

A casi tres meses de su fallecimiento en España, queremos rendir homenaje a uno de los autores chilenos más internacionalmente leídos de los últimos tiempos. Una bella ocasión para repasar su trayectoria y su vida, que se reflejan y enriquecen mutuamente. A su legado literario, que incluye un amplio registro de géneros, se sumará un último libro de crónicas, que se lanzará este mes en nuestro país.
Por_ Marilú Ortiz de Rozas
Soñaba con venirse a vivir al sur, “a mi Sur” como solía decir. Luis Sepúlveda (1949-2020) precisaba que se refería a aquel territorio que comienza donde se yergue el volcán Corcovado (Los Lagos), frente al correntoso golfo de igual nombre, surcado por sus amadas ballenas. Y se extiende hasta esos mares australes y gélidos del fin del mundo, alguna vez habitados por pueblos indígenas extinguidos. Para él era la región más bella del Planeta. “Alcanzó a comprar una propiedad al sur de Puerto Montt, frente al Seno Reloncaví, en Pelluco, hace unos pocos años. Pasamos bellos momentos ahí”, recuerda Víctor Hugo de la Fuente, su gran amigo, compadre y cómplice de viajes, libros y aventuras. Sin embargo, al escritor radicado en Gijón, Asturias, Norte de España, se le hace difícil conciliar las distancias, y, con el dolor de su alma, vende. Si bien es un hombre de su tierra, y particularmente de su mar, es aún más un hombre de su tribu. Y tiene tres hijos en Alemania, otro en Suecia, otra en Ecuador, y todos sus nietos en Europa. “La patria no es el lugar donde se nace. La patria es la lengua”, decía Sepúlveda, refrendando a Albert Camus, y agradeciendo su vida en Gijón. Allí fue mecido por el ruido de las intensas olas del mar Cantábrico, e iba todas las mañanas a comprar el periódico en español, lo que para él era importante.
Por lo demás, cuando venía a Chile se instalaba por tiempo indefinido en el departamento de De la Fuente, director de la edición chilena de «Le Monde Diplomatique», y que vive entre París y Santiago. A él alude Sepúlveda en su último policial, que lleva el simbólico nombre de «El fin de la historia»: “Te conseguí un departamento en la avenida Lyon, es de un periodista amigo que no está en Chile, suele recibir gente y nadie se sorprenderá al verte entrar y salir. En una hora más una compañera joven te espera en un restaurante cercano (…) estará leyendo «Le Monde Diplomatique» y te dará las llaves”.

Víctor Hugo de la Fuente y Luis Sepúlveda fueron compadres, compañeros de viajes, de libros, de aventuras gastronómicas.
Al teléfono desde París, ríe el «periodista amigo» al escuchar este relato y confiesa que su compadre lo hace aparecer como en cuatro libros. Ambos ingresaron a las Juventudes Comunistas a los doce años, en 1962. De la Fuente se quedó hasta el 64; y Sepúlveda, un par de años más antes de emigrar al PS. Pero se conocieron en 1988, en Revista «Análisis», y se hicieron amigos para siempre en el Festival de Biarritz, poco después.
Luis Sepúlveda cursó parte de su escolaridad en el Instituto Nacional, luego estudió teatro; en tanto, lo invitaron a sumarse al GAP, grupo de amigos personales del Presidente Salvador Allende, y tras el golpe de estado fue detenido en el Regimiento Tucapel de Temuco.
El viejo y la gloria
A los tres años de estar detenido, gracias a la intervención de Amnistía Internacional, le conmutaron su pena por exilio, y comenzó una larga aventura por diversos países, entre ellos Ecuador, donde tuvo la oportunidad de internarse en “el Oriente” y compartir invaluables experiencias con miembros de la etnia amazónica shuar. Allí también se hizo un compadre, “Nushiño, mi gran instructor en la selva”, un personaje que reaparecerá diez años después en la novela que lo llevó a la fama: «El viejo que leía novelas de amor». Una obra donde relata el salvaje mundo del Amazonas y su progresiva corrupción por Occidente, creando, a la vez, una fabulosa metáfora sobre la bestialidad de los hombres.
“Lucho, a pesar de que ocupa muchos elementos de su propia vida para narrar sus historias, jamás escribió, por ejemplo, sobre su experiencia en la prisión”, señala De la Fuente. Lo que hizo en esta novela fue trasladar su visión sobre los seres humanos, la ambición y el poder, a este escenario que vivía en equilibrio antes de la llegada de los blancos. El mensaje que configura es transversal: hay que preservar la selva, también el Planeta, y, muy especialmente, las novelas románticas. Porque “hablaban del amor con palabras tan hermosas que a veces le hacían olvidar la barbarie humana”, frase con que remata su libro.
«El viejo…» comenzó a fraguarse en su mente en 1977, y lo escribiría en dos días, en Artatore, actual Croacia, diez años después, para luego pulirlo en Hamburgo. “Me gusta ponerme a escribir cuando ya tengo la historia completa en la cabeza (explica Sepúlveda en el documental de Sylvie Deleule para ARTE) y la del viejo, que es mi alter ego, la tenía aquí (se toca la sien), enterita, hace una década”.
