

Una muestra en la Galería del actor Val Kilmer en Los Angeles (EE.UU), la publicación de su segundo libro monográfico y el creciente interés de coleccionistas, son parte del éxito alcanzado por este artista, cuya ruta de independencia y autoformación rinde sus frutos.
Por_ Elisa Cárdenas Ortega

«You can not get enough»,
Acrylic on canvas, 100 X 80 in (254x203cm) 2016 2
Las imágenes de Coré (Mario Silva Ossa), el célebre ilustrador chileno de textos educativos como «El Peneca» y el «Silabario Hispanoaméricano», están entre los primeros recuerdos de Victor Castillo (1973), al igual que los antiguos dibujos animados Tom y Jerry o Terrytoons, de Merrie Melodies, que aportaban color y fantasía a su infancia en el Chile opaco y aislado de la época. Esas imágenes lo marcaron y junto con su fascinación, con el tiempo fue leyendo en ellas los elementos publicitarios, de persuasión y adoctrinamiento que cargaban. Entre los 5 y los 14 años no paró de dibujar y, llegado el momento, entró a estudiar Arte, pero sufrió una tremenda decepción de la formación universitaria y se alejó de ese formato, viéndose –a los 20 y tantos– a la deriva y sin muchas perspectivas. Pero ahí fue cuando se sintió un artista y decidió serlo. Su inadaptabilidad al medio chileno lo hizo quedarse cinco años en España, luego de ser invitado por el Festival Internacional BAC! (Barcelona Arte Contemporáneo). Allá el reconocimiento fue inmediato y la difusión de su obra se multiplicó, junto con la buena crítica y la cobertura de los medios. En el marco de una libertad creativa total, donde nadie le pidió su currículum, comenzó a sonar su nombre vinculado al mundo del Street Art y otras tendencias urbanas, en cuyo universo pictórico convivían niños, animales y personajes estrafalarios, con una salchicha como nariz y sin sus globos oculares, en escenas a veces caóticas y otras aparentemente cándidas, pero con capas de lectura perturbadoras, generando una dicotomía entre idealización y extrañamiento.
Hace una década se mudó a Los Angeles, Estados Unidos, cuna de gran parte de la visualidad que lo ha influenciado. Desde allí revisa su devenir artístico: “Creo que lo que hago está conectado de alguna manera con mi infancia y, sobre todo, con Coré. Ahora estoy en Estados Unidos, donde la visualidad es muy fuerte, donde puedes encontrar lotes de libros ilustrados de la Educación Pública por 5 dólares. Me he armado colecciones de posters e ilustraciones, he ido absorbiendo esa iconografía. En las animaciones, especialmente de los años 30 a 50 -que yo conecto con Coré por la época y por la magia- había un modo de tratar la luz y el color, y también contar historias. En mis pinturas aludo al contexto contemporáneo, pero siempre con el filtro personal y la nostalgia de la infancia.Todo se conecta y estar acá en Los Angeles ha sido potente en cuanto a esa experiencia visual y, sin duda, también a conocer al monstruo desde sus entrañas”.

