Enrique Soro El último romántico, el primer sinfónico

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El resurgimiento de uno de los pilares en la composición nacional hace más de un siglo, ha logrado frutos tras una década de trabajo. Hoy se ha vuelto a hablar de él, se escucha su música en discos y en programas en los principales escenarios de la música en Chile, y su gran «Sinfonía romántica en La mayor» llegó por primera vez este año a Estados Unidos, de la mano de un trabajo de investigación y rescate de ese manuscrito de 1921.

Por_ Antonio Voland

Enrique Soro y Adriana Cardemil durante el viaje que realizaron por América y Europa hacia 1922. Su esposa, 19 años menor que él, fue la musa inspiradora de la «Sinfonía romántica». CRÉDITO: FUNDACIÓN ENRIQUE SORO

 

No existe una certeza al respecto, aunque se concluye que la dama Adriana Cardemil Fuenzalida, recién salida del colegio en Concepción, se encontraba presente en el Teatro Municipal de Santiago esa tarde del 6 de mayo de 1921.

El máximo escenario del país se engalanaba con las máximas figuras de la sociedad capitalina –incluido el León de Tarapacá, el Presidente Arturo Alessandri Palma– para el estreno de la «Sinfonía romántica en La mayor», escrita por el compositor de 36 años Enrique Soro. Es la primera partitura de esta naturaleza compuesta en Chile.

“Mi conjetura es ella que obviamente asistió al estreno. Adriana fue la musa para esa música, entonces tenía que estar cerca de él”, dice Roberto Doniez Soro, nieto de Enrique Soro, legatario de su obra y actor principal en las gestiones de puesta en valor de su figura, que se vienen realizando desde hace más de una década. “Pero el matrimonio entre ambos se celebró nueve días después, así que otra posibilidad es que ella hubiera estado en Concepción haciendo los preparativos de una boda burguesa y no se encontrara con su novio sino a la distancia”, agrega.

La partitura original de esa obra que cumple 101 años se encuentra actualmente en conservación en la Universidad de Chile. Es un empaste de 323 páginas, cuya dedicatoria, fechada el 1 de abril de 1921, declara: “A mi Adrianita”.

 

La edición crítica

El amor es ciego y tampoco tiene edad, y la pareja penquista, con 19 años de diferencia, proyectó su historia romántica que se inicia ese año con la «Sinfonía romántica». Una obra que ha marcado también el devenir de la música académica en el siglo XX, y que contribuyó a sentar las bases de la composición en un lugar tan alejado de los centros creativos como el Chile de comienzos de siglo, según define el director de orquesta canadiense, académico e investigador Julian Kuerti.

“Esta sinfonía representa el inicio del legado musical de Chile en la era moderna. Antes de Enrique Soro, por supuesto, hubo muchos compositores chilenos diversos, pero la «Sinfonía romántica», la primera sinfonía formal de un compositor del país, abrió nuevos caminos. Y no sólo en el ambicioso alcance de la obra, sino también en su popularidad nacional e internacional. Con este trabajo, el mundo comenzó a tomar nota de la música chilena”, dice Kuerti. En marzo pasado dirigió la obra al frente de la Orquesta Sinfónica de Kalamazoo, en Michigan, lo que representó el estreno en Estados Unidos de esta partitura.

Kuerti se interesó por la obra de Soro hacia 2014, durante su paso por Chile, invitado a dirigir la Sinfónica U. de Concepción. Fue cuando conoció a Soro como uno de los pilares de la composición en Chile. Por medio de Doniez Soro tuvo acceso a la digitalización del manuscrito original, un proyecto que se llevó adelante en la Biblioteca Nacional. Y resultado de ello es la edición crítica finalizada por Kuerti tras años de investigación, análisis y reconstitución. Esa obra fue entregada por el canadiense a la Fundación Enrique Soro, presidida por Doniez Soro desde 2018. Será la matriz para cualquier interpretación futura que sea requerida por los directores y las orquestas del mundo.

“Pasé años leyendo y releyendo el material original de la obra, las copias manuscritas, partes utilizadas en las primeras actuaciones, bocetos y versiones alternativas de ciertos pasajes. A través de un cuidadoso estudio realizado con un equipo de la Orquesta de la U. de Concepción, encontramos y erradicamos cientos de pequeños errores que se habían colado en el material existente, corrigiendo notas equivocadas y errores en dinámica, ritmo y en algunos casos restaurando pasajes a instrumentos que habían sido cambiados u omitidos por error”, explica Kuerti sobre el objetivo de una edición crítica.

