Baudelaire y Warhol Dos artistas que cambiaron el mundo para siempre

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Por_ Jessica Atal

¿Qué tienen en común unas flores del mal y las sopas Campbell? ¿Dos artistas a simple vista tan diferentes como Charles Baudelaire (París, 1821-1867) y Andy Warhol (Pittsburgh, 1928-Nueva York, 1987)? En realidad, bastante poco más allá de compartir la pasión obsesiva por el Arte y modificar para siempre el escenario cultural. Desde París y Nueva York redefinieron la vida y el arte. Dieron voz a las cosas mudas o silenciadas de la vida moderna, desnudaron los dolores y vergüenzas humanas más secretas y retrataron ciudades ensoñadoras pero, a la vez abismantes e infernales, atestadas de gente y estímulos, donde fácilmente se confunde –y también se funden– realidad y ficción, piel y maquillaje.

Estos genios de la imagen expusieron brutalmente lo grotesco y lo trágico del “pozo inagotable de error y tontería”, que no es más que el vacío y la nada detrás del artificio frívolo y la “risa eterna de los condenados”. Porque ¿qué otra cosa quería Warhol al pintar una y otra vez a Marilyn Monroe o a Elizabeth Taylor sino retratar el uso y abuso de un objeto sexual y comercial? ¿Qué buscó en esa repetición agobiante de tarros de sopa o botellas de Coca-Cola sino reflejar la estupidez de masas manipuladas por el marketing? 

“Encanto hallamos en lo más repugnante”, escribe Baudelaire, asqueado y hastiado de “abismos amargos bajo sus pies”, que lo atrapan y seducen y lo espantan al punto de afirmar que “¡soy el vampiro de mí mismo!”. Porque estos creadores develan las fuerzas destructoras que perturban hasta lo más sagrado que poseen, la propia vida. Inmersos en el ojo del huracán, Warhol y Baudelaire retratan la decadencia y el horror de la vida moderna, la industrialización del cuerpo humano, la mercantilización del tiempo y del espacio, bienes cada vez más escasos y, por lo mismo, más preciados y costosos.

Origen y pérdida

Charles Baudelaire tiene 6 años cuando muere su padre. Su madre se vuelve a casar veinte meses después con un militar rígido y perverso. Baudelaire sufre un profundo impacto emocional del que jamás se recupera. Los choques con su padrastro serán constantes y violentos y lo odiará de por vida. Durante la Revolución de 1848 insta a las masas para que lo fusilen. Andy Warhol nace poco más de un siglo después que Baudelaire y también sufre la muerte de su padre a una edad temprana. Tiene 14 años, el dolor es insoportable, permanece escondido bajo su cama durante el velorio y es incapaz de asistir al funeral.

Apenas graduarse, Baudelaire y Warhol abandonan el hogar. El francés conoce, entre otros, a Gérard de Nerval y Honoré de Balzac. De Nerval es un genio-loco-romántico sumido en una melancolía relacionada directamente con lo que Baudelaire llamará «El spleen de París», la “ciudad infame”, “centro y foco de irradiación de la estupidez universal” y de los pesares sociales y económicos de la Modernidad. Frecuenta los bajos mundos como un dandy, viste y se maquilla estrafalariamente. Tiene 19 años cuando empieza a escribir su obra maestra, «Las flores del mal››, “estas flores enfermizas” que dedica a su maestro y amigo Théophile Gautier. A los 22 comienza a consumir drogas y el hachís será temática de «Los paraísos artificiales». 

Baudelaire no escribe para los privilegiados. Deduce que el lector es anónimo y masivo así como Warhol entiende que su inspiración debe provenir de objetos representativos de la cultura de masas. La Coca-Cola la consumen ricos y pobres. El Arte hace su propia justicia social. A los 20 años Warhol llega a Nueva York y trabaja para «Glamour», «Vogue», «Vanity Fair», «Harper’s Bazaar». Incursiona en la publicidad y diseña portadas de discos icónicas como la de «Velvet Underground». Más adelante experimenta en el cine, la escritura, el diseño de moda y funda la revista de culto «Interview». 

