

El mito del eterno retorno puede llevarnos fácilmente a la locura. Esa idea de que la vida se repite igual, una y otra vez, hasta el infinito. No sólo cada acción, sino cada gesto, cada pensamiento que tenemos, cada respiro. ¿Quieres vivir esto otra vez e innumerables veces más? De ser una realidad, ¡aquella pregunta pesaría sobre nuestra existencia como el peso más grande!, sentenciaba Friedrich Nietzsche.
Por_ Jessica Atal
Con una reflexión sobre este pensamiento del filósofo alemán, Milan Kundera (1929, Brno, Checoslovaquia) comienza «La insoportable levedad del ser» (1984), su novela más famosa. La idea del eterno retorno, escribe Kundera, significa, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan”.
La inexistencia del retorno da paso a la fugacidad. Si el eterno retorno es la carga más pesada, nuestras vidas aparecen “en toda su maravillosa levedad”. Desde allí, Kundera se cuestiona qué habremos de elegir: el peso o la levedad. Cita al griego Parménides, quien, en el siglo VI a.C., explica la existencia con principios contradictorios: ser-no ser, luz oscuridad, fuerza-debilidad, peso-levedad. ¿Qué es lo positivo? ¿Qué es lo negativo? Parménides responde que la levedad es lo positivo y el peso lo negativo.
Con estas ideas en la cabeza, Kundera introduce a Tomás, el primer protagonista de esta obra. Confiesa que, como autor y creador suyo, pensaba en él hace años, pero no había logrado verlo con claridad hasta el momento de sentirse iluminado por esta reflexión. ¿Era porque Tomás no tenía el peso necesario para ser visibilizado? ¿O es su levedad la que lo convierte finalmente en personaje?
Desde esta dicotomía (peso-levedad), Kundera desarrolla la historia: las vidas, las sucesiones de hechos, las circunstancias de lo que es ¿esencialmente elusivo?: la existencia de Tomás y de Teresa, la de Frank y Sabina y, también, cómo olvidarlo, la historia política de la nación que alguna vez fue Checoslovaquia.
Kundera es admirador incondicional de Miguel de Cervantes. En él encuentra otro principio filosófico –y físico– fundamental: la relatividad. ¡Son molinos de viento! ¡Es Dulcinea la encarnación de la belleza! Lo humano es esencialmente ambiguo, las verdades son muchas o ninguna. La sabiduría de la incertidumbre es la única que, tarde o temprano, cobra sentido.
Tomás es un cirujano acostumbrado a tener relaciones sexuales con diferentes mujeres. Para no crear falsas expectativas, distancia sus encuentros y nunca duerme con sus amantes. Después del acto sexual, regresa a su departamento o, si están en su piso, les pide un taxi que las lleve de regreso, aludiendo a su imposibilidad de dormir en una misma cama con otra persona. Hasta que aparece Teresa.
Ella es una joven que ha conocido recientemente en una pequeña ciudad checa. Son seis las casualidades que permiten ese primer encuentro: en el hospital de la ciudad de Teresa, “casualmente” se había producido un complicado caso de enfermedad cerebral. El director del hospital de Tomás “casualmente” no podía viajar y hacerse cargo. En su lugar envía a Tomás. En la ciudad había cinco hoteles, pero Tomás termina “casualmente” hospedándose en el que trabaja Teresa. “Casualmente”, él disponía de algún tiempo antes de la salida de su tren y va al restaurant donde Teresa, “casualmente”, está de turno. Ella, “casualmente” atiende la mesa de Tomás. Después aparecerán más casualidades, porque Kundera, como si practicara un eterno retorno en su prosa, va y viene una y otra vez sobre las mismas escenas. Días más tarde, Teresa viaja a Praga, llama a Tomás y apenas abrirle la puerta y mirarse el uno al otro, hacen el amor. ¿Y era amor? ¿Cómo pesar el amor?
Al menos, es algo absolutamente diferente a lo que Tomás ha experimentado hasta entonces. Ella se muda a vivir con él. Él es, de alguna manera, su salvador. Ella se enferma y él la cuida. De camarera se convierte en fotógrafa. Y, por un tiempo, son felices.
