

A una escala humana y otra microscópica, Ximena Izquierdo expone en la Galería Patricia Ready una mirada que habla de la supremacía de la Naturaleza frente a la fugacidad del cuerpo. “No se trata de la simple admiración, sino de la posibilidad de proyectar esa geografía desde sus contornos interiores. Una nueva veladura para dejar en evidencia, por ejemplo, la fragilidad de nuestros ecosistemas”, dice.
Por_ Alfredo López J.
«Este mar cordillerano, esta cordillera oceánica» bautizó Ximena Izquierdo a su montaje tras barajar varios nombres que fueron apareciendo como veladuras de palabras e ideas que se iban superponiendo de manera natural y espontánea. Ese ejercicio de ir transmitiendo mensajes como si fueran capas de realidad han sido una constante en su oficio, una manera de hacer las cosas que parece no tener punto final. Esta vez, ocho metros de tarlatana dispuestas en el piso dejan ver pliegues rugosos y otros lisos para lograr, a través de distintas tonalidades de verde, un reflejo de una geografía construida a partir de la mirada y la propia experiencia.
En esas capas de tarlatana está impreso el recuerdo, una superposición de texturas de microfotografías tomadas durante caminatas que la artista ha hecho desde la cordillera hasta los bordes marinos. “No se trata de paisajes. Está, por ejemplo, la trama del fragmento de un tronco. O al revés, los registros captados desde los cuatro mil metros de altura para observar la vista de los valles y sus asentamientos”, relata. Para lograrlo realizó varios viajes por la cordillera chilena, desde el volcán Licancabur en el norte hasta el Villarrica, Osorno, Descabezado Grande y también el cerro Provincia más al sur. “Lo mismo hice en la cordillera de la Sierra de Tramontana, en Mallorca, un lugar que tiene una geografía similar a la nuestra”, añade.
–¿Está en su obra la idea de tomar el pulso de la geografía como una manera de establecer otras claves en torno a la fragilidad de los ecosistemas?
“Claro, pero es más que eso. Es la veladura de una naturaleza que aparece muy sólida, pero que también es bastante permeable. Entonces, mi idea es establecer esa dinámica donde el cuerpo recorre esa geografía, donde entra en esa dinámica en que el hábitat se impone y el cuerpo pasa a ser parte de ese sistema. Y es ahí donde aparece el tema actual de la debacle ambiental, pero desde una reflexión inversa. No es lo mismo tomar una fotografía de un lugar a sumergirse por completo en él, llegar a la punta del cerro y observar con absoluta detención. Por lo mismo, he recorrido toda la franja ortogonal de los cerros de Santiago. No se trata, entonces, de la simple admiración, sino también de la misión de visibilizar y proyectar la Naturaleza en tu propio interior. Sólo ahí es cuando nace la obra, una nueva forma de velar nuestro entorno”.
–¿Velar en el sentido pictórico… o más allá?
“Se nos olvida que velar es cuidar, proteger, vigilar, incluso durante las horas del sueño, por lo que también podría referirse a la idea de no dormir. Viene de alumbrar con velas y eso es lo que permite una luz más bien rasante, que deja ver, pero no enceguece. Cuando hice las telas en serigrafía fui en busca de una cromía de distintos tonos verdes que, cuando se superponen, se suman, van creando la sensación de relieve. Como si tuviera montículos a través del color”.
–La tarlatana tiene una apariencia dura y flexible a la vez, ¿esa dicotomía le pareció trascendente fuera del taller?
“Es una tela que funciona como una gasa más dura y que se usa habitualmente para limpiar las planchas de grabado antes de hacer copias. Con ella se saca la primera capa de la tinta y atrapa el exceso. Yo la almidono un poco para aumentar su rigidez y algunos trazos los sumergí en el mar, donde la sal también endurece”.
¿Somete siempre los materiales a procesos naturales? ¿Los tintes, por ejemplo?
“Hay de todo. Algunos tintes son de origen natural y otros los encargué a Francia, porque esta vez necesitaba más opacidad y allá tienen más variedad. Además, fui agregando polvos dorados, de azufre, como una suerte de alquimia del color. Cuando uno se inserta en un lugar natural como la Cordillera, el ambiente es el mandante. Lo que quiero decir es que es muy distinto construir el color a adquirirlo”.
–Esta muestra tiene dos escalas de observación, ¿cuál es el plan?