Inicialmente fue publicada en Chile, pero pasó totalmente desapercibida. “La mandó a un concurso en España, el que ganó, y allá obtuvo una cierta atención. Pero fue la edición francesa del libro la que lo catapultó”, recuerda el escritor Mauricio Electorat, otro de sus amigos. Ellos se conocieron en París, donde Sepúlveda se radicó tras su gesta editorial.
“Lo bonito es que Lucho fue leal con Anne Marie Métailié, su editora francesa, hasta el final de su vida; lo que no hizo con otros libros, en otros idiomas, pues era muy solicitado”, cuenta De la Fuente. La artista visual y escritora francesa Federica Matta, otra gran amiga de Luis Sepúlveda, manifiesta que él logró llevar a sus lectores a un territorio común, donde cada uno se encuentra consigo mismo, con la Naturaleza, y consiguió que su obra fuera comprendida por personas de universos muy diferentes, partiendo por las más sencillas. “Al mismo tiempo, nos hace tener presente aquello en que no somos capaces ni de pensar, como la tortura o los asesinatos, pero que no debemos olvidar”, señala Federica. Ella y De la Fuente forman parte del Comité Editorial de «Le Monde Diplomatique» (que también integraba Luis Sepúlveda) en el cual todos colaboran asidua y gratuitamente, y están a punto de editar el último libro de crónicas del desaparecido autor.
“Lucho escribía regularmente para nosotros, y cuando juntábamos un número significativo de artículos, los reuníamos en un libro. En julio publicaremos el que se llamará «Últimos textos de Luis Sepúlveda en Le Monde Diplomatique», narra De la Fuente, a quien nuevamente se le quiebra la voz.
Sepúlveda siempre les donó sus derechos de autor, y su generosidad fue legendaria con muchos otros escritores y también con sus maestros. “Un día me llamó tipo seis de la mañana para contarme que había conseguido que su editor italiano se interesara en un libro mío”, recuerda Mauricio Electorat. El escritor colombiano Santiago Gamboa reafirma que Sepúlveda “vivió una especie de boom latinoamericano para él solo, que de inmediato quiso compartir con colegas y amigos”.
Novela negra y gaviota
También Sepúlveda logró que Francisco Coloane fuera redescubierto en Europa. Había seguido sus pasos desde muy joven, tanto en la literatura como en las latitudes, puesto que se internó en “su Sur” como a los dieciséis años.
Tras el éxito apabullante de «El viejo que leía novelas de amor», Sepúlveda no repite la fórmula, sino que explora un terreno completamente distinto: la novela negra. En «Nombre de torero», por primera vez pone en escena a Juan Belmonte, un ex escolta de Salvador Allende, ex guerrillero que es también otro de sus alter ego. Aunque, evidentemente, el personaje es un ser novelado, de gloriosas hazañas y derrotas, y puede que algunos hayan creído que fanfarroneaba.
“Lucho era el más gran contador de historias que haya conocido, era capaz de mantener en vilo a una audiencia completa, como ocurrió en el Teatro Matignon de París, ante toda la intelectualidad de la izquierda francesa, durante dos horas, relatando maravillosas aventuras. También en comidas con amigos, que por lo general él pagaba, nos contaba fabulosos encuentros y peripecias con hombres ilustres de las letras universales, como Cortázar, Auster, García Márquez y un largo etcétera”, evoca Electorat.
Sepúlveda retoma a Belmonte en «El fin de la historia», esta vez más viejo y cansado. El personaje ha depuesto las armas y se instala en el sur de Chile, en Quellón, con su mujer; con lo que logró rescatar de su mujer tras su estadía en Villa Grimaldi. Pero “no se puede escapar de la sombra de lo que fuimos”, repite una y otra vez: Belmonte es obligado a integrar un operativo para contrarrestar el plan de quienes quieren liberar de prisión a uno de los más feroces torturadores de la dictadura: Miguel Krassnoff.
“Nuevamente, Lucho incursiona en un universo muy diferente cuando aborda la literatura infantil, con su gran éxito «Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar»; como también retoma narraciones que transcurren en el sur de Chile, en «Patagonia Express», «Mundo del fin del mundo» (donde aborda sus años en Greenpeace) y «Últimas noticias del sur», éste último con fotografías de otro gran amigo y compañero de viaje, el fotógrafo argentino Daniel Mordzinski. Él se mueve por diversos géneros, sin quedarse pegado en ninguno”, puntualiza De la Fuente.
El último de sus libros publicados es también una de sus “novelas para jóvenes de 8 a 88 años”: «Historia de una ballena blanca», ilustrada por la ilustradora y pintora catalana Marta Gustems.
La mejor historia de amor
Su mujer, la poeta Carmen Yáñez, se quedó en Gijón, acompañada por su hijo Carlos. “Él fue a visitar a su padre cuando enfermó y no pudo regresar a Suecia debido a la pandemia”, explica Víctor Hugo de la Fuente. Distintos homenajes se han estado rindiendo al autor chileno fallecido el 16 de abril víctima del coronavirus, incluyendo la declaración de Hijo Adoptivo de esta ciudad.
