1922, el año en que todo comenzó

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En unos meses, el mundo cambió de velocidad. Llegó el vértigo de la Modernidad, el futuro se hizo presente. También llegó la sospecha, de la civilización, del progreso. Fue el inicio del tiempo presente.

Por_ Miguel Laborde

Las desgracias se acumularon. En la Primera Guerra Mundial murieron cerca de 16 millones de europeos y muchos más quedaron mutilados. Hacia el fin del conflicto, en un continente hambreado, comenzó a circular la gripe española, un virus que causó la muerte de más 50 millones. Se cree que surgió en Estados Unidos y llegó a Europa junto con sus soldados. 

Vino el fin de los imperios austrohúngaro, alemán, otomano, ruso, de un orden que parecía eterno. Los sobrevivientes se lanzaron a vivir “los locos años 20” y nuevos bailes acompañaron el despertar de una economía en la que la producción de automóviles, teléfonos, electrodomésticos, tenía un rol central. El pasado había desaparecido en el barro de las trincheras y ahora sólo quedaba celebrar la llegada del progreso. Tarde o temprano, todo el planeta se vería beneficiado de la tecno-industria y sus milagros.

Las mentes más atentas, sin embargo, no creyeron ver el final del arcoíris. No podían olvidar a los 60 millones de soldados que, en el corazón de Europa, habían marchado para matar o morir.

Algunos eran escultores: ¿Cómo, luego de ver tanto cuerpo reducido a fragmentos, insistir en la perfección griega? Basta de armonías y simetrías. En 1922, un contingente de artistas e intelectuales, en varios países y como si estuvieran concertados, inauguró el tiempo nuevo. En ese año icónico nos encontramos con creaciones de James Joyce y Jorge Luis Borges, los muralistas mexicanos, y Marcel Proust, Gabriela Mistral y Rainer Maria Rilke, T.S. Eliot y César Vallejo. 

Un siglo después, siguen vivos.

Brillos dolorosos

Los artistas fueron los aguafiestas cuando las masas, eufóricas por seguir vivas, sólo querían divertirse y gozar del sol, la brisa, el cielo azul, la felicidad de que todo el horror había quedado atrás.

En 1922 muere Proust, luego de unos meses febriles intentando terminar su gran obra, «En busca del tiempo perdido», en la que escudriña un mundo decadente que ha dado paso a un presente insustancial. Siente nostalgia, pero deja ver que en ese pasado se incubaron los horrores de la Gran Guerra.

T.S. Eliot da a conocer su obra mayor ese mismo año, «La tierra baldía». Natural de Estados Unidos, su poesía será el símbolo de una generación golpeada, herida, vuelta cínica y escéptica por la brutalidad de la Gran Guerra. También en 1922 funda en Londres la célebre revista literaria «The Criterion», para reciclar los pedazos de la cultura europea. En ella aparecerán, por primera vez, Proust, Paul Valéry y Jean Cocteau.

Su tierra baldía es metáfora del vacío interior del hombre nuevo, del sinsentido de la época, del estruendo de un mundo de máquinas tan sordas y ciegas como la sociedad misma.

También en 1922 llega «Ulises» a las librerías, de James Joyce, la gran novela del siglo XX. No se trata del Ulises griego, el Odiseo de Homero. Su protagonista no es un héroe y menos un semidiós, es un hombre común, engañado por su esposa; los bares y prostíbulos de Dublín no pueden saciar su desesperanza. El personaje es judío y evoca a un héroe griego, guiño a la cultura occidental proveniente de lo judeocristiano y lo grecorromano. La que parecía eterna. 

El mundo occidental comenzó a ser acusado de invasor y colonialista, patriarcal y codicioso, agresivo y materialista. Luego de tantos siglos, enfrentaba un juicio dentro de sus propias fronteras. Frente a críticos que acusaron a Joyce de resentimiento contra el ser humano, Edmund Wilson diría que, por el contrario, hay piedad y respeto por ese ser y sus padecimientos. Lo describe con una frase que sintetiza ese año extraordinario: “Los dolores de parto de la mente humana, siempre luchando por perpetuarse y perfeccionarse”.

