

Conversaciones rebuscadas, abulia adolescente, bandas independientes en el soundtrack, imagen granosa en 16 mm., postales del “no-futuro”. Las tribulaciones generacionales de los 90 tenían la belleza de la independencia y la melancolía de los formatos en proceso de extinción.
Por_ Andrés Nazarala R.
Es difícil saber si el contexto sociopolítico de Estados Unidos condicionó la abulia melancólica de la juventud de los 90 o si fue el mercado el que apostó simplemente por artistas desencantados y desgarbados (aquellos “boys next door”, tan opuestos a los parafernálicos ídolos de los 80), quienes –mediante canciones, películas y libros– imprimieron una marca distintiva en términos de apatía generacional. Desde la distancia, mirando hacia aquella adolescencia que dejamos hipotecada en una era idealizada, la década sigue pareciendo un laboratorio de libertad y amateurismo que choca brutalmente con estos tiempos de homogeneidad, individualismo y alta definición.
Hablemos de cine: en 1990 –mientras Nirvana entraba en el estudio para grabar «Nevermind»– el joven cineasta Richard Linklater estrenó «Slacker», película independiente que introdujo su gusto por los personajes excéntricos y verborreicos. El primero en aparecer en pantalla es él mismo, reflexionando en el asiento trasero de un taxi sobre cómo los sueños pueden ser interconexiones entre multiversos. De eso pasamos al atropello fatal de una mujer y la posterior revelación del asesino: su hijo adolescente, protagonista de un extraño ritual doméstico que involucra velas y un proyector cargado con imágenes de infancia. Linklater no rescata de esa tragedia más que el gesto de rebeldía juvenil. Desdramatiza el mundo. Su verdadero interés es la fugacidad de las cosas. La cámara –indolente e indecisa– es nuestra guía por un flujo constante de diálogos filosóficos y delirantes que se contagian entre transeúntes como si fuesen virus.
El título del filme corona el cometido generacional. En tiempos de guerra, los Slackers eran jóvenes que buscaban evadir la responsabilidad bélica y, por lo tanto, eran considerados parias antipatrióticos. El diccionario inglés nos entrega otras acepciones: 1- “Una persona que elude el trabajo o la obligación”. 2-“Una persona, especialmente joven, que se percibe como descontento, apático, cínico o falto de ambición”.
Ahora bien, los adolescentes del filme están cargados de energía pero ésta es disfuncional a los valores pragmáticos de la sociedad. Ellos no están pensando en asuntos bursátiles, como nos mostró el cine de los 80, sino que en cultura Pop y delirios inservibles; digamos, en el punto exacto donde el filósofo alemán Friedrich Nietzsche puede converger con un disco de los Butthole Surfers.
Sería arriesgado otorgarle a «Slacker» el carácter de barómetro de los tiempos. Es mejor pensar que Linklater simplemente construyó una película a espaldas de las narrativas convencionales con la materia prima de sus propias obsesiones: la juventud, los diálogos rebuscados, el hermoso grano que da el 16 mm. y la música independiente.
Pese a todo, algo importante ocurrió. La cinta demostró que se podía hacer un largometraje con pocos pesos (antes del advenimiento masivo del digital) y, en términos narrativos, que era posible construir un relato a fuerza de tiempos muertos y digresiones. La apatía podía tener sus fábulas. La juventud sin rumbo, escapando con cinismo de los antivalores de los 80, merecía ser retratada bajo sus propias reglas. No es que antes no se hubiese hecho: John Cassavetes y una larga tradición de directores independientes cimentaron ese camino pero Linklater lo llevó a los albores de los 90 como si se tratara de una semilla inaugural. Desde entonces, la prensa comenzó a hablar de Cine Slacker para referirse a las películas de una generación que se retrataba a sí misma con la misma apatía de sus personajes.
¿Es esa indolencia el alma de la juventud a lo largo de la historia? Probablemente no y nuestro presente es una buena prueba. La pandemia nos enfrentó a la abulia y al aburrimiento. Trajo de vuelta el “no future” de décadas pasadas. Nada de eso está, sin embargo, en los relatos de una juventud actual que prefiere pensar en fantasías distópicas más que en estados anímicos colectivos. Los nuevos hastíos ocurren dentro de cuatro paredes, en medio de la soledad maquillada por las redes sociales, ese espejismo de sociabilidad que nos vuelve cada vez más aislados. Podríamos decir que, aunque serían tiempos perfectos para el renacimiento de un cine generacional como el de los 90, nuestro distanciamiento de la calle y de la experiencia social real bloquea por completo esa posibilidad. No hay duda: Internet mató el Cine Slacker.
