

Tras seis años viviendo y trabajando en Berlín, el artista vuelve a exponer en la Galería Patricia Ready sus últimas obras, donde confluyen las fuerzas antinómicas que caracterizan sus propuestas creativas. Una vez más vuelve a sorprender.

El artista, que por años exploró soportes que resaltan la nobleza de lo precario, esta vez recurrió al clásico tela sobre bastidor, pero las agujereó y rompió.
Por_ Marilú Ortiz de Rozas Fotos_ Pablo Hassmann
“Matisse decía que los artistas deberían cortarse la lengua para que sus obras hablen por sí solas”, señala Felipe Cusicanqui (Santiago, 1977) con humor. Pero él comparte el largo proceso de índole filosófico, es- piritual y pictórico que tuvo que atravesar para llegar al resultado que presentará en la Galería Patricia Ready del 8 de septiembre al 7 de octubre. Este proceso permite profundizar en las obras que componen su exposición «Narciso Narciso Narciso», las que se fundan, una vez más, en la dicotomía refinamiento/precariedad que marca su trabajo. A lo que ahora se agrega el conflicto entre el desarraigo y la adopción de una nueva territorialidad que lo ha afectado en estos últimos años.
“Recién estoy entendiendo quién soy yo acá”, señala desde su taller en Berlín, un acogedor pequeño estudio con molduras neoclásicas, altillo y terraza plena de sol estival, que podemos recorrer gracias a la videoconferencia. “Hoy uno tiene un lugar de origen, pero ya no es tu lugar de pertenencia”, reafirma este pintor que partió con su esposa y sus tres hijos (de 13, 11 y 7 años actual- mente) a vivir a esa ciudad alemana a partir de una idea de su galerista germano, en 2015. Originalmente serían dos años, luego se prolongó por dos más, luego vino la pandemia, y hoy ya son todos casi berlineses. Una ciudad que adoran, particularmente en verano, pues hay muchos lagos y pueden ir a nadar rodeados de cisnes, y disfrutar de los bosques aledaños. “En esta época Berlín es paradisíaco”, confiesa Felipe.
Sin embargo, le costó un largo tiempo re-enhebrar el hilo de la creación.
En sus primeros trabajos en Alemania continuó aplicando su modus operandi desarrollado en Chile; es decir, pintando en su particular estilo, definido “como un híbrido entre informalismo, post-impresionismo y expresionismo”, sobre soportes de cajas de cartón y otros desechos. Pero de pronto detuvo todo. En cierta forma, necesitó volver a la fuente misma de la creación, y de hecho se fue a Grecia, solo, con sus cavilaciones y sus lecturas –muchos autores alemanes, en especial Goethe, que justamente tienen una profunda base helénica–. El inconsciente propósito era, como el Ave Fénix, renacer a partir de su propia combustión interior.

Estas obras surgen de un profundo cuestionamiento identitario, de sus muchas lecturas y de interrogantes asociadas al hecho de que ya lleva seis años en Alemania; no es probable que se convierta en alemán, pero tampoco hoy es completamente chileno.
Romper
Si antes Felipe Cusicanqui conseguía el choque entre lo noble y lo plebeyo, o entre lo sagrado y lo profano, creando un diálogo de contrarios entre la cuidada factura de su pintura y los soportes, que solían ser embalajes, afiches callejeros, o cajas donde se comercializa la fruta, esta vez, el corte es más agudo. Un día, el artista asumió que pintaría en una tela sobre bastidor, en formato mediano, tal como dicta la escuela europea, de la cual hoy debería estar impregnado. Fue al supermercado y compró las flores más comunes y baratas de la primavera germana: narcisos. “Aquí, como en Holanda, hay una cultura en torno a las flores”. Entonces, simplemente pintó los narcisos en pulcras composiciones sobre jarrones, en aquellos soportes tradicionales, y, dada su ejecución impecable, quedaron perfectos. Simultáneamente, leía la mitología griega, y no pudo sino sorprenderse de la sincronía entre lo que estaba creando y el mito de Narciso, aquel personaje que de tanto contemplarse en el agua desaparece, víctima de su propio abandono, muerto de inanición. “A la vez el narciso es pregonero de la primavera, tan esperada acá, en el hemisferio norte, y su luz amarilla simboliza la luz, el renacer”.
Sin embargo, al poco rato no soportó la tiesura de esos lienzos, de esas representaciones florales tan minuciosas y académicas, y, tras una tregua dedicada a observarlas, sin piedad se puso a arañar, a agujerear y a romper las telas. Jugando con la materia, deconstru- yó su obra. A la vez, en otros lienzos, se limitó a plasmar tan sólo el gesto de la flor en unas pinturas de tendencia abstracta, ya que en su obra también se ha conjugado siempre la figuración y la abstracción; y trabajó, en otras telas, texturas como de persianas. De pronto se le ocurrió sobreponer la una sobre la otra: lo que aparecía tras los huecos de la primera lo sorprendió. Luego introdujo una tercera capa, y ahí la emoción fue mayor: lo que ocurrió ante sí lo califica de “revelación”.
Metaforizando, su proceso creativo (que surge de una búsqueda intelectual e intuitiva a la vez) se parece a la vida. Pues de las rupturas, tratando de recomponerse, es cómo crecen los seres. También se parece a las guerras que marcan la historia del Viejo Continente, en especial de Alemania, que ha debido reconstruirse a partir de sus heridas y errores, y es una temática que hace un tiempo aflora en el trabajo de Felipe Cusicanqui.
Respecto a los colores, no fueron escogidos al azar: primero usa el protagónico amarillo de la flor, al que suma un gris bastante frío para contrastar con el anterior, y luego blanco, negro y algún tono tierra. “Lo que finalmente plasmo no es la flor, sino la sensación de ésta, como el negativo y el positivo de una fotografía”, comenta.
En cuanto al montaje, en su taller ha dispuesto cada serie de obras una al lado de la otra –cada una como una Santísima Trinidad– y ha decidido pegarlas una sobre otra, ensamblándolas. “Es una especie de sacrificio”, precisa. Finalmente, en términos visuales, lo que presentará ahora no es tan diferente de lo que fueron sus primeras creaciones, lo que refleja una coherencia interna y pictórica, más allá de crisis, quiebres y desarraigos.
Ante un escenario plagado de incertidumbres, destrozos, pande- mias, encierros, inundaciones y otros cataclismos, es descuartizan- do el modo en que Cusicanqui reconstituye su universo plástico. Asimismo, al momento de asumir si en él hay más de figuración o de abstracción, encontró su respuesta en un documental en el que el pintor Francis Bacon, en una conversación con el novelista y artista visual William Burroughs, aborda las divergencias entre la pintura figurativa y la abstracta. “Bacon, a modo de ejemplo, se refería a la obra de Pollock, diciendo que le resultaba decorativa, al igual que las pinturas cubistas, que incluían las autorías nada menos que de Picasso y Braque. A Bacon le parecía que la pintu- ra abstracta podía caer con facilidad en lo decorativo”.
Así nació este cuerpo de obra tripartita y tridimensional, donde la visualidad y la volumetría se reconstruyen a partir de fragmentos semidestruidos sobrepuestos que misteriosamente se potencian para dar vida a una obra inédita y original, viva y contemporánea. “Ahí, sí, por fin, me pareció que la obra se completaba –explica el artista– pero no todos los cuadros combinan con todos, y lo que ocurre es como cuando uno tiene un hijo: de repente lo que sale es muy diferente a uno, o a lo planeado. Esto que ves viene de ti, pero es ajeno a ti”.