

La celebración, que cumplió 53 años, mantiene a raya su leyenda: reunir en quince días las expresiones culturales y destrezas de una comunidad que enfrenta el futuro con renovado optimismo. Entre competencias ancestrales, pruebas de tallado, danza y pintura en la piel, los isleños están convencidos de que la sociedad planetaria dará el gran salto si observan su espíritu insular.
Por_ Alfredo López J.
Fotos_ Javiera Gandarillas e Iván González
Son quince días en que casi ocho mil isleños le dan la cara al horizonte con orgullo y empatía, una historia que repiten siempre en febrero para dar cuenta de cómo avanzan en aquellos oficios y habilidades que le fueron heredados por sus ancestros como una manera de sobrevivir en el punto de tierra más alejado del planeta. Una gesta heroica de destrezas que provienen desde lo más profundo de su historia, desde los tiempos en que el rey Hotu Matu`a condujo a su pueblo desde una supuesta isla hundida, entre los mares del Pacífico Sur y Las Marquesas. En esos parajes volcánicos, en el siglo IV de nuestra era, encontró un nuevo hogar para su pueblo que venía buscando un refugio luego de que su antigua Hiva fuera devorada por el mar.
No fue una tarea fácil. Tuvieron que dominar la tierra, inventar nuevas fórmulas para la captura de peces en el fondo del mar y además honrar a sus dioses con una ingeniería que fuera más allá de lo rupestre. Crearon los Moais, enormes cabezas de piedra, para ser semienterrados en los puntos sagrados de su territorio. Los tallaron desde la roca viva de sus canteras, los hicieron caminar a través de troncos que usaban como ruedas y les proporcionaron ojos de coral y de conchas para que pudieran dominar el paisaje con su mirada protectora.

La Ariki, o Reina Tapati, Nani Tuki Pont. Tuvo que sortear olas y cazar su propio pescado antes de ser coronada.
Esa fortaleza es la que también tuvo que sostener Nani Tuki Pont, la ariki o Reina Tapati de este año, para ser coronada mientras más de cien maget vestidas con plumas y flores de tipaníe en la cabeza bailaban a su alrededor para celebrar su triunfo. La joven isleña –quien pertenece a un linaje de más de siete mujeres que también han tenido este cetro– debió sortear duras pruebas para demostrarle a su comunidad que estaba preparada para enfrentar un año de compromisos y tareas que la tendrán al frente de la continuidad de las tradiciones Rapa Nui.
“En mi familia hay muchas arikis, y mi hermana mayor también lo fue. Descendemos de un linaje de reinas: de la gran Avarei Pua, que llegó hace muchos siglos desde Hiva junto al clan de los Tuki, el clan del sol”, cuenta luego de ser informada de sus óptimos puntajes en las competencias deportivas y de baile. Y agrega: “Mi misión, desde que comencé con esto, ha sido hacer crecer el sentido de esta celebración. La Tatapi muchas veces representa rivalidad entre clanes. Pero con Pío Haoa Riroroko (el aito o rey que la acompaña y que también es su pareja) queremos cambiar esa visión y dar un ejemplo”.
Como dupla dejaron en evidencia sus capacidades y destrezas en las pruebas de Aka Vanga, corrida con dos cabezas de plátanos, de canotaje y Tau’a o triatlón. Además de demostrar conocimientos culturales de la isla, participar del arte de las pinturas corporales y en la fabricación de coronas de flores o hei tiare.
Para ella esta fiesta es un momento propicio para recordar a sus ancestros y potenciar lo que les fue heredado: “Nuestras costumbres, nuestra música y nuestras danzas… Una cultura muy rica. Siempre le estamos preguntando cosas a los sabios y nuestra misión es transmitir eso. Por lo mismo, este año le pedí al municipio sumar más competencias para los niños, algo que resultó muy bien”, prosigue.
Nani Tuki Pont cursó tres años Administración de Empresas en Santiago, porque sus papás le dijeron que tenía que seguir una carrera.“Pero la verdad es que siempre estuve preparándome para este momento. Mi sueño sólo ha sido representar mi cultura. Los ancianos de la isla me han dicho que lo he hecho bien y están felices. Nosotros, lo más jóvenes, siempre buscamos la aprobación de ellos. Porque si ven que una está interesada, te siguen enseñando”.
Como Ariki –o reina Tapati– Nani Tuki tuvo que cocinar, bailar y dominar historias y conocimientos relevantes de la cosmovisión Rapa Nui. En una de las competencias logró el mejor puntaje en la elaboración de pohe, un postre dulce que se prepara con plátano y mandioca. Debió nadar, sortear olas, conseguir su propio pescado y, desde las rocas, encontrar todos los ingredientes para hacer un ika mata, una suerte de cebiche que se sirve en conchas y se condimenta con especies nativas.
Mientras sostiene su corona –de madera de imacoi y de arbusto miro tahiti– recibe flores de tipaníe, hibiscos y nehe nehe como ofrendas. Durante ese ancestral momento es cuando relata su gran misión para Rapa Nui: “Quiero crear una escuela en mi isla, un lugar donde los niños aprendan a mantener las tradiciones que han hecho posible nuestra supervivencia”.