Hasta que Tomás reanuda sus “amistades eróticas”. Intenta explicarle a Teresa la diferencia: hacer el amor con una mujer y dormir con ella son dos pasiones distintas. Sin embargo, Teresa vive el amor de Tomás como una amenaza: se siente intimidada por las mujeres, por el género femenino en esencia, y la infidelidad de Tomás se torna una carga, un peso cada vez más difícil de soportar. Para Tomás, en cambio, son los celos de Teresa los que se convierten en ese peso insoportable. Praga, por otro lado, vive bajo el peso insoportable de la ocupación rusa. Estamos en 1968.
Fugacidad de la historia, fugacidad de la vida
Deciden, entonces, mudarse a Zúrich. Vuelven, por un tiempo, al campo magnético de Parménides: a disfrutar de la dulce levedad del ser… Hasta que un día Tomás encuentra una carta de Teresa. Ella ha regresado a Praga porque no quiere ser/significar más una carga para él. Kundera se vale de otra interesante analogía. Sus conocimientos musicales lo llevan a relatar una anécdota en la vida de Ludwig van Beethoven y a introducir una frase sobre la cual está escrito su último cuarteto: “Es muss sein!” (¡Tiene que ser!). Esa es “una decisión de peso”. El peso para Beethoven, a diferencia de Parménides, es algo positivo. Lo necesario es lo que tiene peso y lo que tiene peso tiene valor. Tomás decide, con todo el peso que implica, volver a Praga, a los brazos de Teresa.
Cómo se desarrolla la historia a continuación es, básicamente, un experimento de vértigo, de sueño, del ir y venir sobre los mismos accidentes, casualidades, pensamientos, suspiros. Un experimento de ensayo y error frente al eterno retorno o la fugacidad de la vida. Esas ansias insuperables a veces de caer o a veces de elevarse hasta alturas inimaginables.
Pero ¿dónde está la frontera? ¿Dónde exactamente algo leve se torna en peso y algo pesado se torna leve? Volviendo atrás, todo es relativo. Tomás es cirujano: esto significa “hender la superficie de las cosas y mirar lo que se oculta adentro”. De ahí su necesidad de poseer el cuerpo de una mujer: para contactarse con lo terrenal, para disponer su propio peso físico sobre un cuerpo ajeno. ¿O sólo para darle un peso específico a su propia vida? Teresa, por otro lado, fotografía la ocupación para quizás retener, en la imagen, esa fugacidad de la historia, de la vida. El papel perpetuando el instante.
Finalmente, Teresa deja la fotografía y Tomás renuncia a su “misión” de médico. Por primera vez, siente la felicidad de esa gente que no carga con una misión en la vida. Experimenta la levedad del ser. Vive con Teresa en el campo. Se han alejado de las obligaciones, de las mujeres, de cualquier peso. ¡No existe más un Muss en sein! No existe ni siquiera el peso de la historia.
Al parecer, Kundera quiere decir que es imposible aprehender el mundo. Es imposible la posesión. Ni siquiera es posible la posesión de nosotros mismos. Somos plumas, somos aire, somos un grano de arena. Dentro de esa levedad, transitamos con más o menos peso. Tal vez con ninguno. ¿Y acaso importa? Pero la luz, ¿no la conocemos sino por la existencia de la oscuridad? El frío, ¿no existe porque se diferencia del calor? Y así también, ¿el ser del no ser?
Mientras tanto, qué hace la humanidad. Caminar hacia delante dejando huellas profundas. Dominar la naturaleza. Producir cosas. Guerras. Establecer fronteras. Ejercer su peso, su poder, sobre el más débil. “La verdadera bondad del hombre, escribe Kundera, sólo puede manifestarse con absoluta limpieza y libertad en relación con quien no representa fuerza alguna.” Una de las últimas imágenes de la novela es la de Teresa acariciando la cabeza de Karenin, su amado perro que agoniza. Otra es la de Nietzsche al momento de salir de su hotel en Turín. Frente a él hay un cochero que azota a su caballo con un látigo. Nietzsche va hacia el caballo y, frente a los ojos de ese hombre castigador, abraza el cuello del animal y llora. En ese momento, se dice que Nietzsche establece su ruptura con la humanidad. Se entrega, sin resistencia, a la locura. No soporta ver, ni por un segundo más, la miseria humana, aquel insoportable peso o aquella insoportable levedad… del ser. Mientras tanto, nosotros seguimos habitando este planeta y acaso cuestionándonos: ¿Cuál es mi peso? ¿Cuál es mi levedad?