VIAJE AL INTERIOR DEL AGUA 

Fecha

La nueva exposición de Alicia Villarreal se inaugura el 03 de diciembre en la Galería Patricia Ready. A través de instalaciones, objetos y registros, la consagrada artista indaga en la memoria del agua como territorio de desplazamiento, transformación y resonancia poética.

Por_ César Gabler

Alicia Villarreal (Santiago, 1957) es una mezcla feliz de constancia y evolución. Su práctica, situada entre el arte, la educación y la observación del entorno, parte de una convicción simple pero profunda: el arte y la investigación son modos de conocimiento, formas de abrir procesos y construir una mirada compartida. Y claro, con una traducción formal específica. Es artista visual: ahí están la precisión y economía de medios de sus piezas gráficas que combinan textos e imágenes. Ahí sus montajes que funden con fluidez el video, el objeto o la gráfica. Y siempre, de un modo u otro, se cuela su inicial experiencia como una pintora que desborda el marco y se encuentra junto a jóvenes como Soro y Duclos con el grabado, quizás de ahí su interés por timbres, letras de molde, e ideas. Muchas ideas.

Desde sus primeras obras, la artista chilena ha explorado los vínculos entre cuerpo, materia y territorio, entendiendo el acto de troquelar, imprimir o recolectar, como un modo de pensar. Más que representar, sus obras buscan activar modos de observación y contacto. Ya en sus tiempos de estudiante de Arte en la U.C., se valió de gallinas modeladas e imágenes de granjas avícolas para problematizar el tema de la muerte, en plena dictadura. Una obra que mantuvo en su archivo por las relaciones que guardaba con el “Happening de las gallinas” de Leppe, pieza de 1974 de la cual la artista no tenía noticia cuando hizo la suya.

Durante los años 2000 desarrolló proyectos en que la dimensión pedagógica se integraba a la creación artística. «La reinvención del territorio» (2019), por ejemplo, fue una experiencia colectiva junto a estudiantes de Lonquimay y China Muerta, en la que se construyeron mapas tridimensionales del paisaje después de los incendios forestales. Aquellos mapas y bitácoras conformaron una instalación que combinaba memoria y conocimiento geográfico, proponiendo una forma de aprender a través del hacer. Para Villarreal, educar no implica transmitir, sino comprometerse y abrir caminos de experiencia. Un año antes, y también en la Galería Patricia Ready, en «Factor viento» instaló de forma protagónica un árbol quemado junto a una serie de piezas complementarias como reflexión silente y enfática sobre los incendios forestales y la fragilidad medioambiental.

Lenguaje y forma

Su interés por las estructuras del lenguaje surgió durante su larga estadía en Bélgica, cuando comenzó a preguntarse por los signos mínimos con los que puede representarse un lugar o una idea. A falta de signos propios necesitaba inventárselos. De esa investigación nacieron sus alfabetos visuales, series de objetos encontrados o construidos que funcionaban como una gramática material. Más tarde, en exhibiciones como «La escuela imaginaria» o en sus libros troquelados, amplió esa búsqueda hacia los sistemas educativos y las formas de transmisión del conocimiento. Eran obras que en cierta medida trabajaban la historia del instrumental pedagógico como material arqueológico. Vestigios de un Estado docente y de unas formas de transmisión del conocimiento que aparecían como postales descoloridas de un mundo perdido. Anticipos y retratos insospechados de la crisis educativa que nos atraviesa.

Lejos de una militancia pedagógica –la artista no ostenta ningún afán misionero– su atención al aprendizaje responde a una curiosidad por los sistemas de circulación del saber: cómo se transforma el conocimiento, cómo se encarna en la práctica, por eso en algunas de sus exposiciones el público está invitado a participar, imprimiendo sobre papel o arena, como una forma de dejar su huella y activar los materiales que conforman la exhibición. 

Una estética del conocimiento, si me apremian con una etiqueta. 

En proyectos como «Cuatro figuras, cuatro escuelas» (1999-2002), intervino escuelas rurales en Pirque y San Bernardo, abriendo vanos –con formas que remitían al mundo escolar– en muros y ventanas para explorar la relación entre la sala de clases, la institución educativa y el mundo exterior. Una operación ambigua, poética y polisémica. En la órbita de ese proyecto «No hay lugar sagrado», expuso 1.600 libros troquelados, como un comentario sobre la educación, el saber y sí, también el medioambiente, el título recuperaba paródicamente una declaración de Daniel Fernández, por entonces vicepresidente del proyecto HidroAysén.

Ahora, en su obra reciente, la artista se aproxima a la Naturaleza no como escenario y sí como interlocutor. En sus investigaciones sobre el litoral y las transformaciones del entorno costero, utiliza materiales recolectados –maderas erosionadas, esponjas, fragmentos de plástico–, para construir instalaciones que revelan lo que denomina “zonas intermedias”: espacios donde las huellas humanas y naturales se confunden. Su interés no está en la pureza de los materiales, sino en las relaciones que se generan entre ellos, en su tránsito y su contaminación. El río Maipo, que desemboca en San Antonio, se convirtió en el centro de operaciones de la artista y su equipo de colaboradores. Videos, impresiones, recolección de objetos, fueron parte de un extenso trabajo de campo destinado a analizar el destino de una zona marcada por la explotación portuaria y la negligencia ambiental. 

Sus cerámicas se llenan de espuma, agua o materia orgánica. Las piezas modeladas se valen de un lenguaje que acoge lo informe como metáfora de un mundo en el que los límites parecen desdibujados: basuras que levitan bajo el agua junto a plantas y pequeños organismos. Elementos cuya real naturaleza muta con el paso del tiempo y el flujo del agua. Aquello se ilustra con una serie de piezas en forma de concha que aprisionan en su interior restos de condición indiscernible. Aquellos pequeños vestigios del naufragio ecológico son, sin embargo, analizados, ordenados y clasificados. Ese interés por los escombros diminutos es, a estas alturas, marca registrada de la artista, su mirada es capaz de ver las astillas y no olvidar el bosque.

Y es que la poética de Villarreal se centra en eso, en la capacidad de ordenar y dar sentido al mundo, cuando este, parece caerse a pedazos. 

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