

Bernard-Henri Lévy, filósofo francés, critica que hoy dependamos de la voluntad del gremio de Hipócrates para regular nuestras necesarias conductas sociales.
Por_ Vera-Meiggs
Hemos vivido un año buscando doctores, de urgencia o “por si acaso”. Tener números telefónicos a mano, o direcciones de centros médicos, se ha vuelto una de las costumbres planetarias más unánimes. No puede ser de otra forma bajo una pandemia como la que nos ha tocado. Como sea y tengamos la opinión que tengamos al respecto, la verdad es que los médicos han sido protagonistas del “año en que vivimos en peligro”. Pero también lo han sido de innumerables películas que recorren la historia del cine, lo que garantiza que no todos ellos son buenos ejemplares de humanidad. El ya centenario doctor Caligari fue el que inauguró la villanía médica en el cine y su descendencia ha sido numerosa.
Pero, como en todo lo humano, se enfrentan los contrarios. Ha habido también médicos ejemplares y uno que otro heroico, o heroica, como los que han engalanado el 2020.
La pantalla es amplia como para aceptar a unos y otros. Veamos una selección.
Doctores temibles
Frankenstein es el apellido de un doctor protagonista de la afortunada novela de Mary Shelley, publicada en 1818 y que ha tenido un permanente éxito en teatro y uno enorme en cine, al punto de constituir una suerte de subgénero dentro del terror. Eso hace que las versiones y variantes abunden en demasía, desde «Frankenstein contra Drácula» hasta «Jesse James contra la hija de Frankenstein». Pero no es el médico el que está contra, sino que la creatura, que no tiene nombre.
Tres para el recuerdo: «Frankenstein» (1931), de James Whale, versión en la que por primera vez aparece el gran Boris Karloff con el aspecto que lo instalará definitivamente en el imaginario colectivo, obra maestra del maquillador Jack Pierce. Representación simbólica del hombre atormentado por su imperfección y su resentimiento contra su creador, la película generó un arquetipo tan afortunado que casi ninguna versión posterior ha podido esquivar.
«La novia de Frankenstein», posterior en tres años y con el mismo director y reparto, introduce una variante notable: la novia tan deseada (Elsa Lanchester con mechones blancos), pero tampoco perfecta y que por eso rechaza a su novio. El humor irónico le agrega inteligencia a una puesta en escena de refinada plástica, verdadero ápice del cine gótico.

El gran Boris Karloff en «Frankenstein» (1931), de James Whale, con el aspecto que lo instalará definitivamente en el imaginario colectivo. Elsa Lanchester en «La novia de Frankenstein» con el mismo director y reparto.
«Frankenstein junior» (1974), de Mel Brooks, acentúa el humor suavizando los aspectos terroríficos y homenajeando a los dos filmes anteriores. Muy divertido el sirviente Igor (Marty Feldman, que se haría famoso) de ojos desorbitados y cuya joroba se desplaza aleatoriamente de izquierda a derecha.
Se puede observar que en los tres casos el doctor termina siendo secundario ante su creatura.
Pariente ideológico del personaje de Shelley es el «Doctor Jeckyll y mister Hyde», de Robert Louis Stevenson, cuya versión dirigida por Rouben Mamoulian en 1931 resulta aún insuperable por varios motivos. El principal está en evitar el maniqueísmo entre Bien y Mal, lo que Fredric March (que ganó el Oscar) interpreta a la perfección, dotando a su personaje de tensiones internas y pavores compartidos con su opuesto.

