujantes. De ahí salían manuales de vulcanología, entomología…”, recuerda Ramos. Paralelamente, Pérez de Arce empieza a aquilatar el trazo científico y cruza la delgada frontera entre ciencia y arte con dibujos que aportan contexto social y plasticidad a los estudios de antropólogos y arqueólogos. Su estilo en lápiz de colores es estudiado por las nuevas generaciones desde publicaciones como «Rostros de Chile» (1997), con textos de Carlos Aldunate y Francisco Gallardo, y «Oyendo a Chile» (1979), de Samuel Claro Valdés, donde también aprovecha su talento como músico investigador de sonoridades andinas. Mientras Francisco detalla pistilos, hojas y enervaciones botánicas, José proyecta gestos, atuendos y actitudes físicas presentes en las interacciones sociales, ambos como registros de una manera de estar e interactuar en un mundo orgánico. Pérez de Arce detalla: “El gesto es muy importante en los dibujos y es lo más difícil de lograr, porque no hay pautas ni explicaciones mayores sobre la expresión y su significado profundo. El dibujo es el registro más directo. Mi desafío como ilustrador es encontrar las directrices de estas pautas en la valoración del detalle. Por ejemplo, en la serie «Desarrollos comerciales de Arica», dibujé a dos jóvenes con camisas tradicionales; originalmente uno de ellos posaba la mano en el hombro del otro, pero Victoria Castro (reconocida especialista en culturas nortinas) me explicó que ese no es un gesto aymara y tuve que eliminarlo. Fue una tremenda enseñanza. Existe toda una gestualidad andina para mostrar respeto que es muy parecida a la de Asia. He visto esa misma forma de relacionarse en China, pero desde el mundo occidental aparece como apocado. Esa actitud humilde, un poco de venia y un poco de no mirar, tiene un respeto del alma, que no es la de ser ‘arrastrado’. Tener que transformar en virtud eso que una buena parte de nuestra cultura considera defecto, es un trabajo interesante, super valioso”. Francisco, por su parte, entiende que el dibujo es un proceso donde la carga cultural encamina la comprensión de la forma y la interpretación del espacio: “Es difícil lograr un acuerdo objetivo de significados pictóricos por la cantidad de taxones, o categorías de reconocimiento, que existen. La Ilustración científica siempre está al servicio de la demostración de una tesis. Impone acentos de observación distintos, aunque luego sean matizados por el espíritu del dibujante. Una imagen de José muestra cómo es él, uno lo reconoce con su característica. En la figuración botánica, la valoración va en la minuciosidad, la sutileza cromática, las proporciones del cuadro”, explica Ramos. Para el dibujo científico, la información es exacta, su expresión es singular. “La libertad de dejar abierta la interpretación es esencial en el dibujo artístico, mientras que en el científico existe un objetivo fijo: transmitir información. El Bosco, por ejemplo, interpreta una planta, no asume un ajuste científico. Pero Botticelli, pensador neoplatónico y dibujante botánico de excelencia, sí integra ajustes formales. En un solo cuadro –«La Primavera»– tiene 240 especies botánicas reconocibles”, señala el dibujante. Transmisión de información o ritual de arte, la carga simbólica de un dibujo ayuda a entender lo que la mente capta como concepto y el alma comprende mediante los misterios del mundo abstracto. El virtuosismo de sus dibujantes hace que en lugar de un manual surja una obra de arte que registra el paso del tiempo.

Francisco Ramos preparando el libro «Helechos en Huilo-Huilo»

Ilustracion de José Pérez de Arce de «Rostros del Norte Grande», exposición multimedial con ilustraciones de Pérez de Arce y videos de Claudio Mercado.