“Una es para mirar a nivel de ojo, a través de telescopios. Y otra escala es a través de estos montículos de tarlatana para el nivel del cuerpo completo. Los telescopios permitirán ver dibujos de fragmentos de ocho animales chilenos en extinción. Pero no se trata del animal completo, sino de su pérdida a través de la trama. La ciencia, las humanidades y también el arte, siempre han mostrado el objeto o sujeto a retratar desde la tradición de la proporción áurea, o sea, desde su totalidad. Entonces los pelos de un zorro de extinción, o la forma en que se reproduce, hablan de sistemas únicos, pero que no alcanzamos a dimensionar. Esa porción para mí es importante porque deja en evidencia la pérdida de la morfología”.

En estas capas de tarlatana está impreso el recuerdo, una superposición de texturas de microfotografías tomadas durante caminatas que la artista ha hecho desde la cordillera hasta los bordes marinos.
–Esa morfología a nivel macro, ¿cómo la advierte en la geografía?
“A través de cómo el tiempo ha hecho ver mar y cordillera como dimensiones opuestas. Tienen la misma morfología, la cordillera podría ser vista como el negativo fotográfico del mar. Si yo estuviera diciendo que una escultura tiene un determinado relieve externo, puedo parecer que lo digo todo. Pero hay más, ¿dónde está ese relieve interno? Eso es lo que busco”.
Con celulosa cubre rocas al lado del mar hasta convertirlas en piezas escultóricas. No las interviene y deja que los factores ambientales vayan haciendo su trabajo. Camina por la playa siempre y, aunque vive en un amplio departamento en Providencia, que hace las veces de taller, se siente asfixiada. Su infancia en el campo aparece siempre como una idea absoluta de paraíso. Antes de estudiar diseño gráfico en la Universidad Católica de Valparaíso, con profesores como Claudio Girola, Godofredo Iommi e Ignacio Balcells, vivió como un pájaro libre junto a sus padres en el campo. Después emigró para seguir sus estudios de grabado en Europa y fue en Mallorca donde trabajó en el taller del mismísimo Joan Miró como parte de una residencia. El diseño gráfico, sin embargo, ha estado siempre como un oficio que jamás ha dejado de lado.
–El diseño es algo más conductual, de un hombre más domesticado. ¿Es como si a través de ese medio quisiera controlar su lado más silvestre?
“Más que todo está la idea de dar margen, lugar y presencia a través del diseño. Cuando trabajaba en grabado, durante mi pasantía en la Fundación Miró, tenía todos los objetos del artista, su prensa, por ejemplo. Entonces iba y venía, desde dentro y hacia afuera del taller. Fue cuando decidí hacer otras cosas. Enterraba materiales en la nieve, en la tierra, o simplemente las dejaba en el exterior. Sólo aplicaba el impulso inicial y después todo se iba construyendo solo, se visibilizaba por sí mismo”.
–¿Cómo apareció el papel calco en su obra?
“Como una manera de trabajar con un material que ha sido aliado de las ciencias y del conocimiento por mucho tiempo. Una vez calcando me di cuenta que ese papel era la memoria. Pero hay que establecer primero que lo calcado y lo que se calcará no constituyen memoria, sino que es eso que está entre medio. El calco mismo, que es de una liviandad absoluta… Tal como la memoria. Nadie sabe cuánto pesa, ni dónde está. Algo similar sucede con la idea de alma”.
–Se podría decir que la música tampoco tiene peso… Su padre es el director de orquesta Juan Pablo Izquierdo. ¿Es muy distinto ser hija de un director de orquesta?
“Claro que es distinto. Nunca paraba de viajar, pero la herencia y la sensibilidad de interactuar con el arte es algo que aparece naturalmente entre nosotros. Mis hermanos también tienen esa sensibilidad. Mi idea personal es que todo es música, porque nunca hay restricción para los sentidos. Por eso me cuesta separar las artes. La transmisión y la manera de canalizarlas, por supuesto, son diferentes. Pero los emplazamientos, las formas de abordar las cosas tienen la misma forma de la música. Algo que en mi caso aparece como la construcción de un imaginario, un imaginario donde la memoria amenaza con su fragilidad”.
«Este mar cordillerano, esta cordillera oceánica…»
Ximena Izquierdo S.
24 de abril al 31 de mayo,
Galería Patricia Ready.