Reparación de un nombre

Enrique Soro había estudiado en Milán a comienzos de siglo, cuando Adriana Cardemil tenía apenas un año de vida. Allí comenzó a delinear las primeras ideas para su «Sinfonía romántica». De esa época datan los movimientos primero y cuarto, el adagio y el scherzo. Tendría que esperar un tiempo más hasta completar aquella obra fundacional.

Su entrada al Conservatorio Nacional de Música de Santiago se dio al regreso de Italia, en 1905. Se hizo cargo de una clase auxiliar de armonía y piano. En 1916, tomaría la subdirección del Conservatorio, y en 1919 se convertiría en su director, cimentando así su estatus como músico y educador.

“Pero hacia 1928, el compositor Domingo Santa Cruz puso en marcha un plan de modernización y profesionalización de la enseñanza en Chile e hizo que el Conservatorio de Música ingresara a la Universidad de Chile. Hasta ese momento era un conservatorio de oficios musicales, dirigido por Soro. Y en esa decisión, él queda fuera”, relata Carlos Pérez Villalobos, el académico y director de un documental dedicado a Soro (ver recuadro).

Su figura fue desplazada casi completamente de la primera línea y con el tiempo la misma sinfonía dejó de ingresar a los programas. Roberto Doniez Soro identifica que fue en los años 50 cuando desapareció por completo. Por eso la gestión que se ha llevado a cabo por la reparación de quien se ha dicho es el más italiano de los compositores chilenos, ha alcanzado importantes logros, con la puesta en relieve de su música en conciertos desde la Sinfónica de Chile a la Filarmónica de Santiago, y otras agrupaciones del país, como la propia Sinfónica U. de Concepción y la Orquesta Clásica Usach. Esa agrupación está publicando ahora en abril el disco «El último de los románticos», del sello Aula Records. Reúne obras de cámara en ese lenguaje tan influyente para Soro: «Cuarteto en La mayor» (1903), «Trío en Sol menor» (1924), y «Sexteto Lautaro» (ca.1941).

Este es el resultado de una escalada de ediciones discográficas con su obra tan perdida en el tiempo.

Allí aparecen otros álbumes de la historia reciente con material de diversa naturaleza y formato: «Piezas para violín y piano» (2013) y «Música docta chilena vol. 4» (2015), ambos del sello SVR; el sobresaliente disco de Naxos «Sinfonía romántica», con la Sinfónica de Chile bajo la dirección de José Luis Domínguez; además de «Integral de las tres sonatas para piano» (2019), con las interpretaciones de María Paz Santibáñez, Svetlana Kotova y Armands Abols; junto a la reciente «Suite para pequeña orquesta» (2020), del mismo Aula Records, editado en vinilo.

Entre todas sus piezas, sin duda la sinfonía es la que marca la historia de Soro y de la música chilena en su tiempo. Luego del estreno en el Teatro Municipal en 1921, se tocó en Berlín en 1922 y en Madrid en 1923. Julian Kuerti marca un hito en la escena musical al haberla internacionalizado hacia EE.UU este año por primera vez. 

“Está escrita en la gran tradición romántica; Soro tenía un don maravilloso para la melodía, la invención armónica y la orquestación. La sinfonía utiliza un lenguaje armónico relativamente conservador para su época, pero cuando consideramos cuán alejado estaba Chile de Europa y de Estados Unidos, es claro que él estaba escribiendo mucho su música para que la escucharan sus compatriotas”, cierra. 

Nunca más se supo

El Bechstein negro de media cola estaba ubicado en el segundo piso de la casa de calle Vicuña Mackenna 363, donde Enrique Soro y Adriana Cardemil vivieron entre 1936 y 1944, año en que enviudó. A la muerte del músico en 1954, el piano fue vendido a la sede de Antofagasta de la Universidad de Chile, pero hacia 1979 se le perdió completamente la pista.

Iba a ser cedido al Pequeño Derecho de Autor para un museo que finalmente nunca existió. “Es como una novela policial: cómo es posible que un piano, que pesa 200 kilos, desaparezca como si fuera una pluma”, decía Doniez Soro poco antes del estreno en la Biblioteca Nacional del documental «En busca del piano perdido», dirigido por el académico de la UDP Carlos Pérez Villalobos.

La producción fue otra de las gestiones realizadas entonces con miras a una reparación de la figura de Enrique Soro en la historia de la música chilena. El piano que desapareció es aquí una metáfora acerca del olvido de Soro que duró décadas y que hoy comienza a dar resultados.

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