Se adivinaba un tiempo sombrío. En ese 1922 se difunde la primera película dedicada a Drácula, «Nosferatu», símbolo de la oscuridad que se cernía sobre el siglo. Tras las visiones apocalípticas –tendencia en el Cine, luego distópicas– artistas e intelectuales intuían que el hombre del siglo XX, con su vacío interior, arrastraría al planeta entero.

Un teatro de Múnich presenta la primera obra estrenada de un joven Bertolt Brecht, «Tambores en la noche», sobre un soldado en la posguerra, su miseria y depresión, en contraste con otros alemanes que se enriquecían con las desgracias. Describe un tiempo sin ideales, de cielos vacíos. 

Rainer Maria Rilke publica «Elegías de Duino», su obra mayor, siempre en 1922. Concibió su obra a partir de una frase que escribió un día de paseo: “¿Quién, si yo gritase, me oiría desde los coros celestiales?”.

Otro alemán en crisis es Hermann Hesse; tanto, que poco después se nacionalizó suizo. En medio del vacío y el desconcierto, mira hacia el Oriente. Al igual que Carl G. Jung, el suyo es un Occidente que duda de sí mismo y se sumerge en las culturas milenarias en busca de un tiempo perdido. Publica «Siddhartha» ese año, obra que será leída por millones de adolescentes dispuestos a asomarse a otras espiritualidades en busca de una sabiduría cuyas aguas fluyan todavía.

El hallazgo de la tumba de Tutankamón en esos mismos meses, con sus brillos solares y radiantes, arroja nuevas luces sobre la existencia de otras culturas y otro tiempo: ¿Qué habíamos hecho los occidentales, con el mundo, la vida?

Allá en Estados Unidos, los escritores llenan cuartillas mientras el ruido aumenta en las noches. La música del charlestón inunda las calles, por las ventanas se ven los cuerpos que se agitan, más desnudos, hasta que asoma el amanecer y sólo se oyen, de fondo, los improvisados sonidos que lanza al aire un jazzista ensimismado. Se había sobrevivido, sin saber para qué.

En América Latina

Como en Europa y Estados Unidos crecía la curiosidad por las culturas alternativas, fueran esculturas africanas, mitos amerindios o filosofías de Oriente, se vio favorecida la cultura que, en América Latina y El Caribe, comenzaba a descubrir al indio serrano, al gaucho pampero, al negro antillano, a las tribus amazónicas. Aquí también, 1922 sería un año de hallazgos.

La Gran Guerra había separado a América Latina de Europa, lo que obligó a crear una dinámica propia. Muy visible fue el Muralismo mexicano, el de Orozco, Rivera y Siqueiros, arte oficial indigenista y revolucionario con una estética localista que se transformó en imagen de la mexicanidad, e incluso de la identidad latinoamericana. Aunque, sería una camisa de fuerza para muchos artistas de propuestas diferentes. En ese momento fue vista como un gran triunfo.

Jorge Luis Borges, ya en Buenos Aires tras su periodo europeo y empapado de vanguardias ultraístas, comienza su original camino. Funda en 1922 la revista «Proa», “la decana de los medios literarios de América”, un espacio donde, luego en su apogeo, Octavio Paz y García Márquez, Sábato y Vargas Llosa, Nicanor Parra y Jorge Edwards, podrían construir sus visiones de una América Latina ansiosa de sintonizar con los signos de los tiempos.

Gabriela Mistral, en plena sintonía entre lo local y lo universal, entra ese año al mundo de la gran poesía con su libro «Desolación», nutrido de su dolor personal pero también del de una humanidad cristiana que, advierte ella y denuncia, en su drama espiritual había olvidado el mensaje de aquel cuyo cuerpo fue torturado y crucificado por amor a los demás. 

Es el mismo año de 1922 en que César Vallejo publica «Trilce», hito de la poesía en lengua castellana. En ese momento no fue comprendido, pero hoy se reconoce que ahí nació una nueva manera de expresarse, hija del siglo XX, libre de normas y modelos, con el deseo de navegar en los tiempos modernos de una manera que resultara eficiente. 

Un siglo después, las intuiciones de entonces siguen reverberando. Los que fueron vanguardia hoy se celebran como adelantados en sus críticas a una cultura tecnocrática y avasalladora que, mediante el colonialismo, se había desplegado por todo el planeta. Recién ahora triunfa el decolonialismo, y se abren las puertas de los museos y galerías occidentales para recuperar las voces de las culturas alternativas. 

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