«La piel que habito» (2011), la visita que Pedro Almodóvar hizo al reino del terror.
Un sucedáneo de importancia fue «La piel que habito» (2011), la visita que Pedro Almodóvar hizo al reino del terror, donde un cirujano plástico (Antonio Banderas), que sí es el protagonista, busca vengar a su hija operando al agresor hasta hacerlo cambiar… completamente.
Doctores y pacientes doctores
En «Amarga victoria» (1939), de Edmund Goulding, el médico (George Brent) es central, pero Bette Davis, su paciente, es la arrogante protagonista que no acepta sufrir de un tumor incurable e intenta rechazar el sincero amor del cirujano que no puede salvarla. Humphrey Bogart intervendrá para aclarar la situación. Contiene uno de los finales inolvidables del melodrama clásico hollywoodense, en el que ella, consciente de la proximidad de su fin, busca alejar a la amiga que la acompaña para poder subir sola a su dormitorio. Obviamente, la Davis está superlativa, pero Brent, habitual galán de la estrella, logra hacerse notar a su lado.
«Cuéntame tu vida» (1945), de Alfred Hitchcock, es un melodrama con mucho sicoanálisis, algún suspenso y una secuencia de sueño diseñada por Salvador Dalí. El guión parece desprenderse de «El gabinete del doctor Caligari». El nuevo director de una clínica siquiátrica (Gregory Peck) es en realidad un paciente atormentado por un pasado, más o menos imaginario. Pero llegará una colega, tan tranquilizadora y enamorada como Ingrid Bergman, y lo conducirá por los vericuetos de su memoria hasta descubrir la verdad de un asesinato. Un Hitchcock programado para difundir a Freud, pero que hacia el final logra identificar acción e ideas.
El último western del machista de John Ford fue protagonizado por «Siete mujeres» (1966), seis de ellas pudibundas misioneras y una doctora (Anne Bancroft), nada de pudibunda, que usa pantalones, fuma compulsivamente y no se inhibe de manifestar que le gustan los hombres. Todo en una misión protestante en China durante los caóticos y violentos años treinta. La doctora deberá combatir el cólera, la histeria, la pobreza de recursos, los prejuicios y finalmente a un jefe mongol encaprichado con ella. Triunfará, a pesar de que sus compañeras no lograrán entenderla sino tardíamente, cuando asuman sus propias represiones y cegueras. Obra imperfecta de cierre de un gran cineasta que no fue comprendida en su momento, pero que el tiempo ha sabido engrandecer. Al igual que a la doctora.
Después de dos años de filmación interrumpida y de un costo enorme, Akira Kurosawa creó uno de los títulos definitivos de su filmografía, pero al mismo tiempo uno de los menos apreciados: «Barbarroja» (1965). Verdadero monumento a la profesión de médico, cuyo guión proviene de una novela que parece haber sido escrita por Dostoiewski, aunque fuera realmente del japonés Shugoro Yamamoto. Un joven doctor con ambiciones sociales precisas es enviado a hacer su práctica en un hospital público de provincia dirigido por el experimentado Akahige (Toshiro Mifune). El contraste entre ambos no puede ser mayor y el hospital está cruzado por la miseria humana, encarnada en los múltiples pacientes pobres y sus terribles historias de abandono. Como se puede anticipar, el joven médico encontrará un nuevo destino a su vocación. Fue la última vez que Mifune y Kurosawa trabajaron juntos. El director no le perdonó las porfías al actor, que insistió en darle un carácter heroico al personaje. Al menos en Japón, la película fue un gran éxito. Hoy todavía asombra por la maestría de su puesta en escena y la multiplicidad de sus personajes, pero sus tres horas de duración pueden ser exigentes a los ojos actuales.
«M.A.S.H.» (1970), de Robert Altman, fue el mayor éxito de su autor, aunque debiéramos mencionar al guión de Ring Lardner Jr. (premiado con el Oscar) como el gran responsable. La Mobile Army Surgical Hospital actúa bajo la presión de la guerra de Corea (léase Vietnam). Sus miembros cumplen con su deber de zurcir, reparar o amputar a valientes soldados, pero en los ratos libres se gastan bromas pesadas para neutralizar el horror en el que viven. Buen reparto, un tono de comedia bien mantenido y una cuota de cinismo que relativiza la humanidad de personajes e ideas. Palma de oro en Cannes.
David Cronenberg ha visitado a menudo el mundo médico. Sus relatos nunca se alejan demasiado de la corporalidad y por eso mismo los accidentes del organismo requieren reparaciones. «Mortalmente parecidos» (1988) tiene de protagonistas a una pareja de exitosos cirujanos ginecólogos gemelos, interpretados por Jeremy Irons, que llevan demasiado lejos los juegos de intercambio y aprovechamiento de sus pacientes.

«Mortalmente parecidos» (1988), de David Cronenberg, tiene de protagonistas a una pareja de exitosos cirujanos ginecólogos gemelos, interpretados por Jeremy Irons.
«Un método peligroso» (2011) cuenta la historia real de una joven paciente de histeria que es tratada por Carl Jung con el apoyo de Sigmund Freud en la Viena del novecientos. Pero las relaciones entre médico y paciente derivan a otra cosa. Michael Fassbender y Viggo Mortensen interpretan a los célebres siquiatras, mientras la paciente es Keira Knightley, algo pasada de revoluciones. Aproximación interesante al mundo del sicoanálisis, con más de alguna licencia ficticia.

«Un método peligroso» (2011) cuenta la historia real de una joven paciente de histeria que es tratada por Carl Jung con el apoyo de Sigmund Freud en la Viena del novecientos.
La pregunta final es ¿podremos confiar en alguno de estos modelos médicos para nuestra próxima urgencia?