América antes de Colón

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Al fin llega un libro que revela descubrimientos recientes sobre nuestro continente antes de la llegada europea. Se llama «1491. Una nueva historia de las Américas antes de Colón», y es obra de Charles C. Mann.

Por_ Miguel Laborde

«1491. Una nueva historia de las Américas antes de Colón», Charles C. Mann.
Editorial Capitán Swing

 

Charles C. Mann tiene un nombre en la literatura científica de Estados Unidos, por sus libros y colaboraciones en revistas especializadas, pero lo atrapó el mundo americano del siglo XV al darse cuenta que, por obra de incontables trabajos de arqueólogos, antropólogos, ecólogos históricos, botánicos, científicos ambientales, geofísicos y genetistas, la información sobre la América indígena es muy superior a lo imaginado y, por otra parte, modifica muchos mitos. Al ver ese nicho vacío, lo que le pareció incomprensible, se lanzó a escribir el libro que apareció el año 2005 y, recién ahora, gracias a la editorial Capitán Swing, aparece en castellano.

Hay muchos prejuicios sobre el mundo precolombino. Según algunos, se trataba de pueblos muy primitivos y sumidos en la ignorancia, dispersos en medio de la Naturaleza. Por lo mismo, se dice, debieran estar agradecidos de que llegaran la luz de la razón y los avances de la civilización desde Europa. Para otros, se trataba de pueblos sabios y espirituales que, habitantes en armonía con la Naturaleza, compartían todo en comunidad, sin codicia ni ambiciones, hasta que las espadas y las armas de fuego destruyeron sus idílicas sociedades. En ambos casos, hispanistas e indigenistas describen un medioambiente que permanecía virgen, casi intacto, hasta la llegada del europeo. 

Este libro describe otra realidad. Tal como en Asia, África y Europa, el ser humano de acá intervino sus entornos en función de sus necesidades. Incluso más, sus avances en agricultura y regadío fueron superiores en varios aspectos. El paisaje que conocieron los conquistadores estaba intervenido y, en algunos aspectos, de manera sofisticada. Los indios eran seres humanos, como lo son todos los seres humanos.

Inventores del maíz

Lo que plantea Mann nos duele. Estamos muy acostumbrados a esa evocación nerudiana de América como un paraíso perdido, la que nos deja, o dejaba, como hijos de un continente puro y virgen. Los hechos científicos desmienten al poeta.

Mann destaca, entre los grandes avances reconocidos, el del maíz. Así como el Viejo Mundo se benefició de productos silvestres como el trigo, el pueblo mesoamericano –sin ese don natural–, logró crear el maíz que, en su origen, era un pequeño producto apenas comestible. Esta sería, según la revista «Science», “la primera hazaña, y tal vez la mayor, en el campo de la ingeniería genética”, lograda por sucesivos injertos e intervenciones hasta obtener un alimento tan completo que fue la base alimenticia de Mesoamérica, capaz de resolver la dieta de millones de personas que, así, pudieron dedicarse a construir ciudades, carreteras, templos, observatorios astronómicos y demás. Por lo mismo, se habla de “la civilización del maíz”. 

Algo similar ocurrió con el tomate, el tomatl en lengua mexica náhuatl, el que en su origen fue una baya apenas comestible y hoy es uno de los frutos –tiene semillas– más consumidos en el mundo. Encontrado por Hernán Cortés en los jardines de Moctezuma, era abundante en la zona donde está el pueblo de Tomatlán, el que, con playas amplias, dan ganas de visitar para probar sus variedades sin aditivos, aunque, por su éxito, ahora también se cultiva en invernaderos.

Tenochtitlán es otro tema fundamental para este autor, por cuanto desmiente el mito de los indígenas que vivían en chozas dispersas. Creada en una estrecha isla del lago de Texcoco, sus ambiciosos habitantes supieron hacerla crecer con suelos artificiales, las chinampas, hasta que lograron unirla a tierra firme y crear una gran ciudad, luego capital imperial, entonces más extensa que cualquiera europea de la época y con atributos notables y muy escasos en Europa, como agua potable, grandes jardines botánicos y calles excepcionalmente limpias. Era, en 1491, una de las ciudades más grandes y bellas del mundo. 

