

“Lo que no ocurre en la vida puede ocurrir en las novelas. Las novelas nos resarcen de la realidad”, dice Javier Cercas, a propósito de la exitosa «Independencia», con la que retorna el policía Melchor Marín.
Por_ Nicolás Poblete Pardo.

© DANIEL MORDZINSKI
Es la última novela de Javier Cercas («Soldados de Salamina», «Anatomía de un instante», entre muchas otras publicaciones). En «Independencia», Melchor Marín, el policía o, en catalán, mosso d ’esquadra, quien debutó en «Terra Alta» (Premio Planeta 2019), regresa para hacerse cargo de la investigación en torno a la extorsión que está sufriendo la alcaldesa de Barcelona. La fachada de Melchor es la de un héroe incomparable: es considerado como tal por su intervención en un notorio ataque terrorista en España. Ese episodio, así como los trayectos que nos llevan en diversos paseos por parajes catalanes, hasta llegar a Andorra, son narrados con urgente concatenación, y el tono de thriller se mantiene durante toda la novela.
Cercas tiende hilos narrativos que luego une convincentemente gracias a la arquitectura con la que organiza su ficción, que comienza con un macabro relato-testimonio, y en el que nos enteramos de otros dramas sociales que pueblan la narración, como el tráfico humano, la fatídica situación de los inmigrantes, y el costo de la salud mental que implica el trabajo policial (el retrato del sargento Vàzquez, con la descripción de un ataque de pánico resulta escalofriante). El escritor incluso se las arregla para incluir la llegada de la pandemia y su efecto en tierras catalanas. A pesar de todos estos oscuros subtemas, la lectura nunca decae; es decir, la narración nunca se torna dogmática ni panfletaria, y mantiene su trepidante tono hasta la conclusión de la novela.
Cercas no olvida que está trabajando con materiales complejos política e históricamente, y reivindica el poder de la literatura como un mecanismo sin igual. Reflexiona: “Lo que no ocurre en la vida puede ocurrir en las novelas. Las novelas nos resarcen de la realidad”. Y cita: “La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida, decía Cesare Pavese. Ahí lo tienes”.
Un policía único
Aunque escéptico y renuente, Melchor Marín finalmente acepta el reto de volver a su cancha, puesto que hay una espina en su psique que no logra extirpar: el asesinato de su madre. “El recuerdo de su madre prostituyéndose en los alrededores del Camp Nou… el recuerdo del cadáver de su madre encontrado al amanecer del día siguiente en un descampado de la Sagrera, en Sant Andreu, con el cráneo destrozado a pedradas”. Este no es ningún spoiler; ocurre en la página 36 de las casi 400 de la novela. Al final de la narración, la madre sigue penando porque, intuyo, el máximo misterio no es el que ronda el chantaje protagonizado por la alcaldesa de Barcelona, sino el enigma que significa la relación con la madre, que resulta insondable y decisivo, agudizado por el fantasma de un padre desconocido: “Podría hablarle a Vivales de lo que nunca le ha hablado, piensa Melchor, de su madre y su infancia de huérfano e hijo de prostituta en el barrio de Sant Roc y de todos los padres espectrales que, igual que fantasmas o platillos volantes, inquietaron las madrugadas de su infancia…”.
El background de Melchor está fuertemente marcado por la muerte de su esposa, Olga, bibliotecaria, cuyo trabajo es contemplado por él como herencia y posibilidad de proyección post jubilación policial. Cosette es la hija chica, a la cual Melchor lee pasajes de la novela «Miguel Strogoff», de Julio Verne, y le inculca el placer de la lectura. Hay muchas referencias también a Víctor Hugo, específicamente a «Los miserables». Este es un policía culto, se alimenta de novelas decimonónicas, es jurado para un concurso literario y se permite inspiradoras reflexiones en torno a la literatura: “Quiero decir que no es muy habitual que los policías leamos novelas, seguramente porque mis compañeros piensan que es más útil y más entretenido leer sobre cosas reales que sobre cosas inventadas”. En un emotivo discurso final, en la sala de actos del Instituto Terra Alta, Melchor concluye que “las novelas no sirven para nada, excepto para salvar vidas”.
