

Contra la anestesia mediática, como si sus obras funcionaran simulando cápsulas que contienen narcorelatos y duras pruebas de exclusión social, la artista mexicana Teresa Margollés llega a Santiago con un montaje que una vez más deja en evidencia su mirada forense a la hora de tomar el pulso de la salud latinoamericana.
Por_ Alfredo López J.
Una enorme tela cubierta de pegamento recorre las calles polvorientas de una villa en Lo Barnechea, un puñado de casas de material ligero que apenas se divisa desde el entramado de carreteras que cruza la ciudad. El enorme lino es arrastrado a mano por Teresa Margollés (Sinaloa, 1963). En su peregrinaje va recogiendo cada una de las partículas que sostienen una franca historia de exclusión, soledad y abandono en esos callejones que parecen olvidados por la agenda pública. Una porción de realidad que la artista mexicana transforma en un nuevo tapiz que contiene elocuentes frescos de memoria, casi como si tuvieran el rango de gobelinos flamencos. Pero que, al contrario de las clásicas escenas de caballeros y gestas heroicas, esta vez son pruebas de una atmósfera oculta por el neoliberalimo.
El método de Margollés toma tiempo. Para llegar hasta lo más profundo viajó a Chile en repetidas ocasiones para ganar confianzas, para ir tejiendo lo que ella sostiene como una interpretación del paisaje a través de las huellas del desamparo.

Frame del video de la instalación «Dos sillones tapizados» (2019). (Instalación: sillones tapizados, medidas variables, 2 videos monocanal).
En eso es una especialista: por décadas su trabajo ha llamado la atención mundial por recoger fragmentos de lugares que fueron escenarios de crímenes, de operaciones de narcotráfico y de actos de violencia. Sobre esa materia cruda, lejos de los vaivenes estético-románticos, ella aparece como una intermediaria que elabora un nuevo esplendor.
Tal como lo confirma a través de otra tela, que enterró por casi un año en plena pampa desértica. Para ello tuvo la ayuda de pirquineros y arrieros de la cordillera, quienes fueron espontáneos guardianes de la corrosión y de la temperatura de una tela-osamenta que ahora también es parte de la muestra «La carne muerta nunca se abriga», que se presenta hasta febrero del próximo año en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende con la curaduría de Andrea Pacheco González.
“Son propuestas visuales contingentes que proponen una profunda reflexión sobre los efectos que causa el neoliberalismo en las esferas sociales, económicas y culturales, revisando consecuencias como la exclusión social, el abandono y el racismo, así como la despiadada extracción de recursos naturales”, dice Claudia Zaldívar, directora del Museo.

Instalación «La Huella» (2019). 17 audios de duración variable y 17 vaciados de yeso de medidas variables. Foto: Benjamín Matte.
El carácter de la obra de Margollés comenzó luego de titularse en arte en 1990. Fue cuando hizo un diplomado en el Servicio Mexicano Forense y luego pasó a ser parte del colectivo Semefo (Servicio Médico Forense) junto a artistas como Arturo Angulo Gallardo, Juan Luis García Zavaleta y Carlos López Orozco, con quienes desarrolló metodologías que iban de la mano de una serie de dilemas éticos y donde llegó a establecer reflexiones tan radicales como la idea de que un narcotraficante es el mejor emprendedor que ha conocido la historia del capitalismo. O que la forma más evidente de violencia en Chile es la desigualdad.
–Su trabajo tiene controversia, un plan que va construyendo desde las orillas… ¿De qué manera quiere enfrentar su lenguaje autoral con la realidad social chilena? ¿A qué ideas de reflexión en el público le gustaría llegar?
“Nunca se tiene el tiempo suficiente como para poder entender una realidad social cuando el mismo idioma que nos une a la vez nos separa”, responde Margollés.

Instalación «La exhumación» (2019). Mezcla de metal molido, arsénico, tierra y agua (relave) sobre tela 150 x 150 cm, sonido directo 3’, fotografías digitales a color impresas en papel de algodón 110 x 165 cm. Foto: Benjamín Matte.
“Mi trabajo es a partir de experiencias directas y éstas no son generalizables en la mayor parte de los casos. Las propuestas en mis piezas se basan en mi propio conflicto y manifiestan mis dudas. No doy ninguna respuesta ni ninguna dirección predeterminada. Sólo invito al público a que asista a una reflexión personal. Me interesa escucharlo. De ser posible, dialogar con él”.
–Usted creció en Sinaloa, un lugar que por muchos años ha sido un pasillo de tráfico de marihuana hacia Estados Unidos. ¿Cómo esa industria no oficial ha sido un contrapeso social y hasta político en México? ¿Qué es lo que más le ha llamado la atención de lo que hoy podríamos llamar una filosofía del narcotráfico?
“No considero que el narcotráfico sea una filosofía. Es un comercio concreto. Las raíces del crimen organizado han penetrado al sistema socio-político no sólo en México. Si se habla de una red, existen muchos países involucrados para que funcionen las rutas de las drogas. Países donde se cultiva, se transporta y se comercializa. Consumidores existen por todo el planeta. Es un negocio seguro y rentable. En mi práctica investigo sobre la pérdida y el dolor de las familias de las víctimas. Sean de un lado o del otro. En esta guerra perdemos todos. No existe un malo de la película. De alguna manera, todos estamos involucrados. Existe una doble moral en estos temas y lo más fácil es señalar… Y sí, soy orgullosamente sinaloense, con todo el estigma que esto significa”.
–¿Cuáles serían algunos móviles u operativos de su trabajo?
“Mi móvil es el arte”.

Instalación «El capital te culea» (2019). Fotografías impresas en papel de algodón (150 x 225 cm). A la izquierda, edificio abandonado colindante al Museo (Santiago). A la derecha, ex Teatro Chile (Recoleta).
–También ha expuesto sobre femicidios, transfemicidios y depredación selectiva, ¿Por qué Latinoamérica arrastra todavía estos crímenes? ¿Puede atribuir esa realidad a una semilla histórica en nuestra conformación como países?
“Desgraciadamente es nuestra realidad cotidiana que se va normalizando y la vamos aceptando como natural y eso me da mucha rabia. Nadie debería negar la crueldad y la barbarie en la historia colonial de Latinoamérica. Pero mientras declinemos nuestra responsabilidad y compromiso ante la violencia de hoy, nuestro futuro se verá diezmado y recortado con cada asesinato. Tampoco considero que el odio a la mujer esté relacionado con un supuesto gen latinoamericano. Ese pensamiento me parece una ingenuidad. En España han asesinado a más de 40 mujeres este año. La gran diferencia es que de los 2.174 asesinatos de mujeres en México, muy pocos casos se han resuelto. En España, todos. Pienso que debemos exigir a nuestros gobiernos acciones concretas para proteger a las jóvenes y niñas de la brutalidad a la que están expuestas a diario, en las calles y en sus propios hogares”.
–Nuestro país tiene una de las tasas más altas de desigualdad en la región, algo que usted también ha definido como una forma de violencia. ¿Tiene algún dato, alguna imagen, algún caso que le haya llamado demasiado la atención de la realidad? Algo que pueda relatar brevemente.
“Ahora estoy invitada por el Museo de la Solidaridad Salvador Allende para mostrar mi trabajo e hice para ellos tres viajes al país. Pienso que lo que expongo ahora es una primera aproximación de lo que será un trabajo más largo en un futuro próximo. ¿Algo que me llamara la atención? La primera impresión que tuve al llegar a Santiago fue ver que las zonas de mayor pobreza coincidan con un color de la piel. Un pantone social del negro al blanco”.