

En el año del centenario de su natalicio, celebrado el 29 de junio, su figura adquiere matices diferentes: la teatralidad de su voz, su capacidad de reflejar al pueblo chileno y su rescate de la memoria y la identidad lo ubican en un lugar destacado del patrimonio cultural chileno.
Por_ Marietta Santi

Imagen del artista en el documental «Prontuario de Roberto Parra» (1996), de Hermann Mondaca y Ximena Arrieta.
En torno a Roberto Parra, el quinto de la prole Parra-Sandoval y el favorito de sus famosos hermanos Nicanor y Violeta, se ha tejido un mito a partir de sus peripecias de hombre de pueblo que se hizo a sí mismo. Militante de diversos oficios, desde lustrabotas a limpiador de tumbas, en los primeros minutos del documental «Prontuario de Roberto Parra», de Hermann Mondaca y Ximena Arrieta, él mismo aventura una definición de sí mismo: “Yo nací como mi taita, medio tentao de la risa”, dice en verso. Y luego asegura: “Me di una vida a mi manera, pasé todo el tiempo tocando en casas de putas. De ahí salen todas mis cuecas choras, sale el jazz, sale el vals, salió «La Negra Ester»…”.
Un buscavidas, encarnación del roto ladino, enamoradizo y versero era el “tío” Roberto. Ingenioso, fabulador y siempre con el vaso en la mano, detrás de su falta de estabilidad hubo dos amores permanentes: la música y la escritura.
Partió muy joven como cantor. Con sólo 8 años, en 1929, el pequeño Roberto acompañaba a sus hermanos mayores –Hilda, Violeta y Eduardo– a recorrer cantando la bohemia del sur de Chile a cambio de unos pesos, o de comida, para ayudar a la economía familiar. En numerosas entrevistas, Violeta recordó que los cuatro actuaban en circos, ramadas y chicherías, y también en trenes, fiestas religiosas, trillas y vendimias. Los hermanitos Parra tenían un amplio repertorio, que incluía tonadas, cuecas, boleros, tangos, corridos mexicanos y las entonces aplaudidas canciones españolas.

Nicanor y Roberto Parra en Cartagena.
Pero ¿dónde adquirieron estos niños sus habilidades musicales? La música y el verso fueron parte de la vida cotidiana en su hogar. El padre, Nicanor, era profesor normalista además de cantor e intérprete de guitara y violín. Y a veces hacía dúos con una de sus hermanas, que tocaba arpa y piano.
“Mi padre, aunque profesor primario, era el mejor folclorista de la región y lo invitaban mucho a todas las fiestas. Mi madre cantaba las hermosas canciones campesinas, mientras trabajaba frente a su máquina de coser”, señaló Violeta en la «Revista Musical», en 1958. Roberto fue un adelantado alumno en su ambiente familiar. A los 14 años ya se desempeñaba como guitarrista en circos y cabarets de la zona sur de Chile, y a los 17 formó junto a su hermano Eduardo (Lalo) el dúo Los Hermanos Parra. Dos décadas después, consolidado en el “ambiente” bohemio de la música popular, llegó al puerto de San Antonio para integrarse como guitarrista en la orquesta del cabaret Luces del Puerto. Pero fue en la boite Río de Janeiro donde conoció a la Negra Ester, prostituta con la que vivió un apasionado romance. Ella se convirtió en protagonista de las décimas que, escritas en 1972 y publicadas en 1980, lo instalarían en el patrimonio cultural chileno.
“Tú eres la rosa más linda / Que yo he visto en mi jardín / Tu cuerpo como un balancín / Tus olores son de guinda” («La Negra Ester»).