«Make Me Smile», Acrylic on canvas,152 x 152cm (60x60in) 2018
Su ya extenso periplo internacional pasó también por absorber influencias de la ilustración y la publicidad gráfica catalana, a partir de la cual empezó a afinar su técnica. Pero la obra del pintor Francisco de Goya fue el indicio radical: “Nunca me sentí cómodo en la academia, me echaron de la Universidad Católica y no alcancé a tener clases de pintura. Cuando recién me fui de Chile, la pintura era para mí una excusa para decir cosas y mantuve ese discurso, me crucé con los grafiteros, con la ilustración urbana, donde la academia no importaba, pero al visitar el Museo del Prado y ver las ‘pinturas negras’ de Goya experimenté algo que jamás hubiera tenido a través de los libros o diapositivas. Estar frente al original es otra historia, quedé impactado por la potencia y el trabajo de la luz, e inconscientemente se generó poco a poco en mi práctica una conexión entre cómo abordaba la luz Goya, desde la academia –aunque es considerado como el primer artista Moderno– y se me juntó con Coré, con mi atracción por la oscuridad de algunos Merrie Melodies, donde las sombras eran importantes, incluso expresionistas (coinciden con el Expresionismo del cine alemán o también con el Film Noir). Me enamoré de la luz de Goya, así como de su condición de cronista de su época, y también intento ilustrar desde la pintura lo que entiendo de la realidad actual”.
Con una muestra individual recién inaugurada en Helmel Studios, de propiedad del actor Val Kilmer («The Doors», «Batman Forever»), quien lo contactó para exponer y editar un libro que revisa su obra de los últimos 10 años, Castillo destaca: “Se da mucho en mi trabajo que mis aliados, apoyos o feedback no vienen del arte especializado, sino del diseño, la música y, en este caso, del cine. Pienso que esta muestra será un ticket directo al corazón de Hollywood. Estoy impresionado con Val Kilmer como profesional, como persona y también como amigo, con el respeto con que hemos trabajado, esas cosas me reencantan con Estados Unidos”.

«The Magic Spell of the Bell», Acrylic on canvas, 253×202 cm, 2018
–¿Qué significan las narices-salchichas y los ojos vacíos?
“Se relacionan a la idea de mentira, hipocresía, estafa y, por otra parte, a la ceguera producto de la ignorancia, de la inconsciencia, todas situaciones que advierto en la publicidad, la enseñanza de los niños, los juguetes, los medios, los relatos del poder hegemónico, en definitiva. La nariz viene del cuento de Pinoccio, pero también trabajo mucho con visiones, y surgen cosas de la información que acumulo. Se dan diferentes fuentes y me di cuenta que encontré un sello propio”.
“Me inspiro mucho en los sueños y a menudo mis trabajos parten de visiones, y no tengo miedo de decirlo porque suene irracional o alejado de lo que podría ser un trabajo teórico. Quizás justamente con el exceso de teoría en el arte autodenominado ‘oficial’, ser emocional ahora es proponer una diferencia necesaria, algo rupturista, pienso que al arte muchas veces le falta humor, y puede ser demasiado solemne o pretencioso. Me gusta sostener que pinto como si fuera un músico, amo la música y considero que imagen y música van de la mano. Los ojos vacíos fueron una visión que tuve, y creo que eso hace que mi trabajo sea inquietante y mucha gente lo comprenda; puedo exponer en cualquier parte y todos entenderán a la primera, porque las imágenes entran a un territorio del inconsciente colectivo. Pero esa es una primera lectura, pues al trabajar con el inconsciente lo que hago es abrir posibilidades de lectura y es lo que me encanta: cuando los espectadores ven cosas que yo no había visto en mi obra, y hacen sentido, así siento que me trascienden. Creo que mi trabajo genera algo y tiene una potencia que me sigue sorprendiendo. Eso también me permite ser independiente, no adscribirme a instituciones o escuelas”.
Sus personajes sonríen (cínicamente) como en los mensajes publicitarios, donde todo brilla y muestra una cara amable. Al igual que en los cartoons clásicos, Castillo incluye muy pocos adultos en sus pinturas y si aparecen es de manera secundaria: “En historietas como Charlie Brown o Tom y Jerry a los adultos no se les ve, o se muestran sólo sus pies. En mis pinturas no suelen tener rostro, porque al hablar de adoctrinamiento o reflejar nuestra propia inconsciencia como sociedad, la falta de evolución, la ignorancia, la infancia me funciona como metáfora de lo que aún no está forjado. Los niños son a veces muy crueles y a la vez traducen su entorno, y en ese sentido figuran como un reflejo de la sociedad”.
No soy de aquí …
Su iconografía ha sido vinculada a corrientes como Lowbrow Culture, concepto contrapuesto a «Alta Cultura» acuñado en Cali- fornia a fines de los 70 y recuperado desde los

