

Patrick Hamilton presentó la instalación escultórica «El invernadero rojo» en el Centro Cultural Conde Duque, en Madrid. Una estructura inmersiva que permite el desplazamiento de los usuarios y que se presenta como una señal de emergencia de cara al cambio climático.
Por_ Alfredo López J.
Todo Madrid comenzó a paralizarse después del Día de Reyes. Ya desde ese seis de enero, la llamada borrasca Filomena amenazaba con cubrir la capital española con más de 20 centímetros de nieve y temperaturas bajo los 15 grados. En medio de una ciudad blanca, absolutamente consternada por los cortes de luz y la congestión en las calles, el artista chileno Patrick Hamilton (1974) tuvo que aplazar por algunas semanas el montaje de su invernadero: una estructura escultórica y lumínica que se asienta como un fino instrumento para afrontar el futuro críticamente. Expuesta en el Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque, a pocos metros del icónico Palacio de Liria, apareció como un síntoma en medio de las duras condiciones climáticas que enfrentaba el país, una obra que toma fuerza como testimonio exacto de una crisis ambiental sostenida por el modelo económico a nivel planetario.

«El invernadero rojo», 2021. Acero, metacrilato y madera. 2,30 x 8,10 x 3,10 metros. Fotos:Centro Cultural Conde Duque y MadBlue.
Esta escultura, que se puede visitar hasta el 2 de mayo, consiste en un invernadero metálico cuyos cristales han sido reemplazados por metacrilato rojo translúcido. Tiene un carácter interactivo, ya que por un lado permite verse desde afuera, pero también ingresar en ella y mirar desde el interior hacia el exterior. La operación visual comporta un sinnúmero de asociaciones relativas al cambio climático, como los gases de efecto invernadero. Y, por supuesto, al color rojo como un símbolo cargado de historia y de psicología: sangre, fuego e incandescencia. Así también como algo peligroso: la bandera roja, sostiene Patrick Hamilton.
El artista, nacido en Lovaina, Bélgica, y que actualmente trabaja entre Madrid y Santiago, es licenciado en Arte en la Universidad de Chile y en el 2007 recibió la beca Guggenheim. Un año antes había realizado una residencia en el International Studio & Curatorial Program (ISCP) de NY. En Chile es representado por la Galería Patricia Ready y desde sus inicios expresó en su producción una fuerte reflexión sobre las desigualdades de las útimas décadas en este país, en particular durante la post-dictadura. Un período que para él asienta las bases de sus reflexiones estéticas en torno a las consecuencias de la Revolución Neoliberal.
–En esta obra en particular usted habla del rojo como una señal de alerta frente al cambio climático. Fuera de eso, ¿hay una significación más personal, más honda, sobre ese color para usted?
“El color rojo en esta escultura funciona de varias maneras y tiene varias acepciones. Es un color cargado de historia, representa por ejemplo, a los movimientos sociales, como el rojo del sindicalismo. También la sangre, el fuego. De manera específica, aquí está tomado, tautológicamente, para referirse a la radiación infrarroja, pero también a la señal de peligro. Por ejemplo, la bandera roja en las playas o la luz roja del semáforo. Por último, en economía el rojo es el color distintivo de las caídas, los ‘números rojos’ en la bolsa, por ejemplo, hablan de que algo va mal”.
–En la actualidad hay artistas como el danés Olafur Eliasson o el norteamericano Lars Jan que manifiestan en su obra una constante sensibilización sobre el uso de los recursos naturales y el cambio climático. ¿Se siente cerca de estos artistas que parecen tomar la forma de un movimiento casi activista de estos tiempos? ¿O piensa que sigue un camino paralelo?
“El trabajo de Olafur Eliasson es brillante en todas sus facetas, me parece uno de los más grandes artistas contemporáneos. No obstante, mi enfoque, mi punto de partida, tiene que ver más con las relaciones entre arte, economía y política que son las constantes dentro de mi proyecto de obra y pensamiento visual. El abordaje que hago en la pieza «El invernadero rojo» sobre la crisis medioambiental que vivimos viene desde una reflexión crítica sobre nuestro modelo económico y de desarrollo. Parafraseando a Naomi Klein (periodista, escritora y activista canadiense), nuestro sistema económico no sólo trae cesantía, desigualdad, recortes en lo público, sino que además está librando una batalla contra algo tan fundamental como son las condiciones de vida en nuestro planeta. A todas las crisis que la ideología capitalista/neoliberal nos ha llevado, bajo la fe de un crecimiento sin límites, se suma la del cambio climático.
Para la curadoría del Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque, esta intervención específica e inédita nos habla, por tanto, de malos pronósticos: desde el medioambiental hasta el económico, y lo hace situándose en la intersección de la escultura, la instalación, la arquitectura y lo pictórico, proyectándose entre lo material y lo ilusorio, lo social y lo doméstico, lo político y lo poético, lo ornamental y lo monumental, lo público y lo privado, como es habitual en las obras de Patrick Hamilton. En economía, también el rojo es el color distintivo de las caídas y de los balances negativos. Desde ese marco reflexivo, este invernadero hace eco de un episodio no tan reciente: el Acuerdo de París de 2015 que, después de años de negociaciones, fue el primer acuerdo universal y jurídicamente vinculante sobre el cambio climático, donde un gran número de las naciones del mundo se propuso el reto de mantener el calentamiento global por debajo de los 2o C. Aún así, se siente en la obra de Hamilton, todavía tenemos que agitar las manos en señal de emergencia.
–Su invernadero surge como una pancarta de conciencia, ¿qué le gustaría que la gente experimentara o reflexionara al momento de interactuar con la obra?
“La verdad es que la moral le hace mucho daño al arte y yo siempre me mantengo muy lejos de utilizar el recurso ‘moral‘ al minuto de pensar y proyectar una obra. No veo esta escultura como un llamado de conciencia, más bien la veo como una obra crítica que intenta subvertir la mirada a partir de la manipulación de un objeto cotidiano y banal como es un invernadero. Esta es una característica de mi trabajo: tomar un elemento cotidiano y, con un gesto lo más simple y económico posible, generar torsión y subversión en los signos. Pero tampoco soy ingenuo frente a las lecturas que la obra puede provocar. Prefiero que eso quede de parte del espectador”.