Pero el conflicto más evidente gira en torno a la alcaldesa, una mujer oportunista y chaquetera. Su discurso camaleónico cambia de color político según la economía de las agendas: “Y eso que ahora predica la castidad, el retorno a la familia tradicional y la necesidad de tener hijos para preservar la civilización cristiana y que los musulmanes no nos invadan y toda esa mierda xenófoba”, comenta uno de los amigos. Otro, agrega: “Igual que cuando era activista predicaba el amor libre y alardeaba de sus experiencias homosexuales… Esta mujer ha hecho de su propia vida un argumento político”.
–La novela denuncia el oportunismo político y las aberraciones a las que podemos llegar por una posición de poder, en el sentido maquia- vélico, especialmente cristalizados en el personaje de la alcaldesa. ¿Qué riesgo hay ahí que crees necesario presentar como narración? “Política maquiavélica es la que hoy nos domina por completo, en la cual el fin justifica todos los medios. Soy totalmente contrario a esa política. Yo soy partidario de la política camusiana: no es el fin el que justifica los medios, sino los medios los que justifican el fin. Unos medios corrom- pidos pueden corromper, y de hecho corrompen, el fin más noble, más justo. Una buena causa bien defendida es una buena causa. Una buena causa mal defendida, puede convertirse en una mala causa. Ese es uno de los puntales, una de las cosas que definen el nacional-populismo hoy, y la alcaldesa de Barcelona, en mi novela, es una representante conspicua de ese modo de hacer política”.
–Hay una sensación de camaradería, fraternidad; una noción de amistad y solidaridad, principalmente entre el grupo de amigos hombres que rodea a Melchor Marín. Es un tipo de afectividad muy palpable y única. ¿Qué rol le adjudicas al aspecto humano con el que envistes a tus personajes?
“Esta novela tiene una lectura política, pero para mí no es una novela esencialmente política. No sé cómo explicarlo, pero creo que es muy importante. Hay una solidaridad, un sentido afectivo entre estos policías. Yo no sabía mucho sobre el mundo de la policía. Ahora lo conozco más porque me he documentado razonablemente para escribir la novela anterior y ésta, pero yo no conocía policías. No es mi ámbito, pero he creado, no sé por qué y cómo, una especie de fraternidad entre estos hombres. Para mí esto es importantísimo y me conmueve profundamente. Es la verdad. Esa fraternidad yo no la he conocido. Nunca la he conocido”.
“El trabajo de escritor es muy solitario, muy individualista. Y de una competitividad feroz, por eso huyo del mundo literario. Cuando a los 40 años me hice conocido, tenía mucha curiosidad por el ambiente literario, pero se me pasó rápidamente. Me empaché rápidamente. Encontré un mundo feroz, de competencia feroz. Esa solidaridad yo no la conozco y me parece extraordinariamente envidiable. Y creo que esa solidaridad se produce entre gente que se juega la vida: entre soldados”.
“Veo ahora una cosa muy rara, que es eso que llaman sororidad. Veo una solidaridad entre mujeres, por ejemplo, escritoras, que me asombra. Las escritoras hablando bien unas de otras, de la misma generación, del mismo país. Esto me parece absolutamente envidiable, absolutamente maravilloso. Creo que es porque las mujeres también se juegan la vida. Literalmente. Saben que tienen que apoyarse mutuamente, porque se la juegan. Pero no sé de dónde sale todo esto; tal vez de las películas de John Ford, como sale todo lo que yo escribo. No lo sé. Pero eso es muy importante para mí, es vital. Creo que ahí estoy metiendo algo que me emociona profundamente”.