

El uruguayo Alberto Breccia, ícono mundial de la historieta, es tributado a un siglo de su nacimiento con una muestra en Buenos Aires. Un recorrido por una obra que parte en el humor y desde ahí escala, muta y rompe con todo, y que así retrata a un artista siempre inquieto.
Por_ Rafael Valle M.
El punto de inflexión, lo decía el propio Alberto Breccia (1919-1993), vino con el sermón golpeado que un día le dio su colega Hugo Pratt, en la década del 50: “Vos sos una puta barata, porque estás haciendo mierda pudiendo hacer algo mejor”. Breccia, “El Viejo”, era por entonces el ilustrador de Vito Nervio, personaje de la revista «Patoruzito», que vendía más de 300 mil ejemplares mensuales.
«Breccia 100: El Dibujo Mutante», el nombre de la muestra con que la bonaerense Casa Nacional del Bicentenario homenajea en estos días al uruguayo, a un siglo de su nacimiento, recuerda dónde llegó el orgullo herido. Por ahí desfilan viñetas con sus adaptaciones de relatos de Lovecraft, Borges y Allan Poe, de atmósferas ominosas y páginas donde el blanco y negro llega con explosiones de tinta, efectos de color conseguidos con hojas de afeitar y texturas hechas con tierra y pegamento. Antes de esa cumbre creativa está también la primera búsqueda y metamorfosis, cuando Breccia se encuentra con el guionista Héctor Germán Oesterheld y las influencias del estadounidense Milton Caniff y del argentino José Luis Salinas comienzan a difuminarse entre iluminaciones surrealistas y sombras que lo devoran todo en sagas de ciencia-ficción como «Sherlock Time» y «Mort Cinder».
La exhibición también recuerda la prehistoria de “El Viejo”, con tiras cómicas para revistas y diarios. Alberto Breccia nace en Montevideo y a los tres años llega con su familia al barrio Mataderos de Buenos Aires, donde de adolescente realizaba un trabajo local como rasqueteador de tripas. “Desempeñaba un oficio penoso en los mataderos, y la única salida era dibujar”, contaba el artista en 1990, entrevistado por Antonio Altarriba. “Comienzo haciendo un dibujo humorístico porque no sabía dibujar”.
El uruguayo aprenderá a dibujar y a pintar, y ambos verbos, especialmente desde los 60 en adelante, se conjugan y construyen la obra mayor del autor, a punta de codazos. «Perramus» (1983), la historieta con guión de Juan Sasturain y que mira los horrores de la dictadura argentina, es paradigma de esa convivencia. “No puedo separar las dos cosas, con evidente daño para ambas. Porque no se puede ser pintor mientras se es dibujante. Se trata de dos actividades que no tienen nada que ver. De manera que, cuando se escapa el pintor y se mete en la historieta, malogro la historieta. Y, al revés, mis hábitos de dibujante malogran mi pintura. Nado entre dos aguas sin terminar de ser ni una cosa ni otra, lo cual me conflictúa bastante”, contaba el artista en la conversación con Altarriba.
«Breccia 100: El Dibujo Mutante» es, por cierto, un retrato del artista conflictuado, inconformista, que busca nuevos lenguajes y así abre caminos y posibilidades expresivas. La biografía «Vida del Che Guevara» y su inquietante remake de «El Eternauta» –ambos de 1968, ambos escritos por Oesterheld– anuncian que el cómic también puede ser collage y manchas y rayones. El trabajo de “El Viejo” deja marcas en el trabajo de argentinos como José Muñoz, Roberto Fontanarrosa y el hijo Enrique, más tarde convertido en estrella por derecho propio.
Alberto Breccia, que a comienzos de los 60 ha dibujado para la editorial británica Fleetway, también dejará huellas en el extranjero. Entre las más conocidas están las adaptaciones de H.P. Lovecraft que hace para el mercado italiano; entre las menos están obras como esa colorida «Historia Gráfica de Chile» que a comienzos de los 70 circula en nuestro país y que, entre escenas con saludos al estilo de Caniff y primeros planos de prohombres fantasmagóricos, arroja sus propias luces sobre el estilo diverso de un genio.