Quizás la diferencia más significativa en la vida de ambos sea su manera de mostrarse frente al mundo. Baudelaire es libre y hace lo que quiere. Warhol ni siquiera puede escribir libremente su diario de vida. Su novio le prohíbe que lo mencione. La situación financiera es otra gran diferencia. Warhol gana mucho dinero. Hace del negocio un arte y del arte un negocio. Baudelaire, en cambio, vive en la miseria atormentado por las deudas. El dinero se transforma, en todo caso, en un fantasma que también persigue Warhol. Está obsesionado con producir cada vez más. Inaugura The Factory, un estudio tapizado en gris metálico (así como gris es el albatros que representa a Baudelaire en su poema más famoso), y tiene a un ejército trabajando para él. Esta fábrica pronto se convierte en el centro neurálgico de la escena underground neoyorquina. Ricos y famosos interactúan con minorías sexuales anónimas en una cultura puritana y ortodoxa. Lou Reed compone «Walk on the Wild Side» y en 1964 una artista rabiosa le dispara tres tiros a Andy, quien regresa, dice él, desde el más allá. Metafóricamente, a una ráfaga de disparos también se expone Baudelaire al contraer sífilis. Lo contagia supuestamente una prostituta –a la que dedica el poema «Une nuit que j’etais»» en el lecho de una judía horrible, como junto a un cadáver”. 

La Parca está en todas partes y es asociada, intrínsecamente, al mal y al pecado. “¡El diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!”, escribe Baudelaire mientras Warhol dibuja el 666 y vive culposa y secretamente su homosexualidad. El sida aparece ferozmente en el escenario de los años ochenta como “el castigo de Dios” a una sociedad lujuriosa que vive en pos del sexo y las drogas. 

No muy distinto es el ambiente de Baudelaire en “el lúgubre París” de grandes avenidas y bulevares, donde se pierde y encuentra en medio del anonimato y la sordidez, caminando luego como un flâneur (“un yo sediento de no-yo”) entre una multitud desarraigada y ordinaria que lo lleva inevitablemente a la alienación y a la soledad.

Baudelaire y Warhol son a la vez amados y odiados, porque desacralizan el Arte y transitan entre lo clásico y mundano con una soltura inédita. Parece no importarles nada y la crítica los destruye. La obra de Warhol se considera frívola y banal y él es objeto de constantes burlas. La obra de Baudelaire es censurada y él es acusado y procesado por ofensas a la moral. Pero a Warhol, en el fondo, todo le importa demasiado y se protege detrás de su peluca y su rostro inexpresivo de porcelana. 

Amor y muerte

Aman con intensidad y son amados con intensidad. Sin embargo, sus relaciones no son duraderas. A la hora de la muerte, a pesar de aquella acosadora “multitud”, están solos. La relación más profunda con una mujer es quizás con la madre. Baudelaire muere en brazos de la suya y Warhol ha convivido con ella hasta sus 43 años. En todo caso, la mujer es para Baudelaire sinónimo del mal. En «Destrucción», escribe que el Demonio “toma, a veces, la forma, sabiendo que amo el Arte, de la más seductora de todas las mujeres”.   

Las condiciones externas son distintas, pero ambos dejan el mundo en su propia ley… “Y entonces me sentí lleno de esta Verdad:/ Que el mejor tesoro que Dios guarda al Genio/ Es conocer a fondo la terrestre Belleza/ Para hacer surgir de ella el ritmo y la armonía”. 

Estos artistas tienen, a fin de cuentas, poco en común más allá de haberle dado un giro trascendental al Arte. Baudelaire se desangra en cada verso, vive intensa y valientemente ,sin miedo, arriesgándolo todo por la poesía. Warhol, en cambio, se cuida incluso de gesticular. Su lenguaje es mínimo, precario, parece ingenuo e infantil. Baudelaire mira de frente a sus demonios. Warhol los esconde bajo su peluca blanca, aludiendo a la pureza. Frágil es, sin duda, una botella de vidrio, un billete de dólar al lado del “paisaje tan terrible, como otro nunca nadie vio”, de Baudelaire. 

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