

Seis años a cargo del Ballet Nacional Chileno lleva este coreógrafo francés, que aún no cumple 40 años y ya ha conseguido una de sus metas: llevar la compañía chilena de gira a Europa. Por primera vez.
Por_ Marietta Santi
La primera impresión que da Mathieu Guilhaumon es de un tipo serio. Su carácter reflexivo se impone, hasta que sonríe. Entonces sale a relucir un aspecto juguetón y lleno de entusiasmo. A sus casi 40 años de edad, está abriendo su sexta temporada como Director Artístico del Ballet Nacional Chileno, BANCH. Y, lo más importante, concretando varios de los objetivos que se propuso cuando asumió: dialogar con otras disciplinas artísticas, abrir la compañía, sacarla del aislamiento y, finalmente, internacionalizarla. Esto último se cumplirá en octubre próximo, cuando el BANCH realice su primera gira a Europa y se presente en cinco teatros franceses con la pieza «Puedo Flotar?», de Kaori Ito, quien fuera artista invitada de la temporada 2016 de la compañía chilena.
“Desde que llegué hasta ahora hubo un camino intenso. Tenía una idea clara de lo que quería hacer, relacionada con mi educación coreográfica y con las compañías por las que pasé, pero también viendo la historia del conjunto. Porque no se trataba de olvidar 70 años de trayectoria”, comenta
Tenía 34 años y una carrera promisoria como coreógrafo cuando fue convocado por el BANCH a montar su creación «Añañucas». “Me encontré con un grupo que tenía ganas de cosas nuevas. Entonces, cuando salió la posibilidad de dirigirlo, después de postular y mandar mi proyecto artístico, pensé que había un gran potencial al que se sumaba el contexto nacional, ya que estaban pasando muchas cosas en Santiago”.
Consultado sobre por qué prefirió Chile a Europa, donde estaba haciendo una movida carrera, Guilhaumon es claro: “A diferencia de Europa, hay una cosa que me gustó mucho de acá: esas ganas de descubrir. En Europa, estoy hablando de compañías estables con repertorio, los bailarines son como niños mimados, porque tenemos la oportunidad de trabajar con profesores de alta calidad, con todos los grandes. Entonces, después de diez años me encontré muchas veces con que iban coreógrafos y la gente ponía cara de ¿esto de nuevo? Sentí que acá había espacio para hacer algo”.
Este bailarín y coreógrafo nació en Perpignan (Francia) y comenzó sus estudios de danza a los 6 años. Curiosamente, cuando le preguntaban qué quería ser cuando grande, siempre decía “¡quiero ser coreógrafo!”, y nunca estrella de la Ópera de París. Estudió en el Conservatorio Nacional de Danza de Perpignan y posteriormente en la escuela de Martine Limeul y Matt Mattox, donde cursó ballet clásico, jazz y tap. Obtuvo una beca para el Alvin Ailey American Dance Center, de Nueva York, y a su regreso ingresó a la Escuela Rudra Béjart, en Lausanne (Suiza), e integró el Groupe 13 formado por Maurice Béjart.
Reconoce que dirigir una compañía siempre fue un sueño. “La idea de armar un proyecto, tener un grupo de más de 22 bailarines y llevarlos a un piso mínimo de nivel internacional, es un desafío. Esta es una convicción mía y es lo que quiero regalar a este grupo de bailarines: la oportunidad de trabajar con gente que probablemente jamás habría tenido la posibilidad de conocer, porque Chile está muy lejos, muy aislado. He trabajado con muchos, entonces, por qué no compartir ese círculo de personas que conozco”.
Internacionalización
El proyecto con que Mathieu Guilhaumon postuló al cargo de director del BANCH consta de tres ejes. El primero, a nivel de repertorio, consiste en montar obras con su lenguaje coreográfico e invitar a coreógrafos internacionales. “Mi idea era exponer a la compañía hacia el extranjero y ponerla en un mercado, entre comillas, para que tenga reconocimiento internacional, como los cuerpos estables de otros países”, precisa.
