Como si escribiera poesía en el aire, el diseñador alemán transformó la iluminación en el espacio interior, con instrumentos de mecanismos sensoriales que fluyen entre el mundo natural y lo artificial.
Por_ Hernán Garfias
Recuerdo muy bien el primer encuentro con Ingo Maurer (1932-2019) en Milán, en su stand del Salón del Mobiliario, eran los años noventa, y estaba en su plenitud porque había adquirido un áurea de maestro en el diseño de iluminación. Era un continuador de otro maestro, Achille Castiglioni («La Panera», nº 143), en torno a ese ADN que se produjo en la historia del diseño. Podía sorprendernos con una forma sutil de ampolletas que se desplegaban en cables a través de la habitación, como con la apropiación de pequeñas botellitas de Campari para crear una lámpara colgante, como obra del Pop Art. Hay que saber extraer –como escribía Baudelaire–, lo eterno de lo efímero, esto es lo que parece que nos quería comunicar Maurer, escapando de las corrientes que se ponen de moda. Su intensidad consistió en exteriorizar sus inquietudes, y expresar con independencia y libertad, en un momento de la época abrigada por sus designios expresivos que no se fijan en convenciones de ningún tipo, apartándose así de lo efímero de algunas tendencias artísticas.
La reducción de la Luz
Maurer contribuyó al éxito de la luz halógena y de la técnica LED. Lo que permitió que sus obras fueran contenidas en el foco, y así escapar de la forma tradicional de la lámpara. Su imaginación desbordante tiende a lo poético, lo artístico y lo sensorial, donde también se unen la ingravidez, la reducción y buena iluminación, sin tener que someterse a las convenciones dominantes del mundo del diseño.
Si comparamos las lámparas tan famosas de Richard Sapper como la Tizio o de Michele de Lucchi como la Tolomeo, las propuestas de Maurer pertenecen a otro mundo, ese que tiene que ver con el juego, la ironía y la imaginación.
Para él la luz halógena es la más bella luz artificial, no necesita pantalla, tiene menor voltaje y puede dirigir el haz de luz. Hoy casi el 60% de su colección consiste en las lámparas halógenas. Entretanto la luz de LED, que partió utilizándose en focos de automóviles, la aeronáutica y la industria, muy pronto pasó a ser de interés en ámbitos domésticos y laboral.
El primer diseño de Maurer usando LED, el ramo de flores Bellissima Brutta (La belleza fea, 1997), es un objeto luminoso, más que una lámpara. Eso se va a repetir con YaYaHo (1999) que reproduce en la oscuridad con colores una cita del escritor Gabriel García Márquez. Como también sus lámparas colgantes Licht.Estein 2001 (Edición limitada. Placa de circuito, LED, metal, acero inoxidable) y Licht.Estein 2010 (versión negra especial en Spazio Krizia, Milán). La esencia estética e industrial de todas estas lámparas son parte del carácter experimental de esta nueva técnica futurista. Porque Maurer sigue creyendo que lo superficial debe ser eliminado. Y las bombillas o ampolletas tradicionales pueden ser recubiertas con un aro de plástico y agregar formas aladas, como en la familia Lucellino que se ha convertido en su diseño más famoso (www.ingo-maurer.com/en/products/).
¿Sus gestos más POP?
Cuando diseñó la lámpara con la lata Campbell en homenaje a Andy Warhol, al simplemente colgar una ampolleta utilizando la lata de conserva como pantalla. Ahí figuran también la Bibibibi con dos patas de ave, o la One From the Heart con una pantalla de plástico rojo en forma de corazón que dispara el haz de luz hacia un pequeño espejo acorazonado y que refleja su dibujo en el muro, mientras en la base se asoman tres cocodrilos verdes de juguetes encontrados.
Y la Campari Light, con su pantalla formada por ocho botellitas del tradicional aperitivo, de característico color rojo y sabor amargo. Otra obra mágica es la gran lámpara colgante Zettel’z, compuesta de delicadas hojas de papel con ilustraciones y textos cambiables, que permite a su dueño componer sus propias historias… como un diario.
“¿Hay alguien que sea más afín a la luz para inventar, fantasear, provocar, estimular, hacer poesía? Cuánto te envidio Ingo”, escribía el arquitecto y diseñador italiano Michele de Lucchi en el catálogo de una exposición. Mientras el diseñador y arquitecto francés Jean Nouvel, agregaba: “Eres el poeta más ligero e imprevisto de la fragilidad de luz. A merced de los años y de las influencias secretas, el humor aquí roza lo indecible… La luz es un misterio cuya llama sabes manejar”. Por su parte, el multidisciplinario diseñador español Javier Mariscal, reafirmó: “Ingo Maurer es un mago y es un brujo que sabe ver los puntos de luz”.
Sin límites
Porque el talento de Ingo es sólo superado por su curiosidad, esa que no tiene límites, sus lámparas Maurer impresionan por el fuerte contenido poético de sus formas. Sobre eso conversamos el 93, en Milán: “Un día tuve la idea de crear una lámpara que volase como un pájaro en la jungla de Tijuca. Una lámpara que planea, danza, se inclina, se balancea, gira y que, además, procura una luz clara y precisa para trabajar, leer y descansar. La imaginación es una realidad interior difícil de expresar y percibir. Traducirla en un concepto concreto requiere de un proceso largo y arduo. Después de mucho estudiarlo, hemos creado un nuevo sistema de iluminación, Tijuca (1989, plástico y metal)”, me dijo y luego me preguntó: “¿Qué piensas tú de Tijuca?”. Para contestarle sólo pude contemplarlo con emoción y comprobar que se trata de uno de los conceptos más bellos en la historia del diseño. Es tal cual me lo relató: un pájaro que vuela sobre nosotros, con una estética perfecta, delicada.
Esa magia para crear con la luz nos permite gozar contemplando la lámpara Lucellino, ampolleta que emprende el vuelo de Ícaro; o la Flatterby, mariposa de grandes alas plateadas, como salida de un cuento infantil, que planea libremente. Y como si fueran notas musicales, el sistema YaYaHo danza por sus cables, permitiendo múltiples formas y usos para jugar con la luz. Otra verdadera escultura es la Eclipse Ellipse, la propuesta más fina y sutil de este creador, donde la luz se refleja decorosamente en el muro. Y, por último, quisiera destacar el apliqué Zero One, que permanece posado en la pared sosteniendo, por un tubo muy delgado, un platillo de vidrio empavonado, un ejemplo total de la sensibilidad de este mago de la luz.
“Sin correr riesgos, sin trabajar en objetos que no corresponden precisamente a una idea consolidada de la belleza, nuestras ideas no se desarrollarían y la calidad estética de nuestro trabajo se deterioraría gradualmente. A veces, el tener menos gusto es tener más gusto”.
INGO MAURER