Resultado de inteligencia y sensibilidad, a veces llamada “la Venecia de América” por el uso de canoas para desplazarse entre las calzadas, todas las crónicas españolas reflejan el impacto de su imagen, por su tamaño y ordenada grandiosidad. Nada más lejos de la imagen de indios insertos en un paisaje natural y virgen, como Adán y Eva en el paraíso.

Otra Humanidad

Mann, escritor de temas científicos finalmente, nos actualiza el concepto de los virus traídos por los conquistadores. En las tres Américas, afirma, su presencia fue decisiva para destruir el mundo precolombino. Así, por ejemplo, en el norte, la llegada exitosa del Mayflower, que se considera fundacional para Estados Unidos en 1620, corresponde al intento número 17 para establecerse. A diferencia de todos los anteriores, los virus ya habían eliminado o debilitado a los nativos de la costa este, lo que facilitó la instalación europea.

Para ventaja de Hernán Cortés y Francisco Pizarro, los virus viajaban más rápido que las tropas. Incluso, para la toma de Tenochtitlán, relata Mann, las huestes aztecas ya habían perdido un tercio de sus hombres, incluyendo a la mayoría de sus altos oficiales, antes de la batalla decisiva. Así, junto con aliarse a líderes locales con miles de combatientes indígenas –enemigos de los aztecas–, Cortés tuvo el apoyo de los virus europeos, aquí desconocidos y mortales para los habitantes de las Américas. Lo mismo sucedería en los Andes Centrales, antes de la llegada de Pizarro con sus tropas; el imperio inca ya estaba muy debilitado.

También influyó el faccionalismo local, lo que Mann describe como “ricas tradiciones de autonomía”, fenómeno conocido en Europa por los vascos, también divididos en regiones que nunca se organizaron como un Estado en forma. Los mexicas eran parte de una poderosa Triple Alianza, pero ella nunca se unió contra los conquistadores.

Para el autor, la población americana podría acercarse entonces a los 80 millones de habitantes. Tal como en muchas ciudades europeas, de población diezmada por la peste negra, aquí fue catastrófica la realidad sanitaria en la demografía. La llegada de los europeos, “apestosos” y contaminantes para la población local, ocasionaría una de las mayores tragedias en la historia de la Humanidad.

Mann, cercano a la literatura científica, evita entregar conclusiones. Las preguntas flotan en el aire, al recorrer sus páginas, pero se las deja al lector: ¿Según qué categoría podrían haber sido civilizaciones superiores o inferiores? ¿No basta con señalar, como cuando se habla de China o India, que eran diferentes?

En España, el libro original, en inglés (2005), no tuvo buena acogida, por críticas que resintieron la imagen de los españoles en la Conquista. Tal vez por eso, tardó tanto en aparecer la versión castellana, recién este año y gracias a la joven editorial Capitán Swing, apoyada por el hecho de que el año 2016 el libro recibiera el Premio de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. En todo caso, Mann no es un anglosajón clásico, que se solace contra la Conquista española; por el contrario, sobrio y equilibrado, reconoce figuras como fray Bartolomé de Las Casas, al que considera pionero en la historia de los derechos humanos.

Son innumerables los temas que todavía sorprenden y siguen estudiándose, como la cantidad de pobladores del río Amazonas, el que casi siempre se describe como un cauce que atraviesa selvas casi deshabitadas. O la refinada producción de cobre, que les permitió contar con aleaciones muy delgadas y dúctiles, desconocidas en Europa. Manejaron la selva amazónica, las grandes praderas del norte de Estados Unidos, las pampas argentinas, y aún no se conocen bien sus técnicas.

Es como si la historia de América estuviera recién comenzando a escribirse y, destaca Mann, no sólo por los hallazgos de la Ciencia, sino también con fuentes indígenas abundantes y desconocidas hasta ahora. Un relato que se remonta más atrás de lo pensado; ahora se sabe que, al menos 18 mil años antes de Cristo –y no 12 mil–, las culturas locales arcaicas ya presentaban avances sedentarios y decisivos. Tanto así, que algunas llegaron a su apogeo antes de que los egipcios levantaran sus grandes pirámides. 

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