«Everything But the Truth», Acrylic on original lobby card 1956, (14x11in) 36x28cm, 2020
90 en revistas como Juxtapoz, BLAB!, Hi-Fructose y otras que se han detenido en su obra. Pese a reconocerse en esos ámbitos, Castillo señala una equidistancia: “En el libro que acabo de lanzar hay un texto de Kirsten An- derson, directora de la galería Roq La Rue de Seattle y creadora del concepto de Surrealismo Pop, generando toda una tendencia inspirada en la fantasía, los sueños, la caricatura, el tatuaje, la santería y otros elementos de la baja cultura. Conocí estos movimientos por internet cuando vivía en Chile, descubrí La Luz de Jesús Gallery de Los Angeles y eso me abrió una ventana a los artistas más emblemáticos del movimiento Lowbrow y Surrealismo Pop. Fue amor a primera vista. Una vez acá, conocí a los artistas, me ha tocado exponer con ellos y soy considerado uno de ellos. Allí es cuando en realidad me doy cuenta que no me siento identificado con este movimiento y mucho menos con la cultura americana. No pertenezco aquí y la influencia norteamericana que viví en mi infancia, en un Chile donde la cultura estaba muy reprimida y todo nos llegaba envasado desde el ‘Imperio’, genera en mí una especie de amor-odio”.
Según su apreciación, a esos movimientos surgidos en Nortea-mérica muchas veces les falta densidad política, lo es una preocupación fundamental en su discurso pictórico, acentuándose con la crisis institucional que atraviesa Chile desde octubre de 2019: “Cuando sucedió el estallido social quedé muy afectado emocionalmente, por una parte me sentí involucrado, aludido como artista y eufórico en un comienzo, pero después con la represión extrema justamente comencé unas ilustraciones sobre papel representando ojos, reales pero fantasmas, ojos que están flotando, que ya no existen, que fueron mutilados. Es la muerte de la visión, es como que nos quisieran cegar ante el lema ‘Chile despertó’, se produce ese simbolismo horrible. Tuve pesadillas, pues durante la dictadura viví situaciones similares y me siento parte de la ‘generación del miedo’; varias veces me detuvieron o me encañonaron sólo por pasar caminando, por lo que hoy los uniformes me producen desconfianza. Y ese rechazo se ha extendido a mis viajes; aquí la policía es muy agresiva y la gente está harta de esa violencia. Cuando un policía me amenazó con una pistola por no llevar luces en mi bicicleta e intentar irme caminando a mi casa, ¡a dos cuadras!, fue como volver a la dictadura chilena. Mi rechazo por el abuso de poder se extiende más allá de Chile, es un problema global”.

Una muestra en la Galería de Isabel Croxatto en junio próximo traerá nuevamente a Chile la obra de Victor Castillo. Crédito: The1point8
Su conexión con Chile se ha reactivado gracias a la galerista Isabel Croxatto, con quien lanzó hace poco la serie de impresiones «Sweeter than Roses», con textos de la editora Dian Hanson, y prepara una muestra en Santiago para junio. Croxatto ha contribuido, además, a la internacionalización de su obra, llevándolo a lugares como Estambul: “El popular actor y coleccionista de arte turco Cem Yilmaz ha comprado mi trabajo En Estambul me trataron como una estrella y tengo un gran mercado allá”.
–¿En general vives de tu trabajo?
“Sí, desde que me fui de Chile vivo de mi arte y no tengo el prejuicio de que si hago ediciones es menos arte; nunca lo tuve. Cuando estudiaba Arte, hice de todo: esculturas, video, instalaciones, pero chocaba con lo que la universidad entendía por educación artística. Sentí desilusión, hubo un divorcio total con la escuela, y a pesar del miedo a estar solo y no tener un apoyo institucional, el día que salí de allí sentí un enorme alivio al sacarme esa influencia. Hoy no dejo de sorprenderme porque la gente que está hablando de mi trabajo es mucho más de la que espero, y crece y crece…”