_UNA SELECCIÓN CRONOLÓGICA
«Los Inútiles» (1953), de Federico Fellini.
El maestro italiano evocó su juventud en Rimini para construir una película cuyos personajes están en las antípodas de quienes se pusieron a trabajar para protagonizar el “boom económico italiano” de los años 50. Estos amigos no hacen más que emborracharse, bromear, dormir y pensar en mujeres. Fellini, en clave realista, narra sus historias y conflictos con afecto y una cuota de nostalgia que contribuye a que «Los inútiles» sea una de sus películas más bellas. Un germen Slacker para lo que vendrá.
«American Graffiti» (1973), de George Lucas.
Antes de caer en los pantanos de «Star Wars», George Lucas realizó este homenaje declarado a «Los inútiles», que transcurre en una sola noche en Modesto, California, durante los primeros años del rock and roll. No es cualquier noche: al día siguiente, cada uno de los cinco adolescentes protagónicos deberá partir a otras ciudades para enfrentar la adultez. Romances complicados, pandillas, automóviles y canciones forman parte del cóctel. La mejor película de Lucas.
«It’s Impossible to Learn to Plow by Reading Books» (1988), de Richard Linklater.
El germen de «Slacker» es esta película filmada en 8 mm. con un presupuesto mínimo que protagoniza el mismísimo Linklater. La cámara fija apenas se mueve y no hay un conflicto central, por decirlo de alguna manera. Sólo viajes en tren hacia la nada, conversaciones sobre libros, música y una declaración soterrada en contra de la estabilidad. Una grata sorpresa que huele a espíritu adolescente.
«Clerks» (1994), de Kevin Smith.
Las películas de Linklater permitieron que Kevin Smith, un adolescente nerdde Nueva Jersey, se atreviera a hacer cine. Tuvo que vender su colección de cómics para financiar esta comedia –filmada en 16 mm. y en blanco y negro– que sigue a dos Slackers que trabajan con mínimo esfuerzo en dos tiendas aledañas: un videoclub y un almacén. Humor absurdo, conversaciones sobre películas y tiempos muertos componen este filme que fue un fenómeno en Sundance.
«Labios de churrasco» (1994), de Raúl Perrone.
El padre del cine independiente argentino tomó distancia de las fábulas políticas altisonantes de sus contemporáneos para seguir, en blanco y negro, a tres adolescentes sin futuro en la localidad de Ituzaingó. Con el menemismo como silencioso telón de fondo, el cineasta registró conversaciones sobre cultura Pop (una transcurre en un videoclub), romances y problemas con la ley en una película, grabada en Hi-8, que anticipó vientos de renovación para el cine argentino.
«25 Watts» (2001), de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll.
Raúl Perrone y Jim Jarmusch figuran en los agradecimientos de este filme. Rebella y Stoll, quienes años más tarde sorprenderían con «Whisky», sitúan a su pequeño grupo de adolescentes en las calles de Montevideo durante un sábado aburrido en el que no hay mucho por hacer. Un videoclub nuevamente es escenario de conversaciones improbables. También el asfalto, una citroneta con publicidad parlante y los departamentos de estos jóvenes abandonados que tienen mucho tiempo para perder. Fue un laboratorio de aprendizaje para sus realizadores, quienes se sorprendieron cuando fueron galardonados en el Festival de Rotterdam.
«En los 90» (2018), de Jonah Hill.
Mirando hacia los referentes Slacker de los 90, el actor Jonah Hill debuta en la dirección con esta entrañable comedia dramática que se ambienta en 1996 para seguir a un niño de 13 años que se hace amigo de unos skaters y busca su identidad a fuerza de golpes, sexo, alcohol, drogas y rebeldía generacional. Hill la filmó en 16 mm., rechazando la nitidez exhibicionista del digital. Un bello y nostálgico debut con olor a otros tiempos.