La pareja se conoció en Chile, en 1967. Un amigo de juventud de Sepúlveda le contó que tenía una hermana muy bonita y que si quería que se la presentara le costaría dos buenas botellas de vino. Las compró. Se casaron cuatro años después; nació Carlos y ellos se separaron en 1973. “Las diferencias políticas no contribuyeron”, reconoció Carmen, que fue detenida en Villa Grimaldi y luego partió al exilio a Suecia.
En tanto, Sepúlveda, en Ecuador frecuentó a dos mujeres: una local, pero su familia, cuando se enteró de su incipiente embarazo, la llevó al campo y le hizo cortar con él. “Lucho le escribió y le escribió, y ella nunca respondió. Años después recibió una carta de quien es su única hija, Paulina, a quien reconoce”, revela De la Fuente.
La segunda era alemana, Margaret Seven. Pero él quería ir a combatir a Nicaragua, y acordaron que si sobrevivía se instalarían juntos en Hamburgo. Lo que ocurrió, y de esa unión nacieron Sebastián, Max y León. Más de una década después, la pareja, muy civilizadamente, se separó. Un día decidieron dar una fiesta y Margaret invitó a Carmen Yáñez, aduciendo que él siempre estuvo enamorado de ella.
A partir de mediados de los 90, Luis y Carmen retoman su relación y el escritor debe pedirle su mano al hijo en común. “Carlos le contestó algo como ‘te advierto Lucho (no le decía papá), no le vayas a hacer daño a mi madre’ ”, recuerda Carmen Yáñez en la película de Deleule. En 1997, se fueron a Gijón, un sitio donde el escritor se sintió muy a gusto. “Contaba Lucho que estaba en una cola en el banco, la primera vez que fue, y surgió una discusión con el cajero. El señor que estaba atrás dijo al empleado: ‘Oiga, el compañero tiene razón’. Atónito, Lucho decidió quedarse a vivir en ese lugar, ‘donde la gente todavía se trata de compañero’ ”, agrega De la Fuente. El escritor arrendó entonces un camión en Suecia para traer todas las cosas de su mujer, y manejó, dichoso, hasta Gijón. Veintitrés años pasaron volando. Hoy sus cenizas se conservan en su casa, pero apenas amaine la pandemia, las repartirán en cuatro lugares: una parte irá a una plaza de Gijón, donde se está levantando un monolito para él; la otra, a las olas de ese mar Cantábrico cuyas tormentas tanto disfrutó; la tercera, a Hamburgo, y la última, su viuda las traerá a Chile para esparcirlas frente a Quemchi (Chiloé), donde nació Coloane. Le tocará a Carmen Yáñez traerlo de vuelta a “su Sur”, a este territorio donde está su mundo. “En realidad, nuestra historia con Carmen es una que le hubiera gustado leer al Viejo que leía novelas de amor”, contaba Luis Sepúlveda.

Salón del Libro Iberoamericano de Gijón, al centro Luis Sepúlveda, Federica Matta (quien hacía todos los afiches), Víctor Hugo de la Fuente y Carmen Yáñez.
Una estrella
Hay dos países donde Luis Sepúlveda realmente fue aclamado: Italia y Francia. “Las colas para verlo en las ferias del libro eran monumentales. Era un rockstar”, exclama Víctor Hugo de la Fuente. Y esto debe entenderse en forma literal. “Estaba con él, en Roma, comprando ropa, porque debía ser jurado de un concurso literario y llegó sin maleta. Al momento de cancelar (unos tres mil euros), la dueña de la tienda dijo: “No, el maestro aquí no paga. Sólo fírmeme para mi nieta este libro”, y sacó su ejemplar del cuento del gato y la gaviota. En ese mismo viaje, un restaurante en Piazza Navona lo invitó, con todos sus amigos, a una cena de lujo, a puertas cerradas ‘en honor al maestro’ ”, evoca Mauricio Electorat.
En tanto, Santiago Gamboa lo acompañó a una gala en un gran teatro de Trieste, donde Vittorio Gassman declamó un monólogo que encargó a Luis Sepúlveda. “Esa noche (4 de octubre de 1996) era además el cumpleaños de Lucho, así que Gassman pidió para el escritor los aplausos. Fue apoteósico”, recuerda Gamboa. En Chile, si bien tiene muchos lectores, muy receptivos con él, Luis nunca se llevó bien con las autoridades. “Era anti establishment”, sostiene De la Fuente. Fue muy crítico con todos los gobiernos, y rechazó muchas invitaciones oficiales. Prefería venir donde su amigo, o arrendar una casa en el campo para recibir a sus hijos, como hizo en el verano de 2010. “Estaba tan bien, que pensé regresar a Chile. Justo comenzó el terremoto y fue como si la Naturaleza misma me contestara que no debía hacerlo”, concluyó el escritor.