Audaces, ellas rompieron las cadenas del corsé y el pelo largo para dar el puntapié a la liberación femenina. De vidas movidas y
a menudo trágicas, intentaron hacer lo mismo que los hombres: ser auténticas, independientes y seguir sus sueños.
Por_ Marietta Santi

Joven a la moda, alocada o revoltosa, significa una sola cosa: ser una FLAPPER, disfrutar del momento presente.
La década del 20, en plena posguerra, significó un cambio en la mujer tanto en su estética como en su rol social. Se enterró el corsé, el pelo se cortó en melena, los vestidos subieron sobre la rodilla y se adaptó el vestuario masculino para ellas.
Eran amantes del jazz y de bailes como el charleston y el black bottom (ritmos “desenfrenados” para la época), se depilaban las cejas y usaban delineador de ojos kohl, rubor y lápiz labial rojo.
Todo un escándalo.
Un artículo de «Vogue» de 1923 etiquetó a la flapper como “ese extraño producto autóctono de esta generación”. Un año después, el «New York Times» la describió como “un espécimen completamente diferente a todo lo conocido antes en la historia de la especie femenina”.
Era “la nueva mujer”. Tan frívola como política, tan superficial como profunda. Cuatro ejemplos reviven su legado.