Su última exhibición en la Jeffrey Deitch’s SoHo gallery de Nueva York, inaugurada el 08 de marzo y cerrada el 24 de mayo –a pocos días de su muerte– lo muestra como un artista sacado de los “Supersónicos”. Instaladas sobre unas estructuras giratorias, como sillas de oficina, sus esculturas son un despliegue de formas ondulantes que se entrelazan unas dentro de las otras, desafiando nuestra percepción e idea del espacio. Derrochan energía, eso es innegable.
Por_ César Gabler
Del MoMA a la Eternidad
Año 1959
Dorothy Miller, brazo derecho de Alfred Barr, el legendario director del MoMA, inauguraba la quinta y penúltima versión de su serie dedicada a jóvenes pintores estadounidenses. Colectivas que presentaban en salas independientes a las promesas del medio. Toda una innovación aquel entonces. Bajo el título «Sixteen American Painters», se presentaron figuras que marcan hasta hoy la pintura contemporánea. Robert Rauschenberg exhibió algunas de su más conocidas Combine Paintings (piezas que incorporan elementos tanto de pintura como de escultura), Jasper Johns hizo lo propio con sus banderas, Ellsworth Kelly ofreció, en cambio, sus composiciones de sinuosas y sencillas formas planas; y Louise Nevelson, sus ya clásicas esculturas en madera. Frank Stella, casi un completo desconocido entonces, presentó 4 pinturas enormes de la serie “Black Paintings”: «Die Fahne Hoch!», «Tomlinson Court Park», «The Marriage of Reason and Squalor» y «Arundel Castle».
Tenía 23 años. La consagración fue inmediata.
El efecto Castelli
Del MoMA a la Galería Leo Castelli… Sí, la misma que, entre otros, representaba a Roy Fox Lichtenstein, por entonces un promisorio artista Pop, luego estrella de aquel firmamento. La trayectoria inicial de Stella, italoamericano como su galerista, puede resumirse en la serie de individuales que hizo allí. Y es curioso, porque entre él y Lichtenstein, hay más de una coincidencia. Espíritu de época puede ser, porque las líneas y puntos Ben-Day que componen casi toda la obra conocida de Roy, dan cuenta de un similar proceso de distanciamiento frente a la inspiración –tan característica, como aborrecida– de los expresionistas abstractos. Y es también una manera de pensar y de resolver la pintura a través de limitaciones autoimpuestas que se convierten en estilo. Abandonar el
“yo” manifiesto en el gesto individual y reemplazarlo por un programa en que las decisiones del artista parecen fruto de la lógica y no del azar.
Si Stella empleaba líneas que equivalían al ancho de sus brochas o al tamaño de los palos del bastidor, Lichtenstein aplicaba puntos de tamaño regular, cortados en una plantilla que podía repetir, como una imprenta. En ambos artistas, la expresión manual es abandonada en favor de un acabado glacial, perfecto, mecánico. Los cuadros de Stella, una vez salidos del papel milimetrado, podían ser ejecutados por cualquier artesano más o menos competente. Y lo mismo con Roy.
No fueron los únicos, por cierto: ahí están Warhol, Donald Judd, Sol LeWitt junto a un etcétera interminable.
Ese espíritu maquinal y prolífico, parecía imitar las formas de producción de un capitalismo por entonces industrial. Ambos artistas, independiente de sus posturas políticas, replicaban una era del entusiasmo –tras la Segunda Guerra Mundial– manifiesta en la producción incesante de imágenes, objetos y estilos de vida.
Stella del Espacio
Confeso admirador de Frank Lloyd Wright, Stella terminó desarrollando un ambicioso cuerpo de obra anclado en el espacio. Reacias como eran a toda voluntad expresiva sus obras juveniles, son un concentrado de pragmatismo que es paralelo a aquel que ostentaban la Arquitectura y el Diseño de aquel entonces. Sus cuadros con forma parecen equivalentes pintados de la Arquitectura Moderna que invadía Nueva York. Verticales líneas expandiéndose a lo largo del soporte sin otro norte que el de seguir la lógica repetitiva, serial, del espacio que las contiene, tal como lo hacen los impolutos muros cortina de Mies Van der Rohe, cuyo edificio más célebre, el Seagram Building (ubicado en el 375 de Park Avenue, Nueva York y considerado el más importante del Milenio), se inauguró apenas un año antes que la exposición consagratoria de Stella.
Y es que, visto más de cerca, en su trabajo, tras el control riguroso –y no nos engañemos– algo aburrido de sus años minimalistas, sobreviene una suerte de explosión. Algún devoto minimal dirá, “catástrofe”. Porque el color y el volumen, a partir de la serie «Polígono Irregular», se expande hacia zonas insospechadas, si atendemos a sus inicios. Todo parece posible, y las formas, patrones, colores, no tienen otro límite que las condiciones técnicas de montaje, que el artista extremará una y otra vez. El relieve terminará en escultura y con la escultura, de tamaño monumental, llegará la escala arquitectónica. «Estrella inflada», es un reciente ejemplo de ello.
Resulta lógico que gracias a la tecnología…
Stella haya explorado con modos de construcción digital. Aquí una coincidencia con Frank Gehry. Ni tan distintas las estructuras del autor del Guggenheim de Bilbao, con las ambiciosas propuestas de Stella. Dos tocayos de afán expansivo y alcance monumental.
Con Frank Stella no sólo se va el representante más destacado del Minimalismo que aún vivía. Hace sólo unos meses murió su amigo, Carl André, principal sospechoso (y absuelto) en la muerte de su esposa, Ana Mendieta.
Los contemporáneos de Stella, fueron los primeros en educarse bajo los postulados de la Abstracción. Son la segunda, tercera, cuarta –poco importa– generación heredera del Expresionismo abstracto.
Testigo y protagonista de todos los cambios que ocurrieron en el Nueva York de los sesentas y setentas, Stella, con sus múltiples cambios estilísticos (“volteretas”, dirán algunos), se mantuvo fiel a un credo artístico anclado en los sentidos.
Un futuro que fue.