«La Negra Ester», de Andrés Pérez Araya y el Gran Circo Teatro, basado en las décimas que, escritas en 1972 y publicadas en 1980, instalarían a Roberto Parra en el patrimonio cultural chileno. Foto: Gran Circo Teatro.
La Negra y la identidad
En 1971, ya en la cincuentena, Roberto Parra se casó con Catalina Rojas, con quien sentó cabeza y tuvo dos hijas. En ese ambiente familiar, el cantautor pudo registrar su jazz guachaca y pasar en limpio sus numerosas notas –en tono de diario y también ficción–, que han dado vida a libros y obras teatrales. Fue precisamente el montaje de «La Negra Ester», de Andrés Pérez Araya y el Gran Circo Teatro, el que sacó a Roberto del nicho de los músicos, que admiraban y seguían sus composiciones jazzísticas y cuequeras, para relevarlo a nivel popular. El montaje «La Negra Ester» se estrenó en 1988, en la Plaza de Puente Alto, en medio de un país remecido por aires de cambio. Tanto fue su éxito que sumó veinticinco temporadas a lo largo de Chile y cinco giras internacionales. La obra parte del relato en décimas y en primera persona, compuesto de 97 estrofas, acerca de los amores entre Roberto, el músico, y Ester, una apetecida prostituta. La adaptación teatral, de Pérez, suma 121 estrofas y se apega al texto original. A nivel del lenguaje, abundan los chilenismos de fines del siglo XIX y comienzos del XX, como ñato, cabra, mina, huachuchero, mostrar la hilacha, dar bola, entre muchos otros. Entre encuentros y desencuentros, la música –de estilo “parriano” compuesta por La Regia Orquesta– convierte cada escena en postal de una bohemia extinguida. En su artículo «Erotismo, registro popular e hibridismo de lenguajes escénicos en La Negra Ester de Roberto Parra y Andrés Pérez», publicado en la revista Cahiers du CRICCAL, Osvaldo Obregón da algunas luces del por qué del éxito de esta pieza: “El mérito de Roberto Parra es haber desarrollado con personajes chilenos típicos de clase popular, en su mayoría, un tema con valor universal: los amores turbulentos entre Roberto y La Negra, con una fuerte carga erótica. Esta relación intensa e inestable, al mismo tiempo, es el eje de la acción dramática”. «El desquite», también de Parra, narra la problemática del poder y el género en el campo chileno. Escrita en prosa, llegó al teatro de la mano de Pérez Araya y la compañía Sombrero Verde, en 1995, y luego al cine en una producción de Andrés Wood. Pero hay más. El monólogo «Entre luche y cochayuyo», basado en el cuento homónimo de Parra, producido y dirigido por el músico Mario Rojas, se estrenó el pasado 29 de junio en el marco de las celebraciones de su natalicio. Y en 2018 fue el año de «El Golpe, un relato de memoria», adaptación de Florencia Martínez para un texto que Parra redactó en distintos momentos de la dictadura, donde narra lo que vio el mismo 11 de septiembre de 1973 al cruzar Santiago, a pie, para ver cómo estaba su madre Clara Sandoval.
Fidel Sepúlveda, investigador de la cultura popular chilena, escribió en el prólogo del libro «Poesía popular, Cuecas choras y la Negra Ester» (Fondo de Cultura Económica 2010) que “la vida y obra de Roberto Parra implican una operación integral que tiene los caracteres de la revuelta, en el sentido de Octavio Paz: rescate de los valores tradicionales del pueblo chileno…Y es, esencialmente, una contribución instauradora, fundacional en tres aspectos. En lo estético, por la reivindicación de léxico, sintaxis, imágenes y símbolos expresivos del arte de vivir de la comunidad. En lo cultural, por la revelación de materiales claves para la detección y asunción de la identidad y la autonomía. En lo ético, por el cultivo de la autenticidad y la valoración del potencial sapiencial del pueblo chileno”.
No hay duda. Los escritos de Roberto Parra tienen teatralidad de sobra, sus personajes viven y sus tramas destilan emoción. No sería extraño que su pluma volviera a sorprendernos con una nueva pieza teatral, rescatada por algún teatrista empeñado en poner en valor eso tan inasible que es la identidad.