

Por la forma del planeta, uno asciende hacia el norte y desciende y se sumerge, hacia el sur. En más de un sentido, esto marca nuestra manera de estar en el mundo; somos los de abajo.
Por_ Miguel Laborde
Recuerdo ese momento, deslumbrado, al leer la novela «Las aventuras de Arthur Gordon Pym», de Edgar Allan Poe. El protagonista entraba en una suerte de delirio, se hundía en un espacio irracional, experiencia cada vez más intensa a medida que se acercaba a los helados mares australes. Entonces se me apareció esa noción antigua, que hacia el Polo Norte se ubica el cerebro del mundo –las vibraciones que lo activan–, en tanto nosotros, aquí, somos los habitantes de su sexo. Sur, sexo.
¿Cómo percibieron a la Cruz del Sur los pueblos originarios, la que apunta hacia el sur? ¿Como un llamado, en esa dirección? En la cosmovisión mapuche eso fue así, de acuerdo al mito original según el cual ellos habrían llegado aquí siguiendo la orientación del chamán, o chamana: ¡Huilli! ¡Huilli! (¡Al sur! ¡Al sur!). Ácrux se llama la estrella más baja de esa constelación, la que apunta en esa dirección. Para los navegantes europeos, que sólo conocían las tres de arriba –con su forma de triángulo– fue una experiencia memorable ver que se completaba una cruz, su propio símbolo. Para unos y otros, el destino se abría hacia el sur.
Me gusta su gélido vacío, esa gran dimensión antártica, pura y desnuda. Y también que seamos pocos en torno a ella, y que tengamos territorios tan abiertos. En este nuestro hemisferio vivimos apenas el 10% de la población mundial. Y tenemos mucha menos superficie terrestre que en el del norte. Somos diferentes. Aquí predominan los grandes océanos, su silencio, sus vientos que llevan tierra adentro unas brisas salobres, llamando a la navegación. Gracias a esta apertura, uno puede embarcarse y dar la vuelta al mundo siguiendo la misma línea de latitud sin tocar tierra, sin ver un solo ser humano. En Rapa Nui está el aeropuerto más remoto del planeta, lejos de todo. Es sorprendente que el tronco mayor de los humanos naciera en este hemisferio, y que desde aquí saliéramos a explorar y a colonizar el mundo. También surgió aquí el primer oficio, el de la piedra.
Pero la historia cambió ese orden. En el presente, la población del hemisferio sur es caucásica en primer lugar, porque exploradores y colonizadores llegados del norte aniquilaron gran parte de las poblaciones locales del sur de América –Argentina, Chile, Uruguay–, así como las del Brasil meridional; lo mismo en Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda, donde llegaron los ingleses. Recién ahora estamos recuperando a las culturas locales, en un proceso que recién comienza, el pacto con el origen.
El portugués es la lengua más hablada, obra de sus grandes navegantes que dieron la vuelta a África y llegaron al Lejano Oriente, donde levantaron sus factorías en las islas australes; también navegaron hacia el oeste y dejaron su idioma en Brasil, uno de los países más poblados del planeta.
Es sugerente la línea ecuatorial, la divisoria entre los hemisferios. Con sus lluvias continuas, su clima muy similar todo el año, sin cambios de estación, es una zona 0. Un vacío, una tregua. En esta América del Sur, el espacio se dilató y se hizo profundo gracias a la Escuela de Valparaíso, la de los artistas y arquitectos de la Universidad Católica de esa zona, los que proyectaron la Cruz del Sur sobre Sudamérica para encontrar su centro simbóli- co; un destino propio, ajeno a Europa y cercano a la tierra.
Los jesuitas también habrían buscado ese centro mucho antes, por herencia de una inquietud –o rumor– de los templarios. Lo que sí es un hecho, y muy reciente, es que cuando Brasil inició su avance hacia el interior, simbólicamente lo hizo en ese mismo punto, aunque geográficamente no sea así; Lucio Costa, su urba- nista, diseñó Brasilia inspirado en los dos ejes de la Cruz del Sur. Unió su destino a este punto cardinal.
Fue una inspiración notable la del uruguayo Joaquín Torres García, el artista que dio vuelta el mapa y dejó arriba el Polo Sur, sugiriendo que allá está nuestro futuro, nuestro “norte”: en el sur. Una manera de darle vuelta la espalda al hemisferio norte, y a sus influencias, para comenzar a mirar hacia el sur. Un acierto el poe- ma de Vicente Huidobro que ironiza sobre ese eje y esa guerra de poderes; el que dice que los cuatro puntos cardinales son tres, el Norte y el Sur. Es una división que se olvida, pensando que el planeta se divide en Oriente y Occidente.
Ese gran escritor y cronista, que fue Enrique Bunster tiene un libro notable, sobre el Pacífico, y ahí aparecen las navegaciones chilenas por todo ese océano, tempranas, llevando la carga quincenal de abastecimientos para los penales de Australia y a los ovejeros de Nueva Zelanda, temprano en el siglo XIX.
Hubo un silencio de más de un siglo y recién ahora hemos redes- cubierto esos dos países, tan afines en muchos sentidos. Es hermoso ver que no se olvida el origen, porque las banderas de Australia, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea, Samoa, Brasil, e incluso esa alianza de países del Mercosur, contienen a la Cruz del Sur. Somos, todos, vecinos de este hemisferio, “recién descubierto”. Aún así, entre las ciudades más habitables del mundo, la mayoría está a este lado: Auckland, Adelaida, Wellington, Perth, Mel- bourne y Brisbane.
A este lado del océano la vibración es diferente, pero igualmente lograda, como lo estableciera Armando Tejada en su canción: “Salgo a caminar/ por la cintura cósmica del sur,/ piso en la región/ más vegetal del viento y de la luz./ Siento al caminar, toda la piel de América en mi piel/ y anda en mi sangre un río/ que libera en mi voz/ su caudal./ Sol de Alto Perú/ rostro Bolivia, estaño y soledad,/ un verde Brasil besa a mi Chile/ cobre y mineral/, subo desde el sur/hacia la entraña América y total/ pura raíz de un grito/ destinado a crecer/ y a estallar”…
Armando Tejada, tan olvidado. Ese niño mendocino que ven- día diarios en una esquina, huérfano y mestizo, creador de esta Canción con todos, se gastó sus pocos pesos en comprar un libro, recuerda ese momento, deslumbrado, al leer la novela «Martín Fierro»; ahí se deslumbró él, comenzó a mirar este sur, devino compositor de temas como este que es considerado himno de América Latina.
*Miguel Laborde es Director del Centro de Estudios Geopoéticos de Chile, director de la Revista Universitaria de la UC, profesor de Urbanismo (Ciudades y Territorios de Chile) en Arquitectura de la UDP, miembro del directorio de la Fundación Imagen de Chile, miembro honorario del Colegio de Arquitectos y de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía, y autor de varios libros.