Si hay que resumir en una frase su legado en el Grabado, es que lo llevó definitivamente a su “mayoría de edad”.
Por_ Diego Parra Donoso
Historiador del Arte

Nemesio Antúnez (1918-1993) es de esos artistas raros, ya que conocemos más de su persona por todas las acciones que llevó a cabo para desarrollar el Arte en Chile, que por su propia obra. Es una figura que se hizo imprescindible para la Historia por haber tenido la capacidad –y generosidad– de que otros hicieran carrera artística con su ayuda.
Quizá su mayor “obra” fue la fundación, en 1956, del Taller 99 (ubicado originalmente en Guardia Vieja 99, de ahí el nombre), donde logró aplicar todos los conocimientos que había adquirido durante su estadía con Stanley W. Hayter, en Nueva York. Esta figura central en la Historia del Grabado, logró dar a dicho medio una mayor libertad y capacidad de expresión y experimentación (muchos pintores fueron a su taller para seguir sus indagaciones personales mediante la gráfica). Antúnez incorporó así, nuevas técnicas y aproximaciones al grabado y, de paso, le dio nuevos aires a dicho oficio (en 1958, el Taller 99 se “traslada” a la Universidad Católica, que luego abrió su propia Escuela de Arte, de la cual Nemesio fue fundador).
Si bien el Taller 99 ha pasado por diversas locaciones y vivencias, la esencia de su misión sigue ahí: servir como espacio de experimentación y trabajo colectivo. Normalmente, imaginamos a los artistas trabajando solos en sus respectivos talleres, compartiendo con el mundo únicamente en la exposición, pero es importante consignar que no hay mejor modo de producir que el que implica dialogar, promover intercambios, incluso discutiendo (recordemos el legado del Taller de Artes Visuales, dirigido por Francisco Brugnoli, donde también se colectivizaba la creación mediante el diálogo permanente con los pares). La dimensión dialogante de la práctica artística parte quizá en las conversaciones sobre el propio oficio: ¿Cómo solucionar técnicamente algo? ¿Cómo experimentar con una técnica específica sin arruinar los materiales o herramientas? ¿Qué insumos son mejores? Pero rápidamente se amplía a intereses, intenciones y discursos. Por solitario que sea, ningún artista tiene alma de anacoreta en el Desierto.
La Corporación Cultural de Vitacura, en Lo Matta Cultural, abrió la muestra «Sobremesa con Nemesio», donde participan 66 grabadores del Taller 99, y una selección de piezas del propio Antúnez. La gran sala de la vieja casona del siglo XVIII, nos muestra diferentes trabajos vinculados por la idea de la mesa. ¿Pero, por qué una mesa? Porque en ella siempre se comparte, en ella se hacen cosas tan triviales como comer, y tan profundas como discutir sobre los grandes temas. En la mesa también se trabaja y se reflexiona (“mesa de trabajo” y “mesa de diálogo”, no por nada comparten dicho elemento), pero además, se comparte algo típico de las sociedades iberoamericanas: la sobremesa. Esta palabra representa uno de los momentos más importantes de la vida en común, pues luego de la comida viene la “puesta al día” o la “cháchara” irrelevante, pero también el momento en que nos relajamos y recuperamos los vínculos familiares y afectivos que el cotidiano va desgastando con su rutina.
Este recorrido –al poner la noción de “sobremesa” como eje– nos indica que todas las piezas están dialogando, conversando entre sí sobre sus propias formas, pero también sobre lo que Antúnez dispuso en su propia mesa a los múltiples comensales que pasaron por su Taller 99.
Es interesante que esto sea una mesa y no un pupitre o una cátedra, ya que Antúnez siempre mantuvo un diálogo horizontal con quien quisiera aprender, no hay maestros en torres de marfil cuando se habla de Grabado, pues en esos talleres todos se manchan las manos por igual.
De las 66 piezas, algunas destacan por su fuerza expresiva y por la experimentación de autores como Elena Vial, Sandra Barrera, Beatriz Leyton, Isidora Ortiz, Eduardo Garreaud, Antonio Küpfer, Carlos Damacio, Antonia Téllez, entre otros. Los formatos son todos exactamente iguales, cuestión que nos brinda como espectadores la posibilidad de tener prácticamente un muestrario de las diversas formas que adquiere el Grabado Contemporáneo.
Hacia el final de la sala, está quizá la parte más atractiva: 15 trabajos de Antúnez, entre los que destacan aquellos vinculados al rescate que hace el artista de la Cerámica de Quinchamalí. Cada una de esas obras nos recuerda la inteligencia de Nemesio, que vio en dichos objetos una síntesis de la tradición (lo chileno popular) y la modernidad (las formas y sus decoraciones abstractas), así como una suerte de “intuición gráfica” implícita en tales artesanías. Junto con ellas, hay algunas que pertenecen a la «Serie de Los Oficios», donde reconocemos nuevamente el impulso social de Nemesio, pero en directa relación con un oficio lleno de precisión y conocimiento.
