El éxtasis, esa pérdida del Yo

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Karen Armstrong se preguntó cómo y por qué el ser humano occidental se alejó del mundo natural, hasta llegar a un presente que lo pone en riesgo. Terminó escribiendo un gran libro: «Naturaleza sagrada». 

Por_ Miguel Laborde 

Se sumergió en el mundo de los chamanes, y se dio cuenta que en todos los continentes su estructura mental era similar, como si su relación con la Naturaleza viniera incorporada en nuestro ADN. Para ellos, en todos los continentes, árboles y humanos, piedras y animales están enlazados y se influyen mutuamente. Todo está en el Uno y el Uno en Todo. 

Luego se detuvo en la Era Axial, entre 900 y 200 años antes de Cristo, un momento que tiene ese nombre porque fue crucial para el desarrollo espiritual e intelectual de nuestra especie. Es cuando surgen el confucionismo en China, el hinduismo y el budismo en la India, el monoteísmo en Israel y el racionalismo en Grecia. 

Karen Armstrong (1944) conoce bien estas tradiciones. Inglesa graduada en Oxford, es profesora de historia de las religiones en la Universidad de Londres y fue traducida a 40 idiomas antes de publicar este libro el año pasado, «Naturaleza sagrada», el que lleva un subtítulo: “Cómo podemos recuperar nuestro vínculo con el mundo natural”. 

Un vínculo que ella ve desaparecer en el periodo renacentista y preindustrial, cuando los cristianos empezaron a considerar a Dios como un personaje separado y distinto del mundo. Lamenta que la cristiandad haya tomado ese camino, rechazado por Santo Tomás de Aquino, para quien “Dios no se hallaba recluido en un cielo sobrenatural”. En su teología estaba “presente en todo y en todas partes”. Dios no era un ser sino “el Ser mismo”. 

Después de él, la teología y la ciencia anduvieron separadas, dedicada esta última a las leyes naturales que rigen el planeta, lo que, por lo demás, se tradujo en un enorme progreso científico y tecnológico, pero a costa de la Naturaleza que perdió su íntima relación con lo humano. 

Un solo mundo 

Es hermoso el recorrido que hace la Armstrong, de cómo los ritos de Naturaleza impulsaron el desarrollo de la música, la danza y el teatro para alcanzar, “el espectacular logro de insuflar vida en el presente a un acontecimiento mítico venido de un remoto pasado”. 

En el pasado –escribe–, los mitos y el logos racional no estaban separados. Eran ellos los que daban alas a la poesía, la música, el arte y la religión, a todo cuanto pone de relieve los vínculos entre todo cuanto existe. Pero, en Occidente y cada vez más en el resto del mundo, se fue imponiendo el logos racional; el que, justamente, funciona separando y disociando las cosas. 

La escritora británica se pregunta si seremos capaces de crear mitos que den sentido a nuestra vida en el siglo XXI, que nos permitan volver a experimentar el éxtasis, esa pérdida del yo que vivía el hombre antiguo para alcanzar un goce pleno de la Naturaleza. 

Le parece urgente crear mitos modernos para salvar el planeta, y que la Naturaleza deje de ser una mercancía que es preciso explotar –materia muerta, inerte–, para volver a ser una revelación y encuentro con lo divino. Hasta un pequeño jardín urbano puede ser “un remanente de nuestro primordial vínculo con la Naturaleza”, un oasis espiritual. 

Asediada por estas inquietudes, Karen Armstrong dejó de ser monja y se fue del convento católico en el que vivía para dedicarse por completo a sus estudios. 

Regreso al mito 

La dimensión mítica hoy suena a fantasía, imaginación, pura creatividad desligada del mundo real. En el pasado era todo lo contrario: los mitos le daban sentido al mundo y a las vidas de las personas, no eran invenciones caprichosas sino expresión de una sabiduría ancestral que le daba una trascendencia a cada vida y permitía, en muchos casos, soportarla a pesar de los dolores. 

Mito y logos eran esenciales y complementarios. Si el logos racional se ocupaba de innovar en sus prácticas y entender las leyes físicas, el mito incursionaba en lo atemporal, en el significado de las cosas. 

Por el mito entraba el ser humano en realidades más hondas, se asomaba a todo cuanto es eterno y universal, “ayudándonos a vislumbrar el estable núcleo de realidad” que asoma en el interior de todo cuanto existe. En los ritos –arte mediante–, el ser humano experimentaba un choque estético que lo hacía salir de su yo habitual para acceder a una forma más intensa del ser, haciéndole sentir “parte de algo más vasto, trascendente y completo” que él mismo. 

Ritos que, con esfuerzos y sacrificios en muchos casos, permitían aspirar a una transformación de esa persona, con actos “que trascendieran el ego y tendieran un puente de unión con el conjunto de sus semejantes”. Es por ello, que la Armstrong define al mito como “una guía, que nos indica lo que hemos de hacer para llevar una vida más plena y positiva”. 

La autora nos lleva a recorrer varias culturas, como la china, donde el dibujo de un torrente, un árbol, un monte, es una imagen física pero también expresión de una energía que permea todas las cosas. Como ésta es especialmente visible en la Naturaleza, es en ella donde hay que concentrarse para “olvidarnos” de nosotros mismos para así experimentar la trascendencia. 

Lo mismo en la India, donde la vía estética es la mejor forma de cultivar la percepción de lo sagrado, el mejor camino para “poder ver lo que no aparece”. 

Con brevedad inglesa, este enorme material –y de ahí el éxito de sus anteriores libros–, es de una claridad y precisión excepcionales; recorre las grandes tradiciones espirituales de la Humanidad en menos de 200 páginas. Eso sí, cada párrafo es contundente. 

A su favor contaba con que ya había escrito libros sobre varias religiones, en especial de islam, el judaísmo y el cristianismo, pero también sobre chamanismo y budismo. Teóloga doctorada en filosofía, tenía cuatro décadas de preparación previa estudiando culturas con una comprensión tal que fue integrada a la Alianza de Civilizaciones, grupo de alto nivel que reúne a estudiosos de los fundamentos de las culturas de la Humanidad, antes de lanzar esta obra. En 2017 había recibido el Premio Princesa de Asturias, superando a candidatos tan sólidos como Byung-Chul Han (1959, filósofo y ensayista surcoreano) y Edward O. Wilson (1929-2021, entomólogo y biólogo estadounidense). 

Para el diario «The Guardian», “aunque mucho se ha escrito sobre los aspectos científicos y tecnológicos del Cambio Climático”, este libro resulta más personal y más profundo, con su urgente llamado a cambiar las mentes y los corazones, “si es que queremos aprender una vez más a reverenciar nuestro hermoso y frágil planeta”. 

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