Para el alcalde Pedro ‘Petero’ Edmunds, la gente sabia es la que está siempre alentando, cuidando, enseñando, e incorporando elementos nuevos. “La Tapati hace quince años era desde Rapa Nui para Rapa Nui. Pero luego se sumó la idea de incorporar a quienes nos visitan, a nuestros huéspedes. Para que vivan además de un momento de turismo, de descanso, la experiencia de una fiesta de mucha vida, de mucha alegría, pero sobre todo de mucha lección de vida. La gente ahora llega casi un mes antes y se inscribe en la preparación de los bailes, participan activamente. La Tapati sirve como instrumento de aprendizaje y de cambio de conceptos a partir del simple gesto de escuchar a los que más saben”.
Para Edmunds se trata de un nuevo paradigma, “paradigma que se está gestando desde la idea de pensar la isla como un planeta que tiene sus demandas. El planeta nos pide cuidar recursos, respetar entornos, respetar a la gente, a los mayores, a los niños, a buscar justicia. Entonces, la Tapati pasó a ser un instrumento catalizador de todo eso y más”.
Te pito o te henua, el ombligo del mundo
Para el Alcalde hay un episodio clave en la valoración de la isla. Fue en el año 2000, cuando se entrevistó en París con el director general de la Unesco. En esa oportunidad, le planteó que la Tapati era Patrimonio Intangible de la Humanidad. “Me miró con cara de que no tenía idea de lo que le hablaba. Y meses después me enteré que la Unesco anunciaba el estudio para considerar esa categoría para nuestra isla”. Si bien fue algo que no prosperó del todo, el entonces Ministerio de la Cultura de Chile decretó la categoría de Tesoros Vivos, “algo que no tiene nada que ver con lo primero. Porque de esa manera se considera a la persona y no al colectivo. La Tapati sigue esperando alcanzar esa categoría, porque se trata de una celebración que engloba respeto, amor, afecto, cultura, divergencia, todo lo que el mundo hoy está llamando a hacer”.
Tal como fue bautizada en sus orígenes, con el nombre de Te pito o te henua, u ‘ombligo del mundo’, la isla ha sido un buen nido para la eclosión de ideas en medio de los cambios que experimenta el país. Fue ahí donde partió el llamado para la creación de la Asociación de Alcaldes y Concejales de Pueblos Originarios de Chile. “Quisimos levantar desde aquí, Rapa Nui, la asociatividad indígena para decir que una nueva constitución no tiene mucho peso si no lleva de piso a los pueblos originarios que le van a dar identidad. Nosotros nos ponemos a disposición de esa carta fundamental”, añade el Alcalde. El primer paso fue en diciembre pasado, cuando representantes de comunas de distintas partes del país lograron reunirse en la Cepal, en Santiago. Fue en ese momento en que se anunció que tendrían dos objetivos principales: lograr un escaño especial en la discusión de la nueva carta y crear a partir de eso una plataforma para reconocer un estado plurinacional a través de los debidos instrumentos legales y administrativos.
Independencia jamás
Para la gran parte de los habitantes de Rapa Nui, la idea de buscar una independencia suena a disparate. Y el mismo alcalde lo corrobora: “Sería como un suicidio”, sostiene con firmeza. En cambio, prefieren hablar de otros mecanismos autónomos que les permitan mantener la fuerza de sus estructuras y costumbres. Consideran que su posición como pequeño poblado en medio del mar les exige estar conectados y protegidos bajo la figura de un estado mayor. De alguna manera, la misma historia les ha dejado huellas dolorosas. No olvidan cuando gran parte de sus habitantes (que en el siglo XVIII llegaban a los 17 mil, muy por encima de los casi 8 mi de ahora) fueron tomados como esclavos por Perú para trabajar en las guaneras. Eran tan prístinos y tan puros que rápidamente demostraron baja resistencia frente a las enfermedades y los pocos que regresaron llevaron consigo infecciones que fueron mortales para la población. La lepra dejó otro manto oscuro en su memoria. Se sienten guerreros frente a los cambios que ha experimentado el mundo en los últimos siglos, sobrevivientes de la codicia de muchos que vieron en sus tierras un territorio sin ley para la explotación ganadera desmedida. Pese a todo, nunca han dejado de lado sus ritos y ofrendas, como el Umo Tahu y el Umu Hatu, que hacen cada vez que inician o cierran una invitación. Ese pescado que se cocina con algas sobre las rocas calientes, como si fuera una suerte de curanto, es un gesto para simbolizar la unión de la tierra y el mar, un momento para augurar buenas vibras y pedir permiso al dios Make Make, el gran señor de la creación y la fertilidad, para que la fiesta de encuentro llegue a un buen término. Es ahí cuando esa comida comunitaria se transforma en un eje que le da sentido a Tapati y a todo lo que gira en torno a ella. Con un sonoro “Iorana Maururu”, un canto de agradecimiento, Rapa Nui levanta su bandera ancestral de resistencia, la misma que ahora flamea como un ejemplo para las nuevas generaciones.