Un segundo eje apunta a cautivar a un público de niños y jóvenes: “No solamente mantener las funciones educacionales, sino cambiar la idea de qué significa trabajar para niños, no solamente hacer funciones educacionales, sino también inventar talleres con escuelas, hacer escuelas de verano, abrir el espacio del ballet a los bailarines en formación. El enfrentarse al trabajo de un conjunto como el BANCH es importante para quienes se están formando”.
Una tercera línea es el intercambio con otras disciplinas. “Lo que vi, cuando llegué, es que cada uno defendía su territorio. No había intercambio ni conversación, y no estoy hablando solamente del Ballet de Santiago y el Ballet Nacional, mucho más allá de eso, con otras artes escénicas, con el teatro, la música. Cada uno estaba en sus cosas. Lo primero fue que Marcia Haydée (directora del Ballet de Santiago) se acercó, y me dijo que desde hace un par de años estaba tratando de realizar algo entre las dos compañías. Lo hicimos y ha tenido varios impactos, no sólo a nivel artístico, sino también con el público”, afirma.
–Hablemos de tu gusto por hacer cruces disciplinarios. Con Millaray Lobos, Sebastián Errázuriz, con los Power Peralta.
“Todo eso tiene que ver con mi formación. Empecé con jazz, tap, ballet, siempre me ha fascinado la comedia musical, y ninguna ha tenido más valor que la otra para mí. No tengo danzas clase B o A. Soñaba con las estrellas de la Ópera de París, pero también con los bailarines de Broadway. Con Béjart eso era súper claro, teníamos clases de ballet, de Graham, teatro, artes marciales, canto. Siempre he considerado la danza como un arte que se va nutriendo de muchas cosas, no sólo se trata del cuerpo moviéndose, es mucho más que eso”.
–En «Hat’s off!» se reúnen con los Power Peralta.
“Es la continuación de las colaboraciones. Hace mucho tiempo que el hip hop ha subido al escenario. Creo que hoy el baile urbano va más allá de la destreza. Esto también es una escritura de movimiento, no es solamente un baile popular. Entonces, en lo que a priori parecían estilos incompatibles hay muchos puntos de encuentro. Uno siempre aprende del otro”.
–¿Qué te pareció la materialidad y la formación de los cuerpos en Chile, en general?
“Hay mucha creatividad y talento, pero creo que eso no es suficiente, hay que tener herramientas, que pasan por la formación, por una cultura coreográfica. Primero es cuándo empiezan los estudios y, creo que lo sabemos todos, acá se inician muy tarde para aspirar a un nivel profesional. Debería haber una política cultural, educacional y pública que implemente que la formación del bailarín debe empezar a los 12 años. Lo que antiguamente se hacía en la Universidad de Chile. Creo que hay que ampliar mucho más la formación. Es necesario dar a esos niños muchas más herramientas, a una edad más temprana. Esa idea de que una técnica va en contra de la otra, en el año 2019 no puede ser. Ahora los coreógrafos contemporáneos ocupan de todo: técnica clásica, hip hop, contemporáneo, flamenco, acrobacia…”.

Mathieu guía detalladamente a los intérpretes del BANCH. En la imagen dirige a Gema Contreras. Foto: Patricio Melo
–Te preocupas del público.
“Sí, y creo que es importante, porque hubo un público que dejamos de lado. No hay que olvidarlo, si al final la danza se va a presentar al público. Cuando diseño una programación estoy pensando siempre en el tema. Los Power Peralta, más allá del encuentro artístico, tienen un público que jamás ha escuchado hablar del BANCH. Estamos en eso, en estos cruces artísticos, en estos diálogos de apertura hacia el otro y no pensar que el otro es competencia”.
–El corolario del 2019 es la gira a Francia.
“Todo nació de gente de teatro que conozco en Francia y también por el «Puedo flotar?», trabajo que la coreógrafa Kaori Ito, muy reconocida en Francia, hizo con el BANCH. Desde un inicio quería lograr esto, ha sido algo obsesivo. A partir del momento que se generó la invitación tuvimos mucha suerte, porque un teatro francés (el que realizó la invitación) propuso coordinar toda la gira. Estaremos en cinco teatros al norte del país, que forman parte de la red Scènes Nationales Françaises. En todos presentaremos «Puedo flotar?». Y luego, en noviembre, iremos a la Bienal de Danza en Cali, Colombia, con«La hora Azul»”.